"La justicia es necesaria pero no me devolverá a mi hermano"

R. PÉREZ BARREDO
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El juicio que se celebra estos días por el asesinato del jesuita burgalés Amando López y de otros 5 compañeros en la Universidad Católica de El Salvador en 1989 podría cerrar una herida que aún duele en el seno de la Compañía de Jesús

Pilar López, hermana de Amando, sostiene un retrato del jesuita burgalés asesinado en El Salvador. - Foto: Luis López Araico

La víspera de la noche de autos había hablado por teléfono con su familia. Por más que hubiese querido ocultárselo, para que no temieran, los sonidos de explosiones y disparos se escuchaban perfectamente al otro lado de la línea: en las calles de San Salvador se mataba y se moría con tanta frecuencia como impunidad. Y la comunidad jesuita de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, más conocida en El Salvador como la UCA -islote de paz, libertad y defensa de los derechos de los débiles alentado por la Teología de la Liberación-, estaba en el punto de mira de quienes libraban aquella guerra con la complacencia de un gobierno corrupto y miserable: guerrilleros y paramilitares. El jesuita burgalés Amando López Quintana, natural de Cubo de Bureba, había tratado de aquietar a su hermana pequeña y a su padre: "Estén tranquilos. Esto es habitual aquí. Pronto nos veremos, en diciembre estaré allá. Sólo quedan quince días". Quince días podía ser mucho tiempo, cuenta hoy Pilar que dijo su padre, como si este ya intuyera que, en efecto, aquel espacio de tiempo podía ser una eternidad; o el suficiente para que se abriera un abismo que fuera a impedirle volver a estrechar con los brazos a su hijo. Una grieta abisal. La peor de todas: la muerte.

Es la madrugada del 16 de noviembre de 1989. El campus de la universidad católica está en silencio, que solo quiebra la balacera casi continua que se escucha por todos los rincones de la desangrada capital de El Salvador. Los sacerdotes descansan en sus habitaciones. Algunos duermen. No lo hace Ignacio Ellacuría, el rector de la UCA. Es él quien pronto percibe ruidos extraños, pisadas marciales, golpes que se escuchan con sonoridad ominosa y rotunda en pasillos y estancias de la casa. Sabe, en ese instante, que ha llegado la hora. Sale de su habitación, y pronto el resto de alarmados compañeros se le unen: Amando, Joaquín López López, Segundo Montes, Ignacio Martín-Baró y Juan Ramón Moreno. Ellacuría les pide calma. Les dice que va a hablar con aquellos tipos que andan montando bulla a esas horas. Camina a su encuentro. Son muchos. Visten ropas militares. Se muestran hostiles. El rector de la UCA les pide que le lleven a él, que dejen a los otros. Pero el que parece estar al mando ordena reunir a los sacerdotes en el jardín. Les obliga a arrodillarse. Los jesuitas se miran entre sí. Intercambian algunas palabras. Al cabo, empiezan a rezar el padrenuestro al unísono. Tras los disparos, la madrugada se llena de un extraño silencio.

En casa de Pilar López Quintana se siente la presencia de Amando; su fuerza luminosa está en fotografías, cuadros y todo tipo de recuerdos, pero también en su permanente sonrisa, porque ni su rostro se ensombrece al evocar recuerdos tan dolorosos: la noticia de los asesinatos, el desgarro, el vacío insondable, la rabia y la impotencia, la gestión de aquella tristeza infinita. Han transcurrido treinta años. Que se esté celebrando estos días el juicio por aquellos crímenes le está provocando sentimientos encontrados a la hermana pequeña del jesuita burgalés. "Los actos así deben juzgarse. Pero nadie me va a devolver a mi hermano. Me privaron de él todos estos años", explica. Está al tanto del proceso judicial, pero no lo está siguiendo con especial interés, por más que fuera ella, junto al resto de familiares de los sacerdotes asesinados, quien diera los primeros pasos para que la justicia se pusiera en marcha incluso a escondidas de mi su padre. "Mi padre, que cuando supo que lo habían matado no tenía consuelo y decía que solo quería morirse, perdonó a los asesinos, y decidimos no contarle que habíamos denunciado los crímenes, aunque se acabó enterando. Ahora van a juzgar a unos pocos como chivos expiatorios, pero ahí estuvieron involucrados muchos, desde el propio presidente de El Salvador, Alfredo Cristiani, que lo permitió todo. Fue quien estaba detrás del Batallón Atlácatl que fue a la universidad a matar a mi hermano y a sus compañeros".

Con todo, espera que, sea cual sea el resultado final del juicio que se sigue en la Audiencia Nacional contra el excoronel y exviceministro de Defensa salvadoreño Inocente Montano, quede claro que aquello fue terrorismo de Estado y se conozca toda la verdad. Es de la misma opinión José Luis López, sobrino de Amando y de Pilar. "Espero que se haga justicia, aunque el hombre al que están juzgando ya es mayor y a saber cuál es la pena que se le impone y cómo cumple su condena. Pero es importante que se esté celebrando el juicio, aunque hayan tenido que pasar tres décadas. Esto debe servir para que se sepa que hay límites, que unos crímenes como estos no pueden quedar impunes", subraya.

Para Manuel Plaza, director del Centro Ignacio Ellacuría y del Comité Óscar Romero de Burgos, que fue amigo de todas las víctimas, tiene claro que sus compañeros "tomaron una postura cristiana ante un gobierno asesino, corrupto y que se confesaba católico. Es curioso cómo cuando uno toma una postura en favor de los pobres se le llama marxista comunista. Y eso se sigue repitiendo hoy con muchas posturas de la Iglesia en ciertos contextos políticos internacionales. Hubo terrorismo de Estado. El dolor causado a un pueblo por unos crímenes no se resuelve con el olvido, sino que hay que hacerlo a través de la verdad y de la justicia. En la sociedad de la post-verdad, en la que las mentiras se hacen verdad, esto es muy importante: poner rostro a los asesinos y rostro a las víctimas", señala. Una vez hecha la justicia, apostilla Plaza, "la Compañía de Jesús está dispuesta a perdonar. Y, de cara a la reconciliación, es curioso que siempre el perdón lo piden las víctimas".

"Amando era la acogida". Manolo Plaza conoció muy bien a Amando López, con quien vivió varios años. Lo define muy sencillamente: "Era un hombre de una acogida y unas relaciones humanas increíbles. Porque así como Ellacuría tenía un carácter más fuerte, Amando era de una bondad sobrehumana. Era el hombre de la acogida y del diálogo humano. Todo el mundo le adoraba". Confía Manuel Plaza en que se hará justicia, por más que esta tenga unos caminos y unos tiempos "distintos a los nuestros. Vivimos en un mundo conflictivo. Un mundo en el que hay dioses que son asesinos, como el dios de la economía. Los ríos empiezan en las montañas y hasta que llegan al mar hace falta mucho recorrido. Aquí el mar es la reconciliación, la justicia, la verdad y el perdón. Si se ha llegado hasta aquí ha sido por el grito de los pobres porque no se puede tapar el terrorismo de Estado", concluye.