Raptores del secuestro del siglo

R.P.B.
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Con la puesta en libertad de José Luis Erostegi se cierra el capítulo penitenciario de los captores del burgalés José Antonio Ortega Lara, víctima del cautiverio más largo y brutal de la reciente historia de España

Raptores del secuestro del siglo

Fueron cuatro. Cuatro seres humanos, quién lo diría, quienes ejecutaron el secuestro más cruel y terrible de la reciente historia de España. Un rapto que derivó en una tortura inclemente, en un cautiverio inhumano. Ni una retahíla de adjetivos alcanzaría a definir con precisión lo que tuvo que ser aquel infierno. Ni siquiera la imaginación más demencial. Javier Ugarte, José Miguel Gaztelu Ochandorena, Josu Uribetxeberria Bolinaga y José Luis Erostegi fueron los secuestradores del siglo. Con la puesta en libertad hace unos días de este último, que cumplía condena en la cárcel de Herrera de la Mancha, concluye el capítulo penitenciario de los monstruos humanos que confinaron en el infierno al burgalés José Antonio Ortega Lara. Los dos primeros ya habían recuperado la libertad: Ugarte el pasado año; Gaztelu en 2017.Bolinaga fue excarcelado en 2012, tras serle diagnosticado un cáncer terminal. Murió en 2015, en Mondragón, localidad en la que se ubicaba el zulo en el que confinaron a Ortega Lara a un infierno de 532 días.

Los cuatro terroristas fueron detenidos y encarcelados el mismo día de la liberación del burgalés, el 1 de julio de 1997 que permanece indeleble en la memoria de todos los españoles y especialmente de sus paisanos, aquellos que no dejaron nunca de exigir en las calles de Burgos su libertad mientras caían, inexorables, las hojas del calendario y se iba perdiendo poco a poco la esperanza. Durante el encierro del burgalés, los etarras llevaron una vida discreta, casi anodina.Cuando la despiadada realidad emergió a la luz, hasta sus convecinos se sorprendieron de que aquellos tipos aparentemente normales fueran los autores de tamaña atrocidad, considerada una de las cimas de la perversidad de la banda terrorista ETA.

Exactamente un año después de su detención y tras un juicio intenso que no contó con la presencia de Ortega Lara por prescripción médica, la Audiencia Nacional condenó a 32 años de prisión a cada uno de los etarras por un delito de secuestro terrorista y otro de asesinato alevoso en grado de conspiración, con el agravante de ensañamiento en ambos casos, que se sumaron a los 14 años de cárcel que se les impuso por secuestrar al empresario guipuzcoano Julio Iglesias Zamora, y a 178 por asesinar a tres guardias civiles en el año 1987 en la localidad guipuzcoana de Oñati, crímenes que se resolvieron tras su arresto.

Durante las sesiones, los encausados se autorretrataron en toda su vileza, mostrándose desafiantes y aprovechando la expectación generada por el juicio para hacer apología y propaganda de la banda terrorista: lo mismo exhibían camisetas con lemas alusivos a su ‘causa’ que defendían que los presos etarras lo pasaban peor de lo que lo había pasado Ortega Lara durante su cautiverio.Entre otras perlas, aseguraron con todo el cinismo del mundo haber tratado a su víctima de forma «correcta y no humillante» (sic).

En el infierno. Silencio, oscuridad, incomunicación, humedad,  miedo, hambre, frío, claustrofobia, maltrato, dolor. La historia de un ser humano al límite de sí mismo, al borde de la locura.Así fue el cautiverio de Ortega Lara: una tortura indescriptible, difícilmente soportable. ¿Cómo pudo conseguirlo? Él ya había sobrevivido a otra situación de encierro: durante nueve meses, compartió el útero materno con una hermana melliza.Sólo él salió con vida. Para mantenerse cuerdo y con pulso en aquella cárcel subterránea de 2,4 por 1,7 metros se aferró al recuerdo de su familia, rezó y fue disciplinado con su rutina: hacía gimnasia, se lavaba, leía los ejemplares atrasados de Egin y de El País que le proporcionaban sus secuestradores, hablaba en voz alta, jugaba a soñar que huía, que el cierzo frío y seco de su infancia volvía a acariciarle el rostro... 

En esa tumba pasó 532 días, el secuestro más largo de la historia de ETA, inmersa en un pulso fatal con el gobierno del Partido Popular. Desde el primer día y hasta el de la liberación, siempre fue consciente de todo allí, bajo tierra, con sólo siete horas de luz artificial al día. Y aunque mantuvo la esperanza en su liberación, que alimentaban sus propios carceleros aunque nunca los creyera, sus fuerzas se iban minando y su mente comenzó a maquinar la manera de poner fin a su vida. Ya tenía preparada la manera de hacerlo cuando se abrió el zulo en la mañana del 1 de julio de 1997. «¿Por qué no me matáis de una puta vez?», dijo con toda la rabia y con toda la fuerza ese ser exhausto que apenas pesaba 49 kilos. Al salir a la superficie y recibir la luz natural, instintivamente regresó al zulo. Pero no era otra pesadilla más. Era, en efecto, la libertad.