El Sendero de la Imaginación tendrá su fantasma

P.C.P.
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José Luis Blanco atesora en la nave de su carpintería metálica de Hortigüela varias piezas que pronto se convertirán en nuevos alicientes para visitar un robledal en el que conviven un dinosaurio, una nécora, un águila y un soldado

José Luis Blanco guarda en su taller las piedras que se convertirán en nuevas obras de arte. - Foto: f2estudio

Todo castillo tiene su fantasma pero no todo pueblo conserva su fortaleza. Falta en Hortigüela, que sin embargo tiene espacio de sobra para leyendas y almas en pena en el Monasterio de San Pedro de Arlanza y en el vergel natural que rodea a la Cuna de Castilla. Y tampoco es necesario desplazarse hasta el cenobio para gozar del paisaje y, pronto, también de su espectro autóctono.

A José Luis Blanco le sale al paso la inspiración. Un día caminaba con su mujer y otra pareja buscando setas y le asaltó un dinosaurio; otra mañana, sentado en el tractor, ayudaba a su hermano con la cosecha y se le cruzó primero una nécora y después un escarabajo. «¡Tú estás grillao!», le suelen decir quienes no disfrutan de este don que ha permitido ganar a Hortigüela un rincón muy especial, bautizado como El Sendero de la Imaginación.

Blanco, que regenta una carpintería metálica en la localidad, colocó las piezas hace un par de años en un robledal ubicado a la entrada de la localidad. El Ayuntamiento, además del permiso, aportó la señalización del camino que lleva  hasta allí, a la izquierda del potro que recibe a los visitantes. En los últimos meses, con la pandemia y la búsqueda de entretenimientos y rutas originales, los curiosos se han multiplicado en un enclave bellísimo sobre todo en otoño y en primavera, y muy fresco durante el verano. Y sin promoción alguna. «Yo no le he dado publicidad, ni el Ayuntamiento tampoco, porque mi idea era poner más piezas. Pero se va corriendo la voz y sí que viene la gente a verlo», apunta. «¡Ojalá hubiera más como él en el pueblo!», exclama el alcalde, Juan Martín, que tiene previsto arreglar el camino de acceso al robledal, deteriorado estos meses por el agua, para hacerlo más atractivo. 

Blanco guarda en su nave, además de la figura del fantasma, la cabeza de una serpiente. «Estoy buscando un trozo retorcido» para dibujar el cuerpo del reptil y también tiene fichada «una piedra que puede ser una tortuga», recalca mientras le quita el polvo a una paellera, que con ojos y pelo rizado procedente de un canalón de cobre parece un personaje de El Mago de Oz.

Con otras piezas más pequeñas hizo una exposición en la ermita y se las quitaron de las manos. «Vendí muchísimas», recuerda frente a la estantería en la que queda un helicóptero que otrora fue una vieja radial y poco más. El tiempo y la tranquilidad que le permitieron crearlas le falta ahora para aumentar el parque del Sendero de la Imaginación, que integran también un águila y un soldado uniformado con retales de un disfraz de Carnavales. Le llueven las indirectas para que siga. «La gente me tira cosas a la chatarra o me las trae al bidón y lo que veo que me vale lo aparto», dice mientras muestra un reluciente manojo de virutas que acabará como lo que su cabeza sabe.

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