Las chicas son guerreras

ROBERTO PERAL
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«Lo más extraordinario de 'Derry Girls' es la forma en que aborda la violenta realidad de la Irlanda del Norte de los años 90»

El quinteto protagonista de ‘Derry Girls’, en un fotograma de la serie.

Channel 4 ya ha anunciado que será la última, pero el caso es que menos da una piedra, así que ya esperamos con entusiasmo el estreno de la tercera temporada de Derry Girls, una de las series televisivas más ácidas, irreverentes y desorejadas que uno ha tenido la suerte de ver en los últimos años. Las peripecias de un grupo de adolescentes en un instituto católico para chicas de la ciudad de Derry en los años 90, en el último tramo del conflicto religioso y etnonacionalista que destrozó Irlanda del Norte en la segunda mitad del siglo pasado, responde de un modo originalísimo a esa fórmula clásica según la cual la comedia equivale a tragedia más tiempo y nos brinda, en píldoras de apenas media hora, un relato divertidísimo, y en ocasiones desgarrador, de una juventud que hubo de apañárselas para dar curso a sus ansias de vivir inmersa en una cotidianeidad hecha de barricadas, calles tomadas por patrullas del ejército y escuadrones paramilitares y atentados con víctimas mortales.

Quizá haya de precisarse que Derry Girls no es una serie para adolescentes, sino sobre adolescentes: lejos de los jóvenes despiadados e infalibles de los seriales americanos, la soñadora e histriónica Erin, la asustadiza Clare, la cósmica Orla y la imprudente Michelle son malhabladas, inmaduras, egoístas y tiernas, se pirran por la música pop y la ropa a la moda, sienten una natural curiosidad por el sexo y sus raptos de rebeldía desembocan invariablemente en un maldito desastre. A ellas se une al comienzo de la serie James, un primo inglés de Michelle abandonado por su madre en Derry y que será matriculado en la escuela femenina para evitar que los cachorros nacionalistas del instituto masculino lo hagan papilla. Tampoco, la verdad, le resultará fácil la convivencia entre las nada delicadas féminas irlandesas, que lo someten a continuas humillaciones y toscos bromazos.

Lo más extraordinario de la serie es, sin duda, la forma en que aborda la violenta realidad de un tiempo y de un lugar, la época de los Troubles en la ciudad del Domingo Sangriento. El enfrentamiento armado está presente en cada episodio, pero siempre en un segundo plano, lo que acaba por generar una sensación de veracidad que se compadece singularmente bien con la intención humorística de la serie. No es que el terrorismo se aborde de manera frívola; lo que ocurre, más bien, es que constituye el escenario al que los personajes, jóvenes y mayores, no han tenido más remedio que habituarse, el pan suyo de cada día. 

La serie arranca con el anuncio de una amenaza de bomba en un puente local, lo que provoca que la familia de Erin se queje airada de los trastornos de tráfico que causará y el cabeza de familia cargue contra la molicie de los funcionarios: «¿Cuánto tiempo se tarda en desactivar una puta bomba?». En otra ocasión, las chicas (el timorato James se convierte pronto en una más) han de desalojar el cine para que actúen los artificieros y se lamentan de que tendrán que esperar a que Sospechosos habituales se edite en vídeo para conocer la identidad de Keyser Söze. Y más adelante, el autobús en el que viajan para asistir a un concierto es interceptado por los soldados, que toman por una caja de explosivos la maleta con botellas de vodka que Michelle ha colado de matute en el vehículo.

Derry Girls está habitada además por un grupo de secundarios extraordinariamente bien trazados, complejos y acosados por sus propias contradicciones, que constituyen el contrapunto a las aventuras, muchas veces catastróficas, de las púberes protagonistas: los padres de Erin, el paciente Gerry y la alterada Mary; la estúpida hermana de esta, Sarah; y el padre de ambas, el ultranacionalista Joe, que la ha tomado con su yerno y le exige a toda hora que se aleje de su hija.

Mención especial merece la hermana Michael, la monja que dirige el colegio, dueña de un ingenio cínico y cáustico que corta el aliento al más templado. «Si alguien se siente ansioso, preocupado o tal vez solo quiere charlar, por favor, que no me venga llorando», advierte a sus alumnas, y días después anuncia así la partida de una monja que ha aceptado un empleo de maestra en Belfast: «Tristemente, la hermana Patrick ha decidido dejarnos. Retomará su trabajo de misionera educando a los habitantes paganos de un lugar primitivo y salvaje».

Un elemento de la comedia activa de una forma especial la nostalgia de quienes fueron jóvenes en los 90: la música. Suenan temas de Blur, REM, The Corrs, y el pasaje más emotivo de toda la serie viene marcado por ella: mientras la pandilla baila con desenfreno al ritmo de ‘Like a Prayer’, de Madonna, la familia de Erin recibe por televisión la noticia de un nuevo y pavoroso atentado, y ‘Dreams’, de The Cranberries, va acallando a la reina del pop. Así es Derry Girls, en el fondo tan parecida a la vida real: los hechos alegres y tristes, la euforia y el abatimiento, se amontonan desordenadamente en nuestras biografías, y lo único que cabe es seguir dando vueltas al sol con el mejor ánimo posible y mucho sentido del humor, que constituye el remedio más eficaz contra el miedo y la tristeza.