"El espíritu de Marceliano Santa María sigue aquí"

R.P.B.
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Sus descendientes quisieron que la última morada madrileña del pintor burgalés, ubicada en el barrio de Tetuán, siguiera relacionada con el arte. Una pareja de artistas reside allí

"El espíritu de Marceliano Santa María sigue aquí" - Foto: Miguel Ángel Valdivielso

El vetusto caserón de ladrillo desprende cierto aire fantasmagórico y decadente, pero tiene una irresistible belleza. Puro misterio enclavado en el barrio de Tetuán, rodeado por casas bajas de origen humilde que delatan la huella obrera de la expansión de Madrid hacia Chamartín, el edificio constituye una rareza: su imponente silueta revela un pasado de esplendor, de cuando a su alrededor sólo había campo y gozaba del prestigio de ser una villa burguesa, residencia veraniega alejada del cogollo de la capital. Esta construcción de estilo neomudéjar aún es conocida como ‘la Casa del Pintor’. En ella vivió y murió Marceliano Santa María. "Su espíritu sigue aquí", dicen quienes hoy, casi setenta años después de la desaparición del creador burgalés, son los inquilinos del palacete. Pero Megumi Kitazu y Jesús Gómez no son unos inquilinos más: los descendientes de Santa María quisieron que la que fue casa-estudio del autor de El triunfo de la Santa Cruz fuesen también artistas, como una manera de prolongar el legado y de mantener vivo el espíritu creador del burgalés.


Presencia de la que es imposible escapar en el interior de la villa, que posee un pequeño pero agradable y fresco jardín en el que no resulta difícil imaginar a don Marceliano pintando en los tórridos días del verano de Madrid. Aún sigue allí la fuente que retrató en algunos de sus cuadros y dos bustos que debió emplear en su día para sendos retratos. El inmueble tiene tres plantas, si bien la tercera se añadió años más tarde, cuando el pintor burgalés decidió trasladarse allí a vivir y fue necesario construir una altura más para que acogiera el estudio. Es una casona noble, de techos altos y estancias amplias. Nada de su interior ha sido modificado, como si el tiempo se hubiese detenido y aún estuviera habitado por el pintor: ahí siguen los mismos armarios, las mismas alacenas, los aparadores y librerías. Un viejo piano con candelabros de bronce, un reloj de carillón y un teléfono antiguo también remiten a la época de Santa María.


Pero en ningún lugar está más presente el espíritu del pintor de Castilla como en su estudio, situado en la última planta. Es un espacio formidable y extraordinariamente luminoso gracias a un enorme y refinado ventanal, por donde se filtra una luz caudalosa, blanca como el silencio. El estudio, que hoy también es el lugar de trabajo de Megumi y de Jesús, tiene algo de templo sagrado, de lugar mágico. Más aún gracias a que allí se conservan muchos de los materiales con los que Marceliano Santa María trabajó hasta el último día.


Impresiona ver, ahora huérfanos de lienzo, dos caballetes de madera. Y, sobre una mesa, su última paleta con los colores agostados -donde dominan los ocres, y sendos botes llenos de pinceles. Trementina, aceites, barnices y tubos de pintura perfectamente ordenados y colocados en el interior de su caja (de la casa Antonio Zuloaga) componen el resto de la escena, de este bodegón insólito que el fotógrafo de este reportaje se apresta a eternizar. "Para nosotros es un privilegio, un verdadero lujo poder vivir y trabajar aquí. Es un lugar perfecto para pintar. Lugares como este hay muy pocos", concede Megumi.


El contraste de estos vestigios pictóricos con los más contemporáneos de Megumi y Jesús convierten el lugar en algo casi irreal, como salido de un sueño onírico. En el amplísimo estudio también hay un busto del pintor burgalés, flanqueado por más botes con pinceles. Y más allá, un ordenador de última generación. "Sentimos su presencia y es algo interesante para nosotros. Como creadores, creemos que nos afecta. Es algo realmente especial", apostilla la artista japonesa. En el interior de un gran armario se conservan cientos de libros, cartas, dossieres y papeles que Santa María acumuló durante años. En varios tomos, perfectamente ordenados, está recopilada la vida y la obra del artista burgalés desde su nacimiento y hasta su muerte a través de fotografías y recortes de prensa.


"Siempre quisimos que esta casa estudio en la que Marceliano fue tan feliz siguiera habitada. Siempre le encantó vivir y trabajar aquí. Y que mejor que sean artistas también quienes lo hagan. Así la casa está cuidada, no a merced de ladrones y de ocupas. Y para nosotros es como mantener vivo el espíritu del pintor", aseguran sus familiares Inmaculada y Juan José, dolidos todavía por el maltrato que, a su entender, está dispensando el Ayuntamiento de Burgos al museo que el artista tiene en el Monasterio de San Juan y que ha sido desmantelado mientras se realizan obras de reforma "sin que sepamos todavía en qué va a quedar y dónde y cómo están conservando todas las obras que allí había. Parece que se han olvidado que Burgos no ha tenido un pintor tan reconocido y premiado. Es una pena".