"A mí me gusta estar aquí y, además, Aranda es un centro"

I.M.L.
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Afincado en la capital ribereña desde los 7 años, sus vecinos le reconocen su valía y pasa a engrosar la lista de Hijo Adoptivo de la capital ribereña, una distinción que recibe mañana en un acto institucional, junto a una exposición con su obra

"A mí me gusta estar aquí y, además, Aranda es un centro"

Lejos de la imagen del artista inaccesible, Néstor Sanmiguel Diest se muestra cercano, locuaz, hasta humilde. Nos recibe en su estudio, rodeado de papeles y lienzos, blancos, en proceso o terminados, con música de fondo y nos abre las puertas de sus recuerdos, vitales y artísticos en una charla personal, desprovista de grandes conceptos del Arte. Su nombre resuena en las grandes ferias internacionales desde 2012 como un gran descubrimiento, pero él siempre estuvo ahí, con su arte, paciente y convencido de que su particular estilo creador le diferenciaría del resto.

¿Entiende qué ha motivado su nombramiento de Hijo Adoptivo de Aranda?

Cuando me lo comunicaron, no sabía ni de lo que me estaban hablando, me dijeron que ya lo habían consultado con los partidos políticos y que habían dicho que estaban de acuerdo, que si yo lo estaba, y les dije ¡¿pero no sé qué es eso de Ser Hijo Adoptivo?!, me lo explicaron muy resumido y entre los motivos me dijeron que era por haberme mantenido trabajando en Aranda.

Invitaciones para irme de Aranda he tenido muchas, y empadronarme en otros lugares, como en Madrid y, sobre todo, en Euskadi, porque tantos años trabajando con ellos me consideraban un artista vasco, lo que he tenido que desmentir y aclarar muchas veces.

A mí me gusta estar aquí y, además, Aranda es un centro, te puedes mover a cualquier sitio.

Usted llegó a Aranda con siete años, ¿qué recuerda de aquel momento?

Cuando vinimos a Aranda desde Zaragoza, porque la antigua Moradillo fichó a mi padre, él nos decía que Aranda iba a ser maravillosa, y nos encontramos con un pueblo típico de Castilla, con solo una calle adoquinada, la calle Isilla, con el convento de las Bernardas hundido, con cráneos y esqueletos por allí, y las pandillas de chicos jugando a tirarse calaveras y huesos. Además coincidió que llegamos en época de matanza, que nosotros no conocíamos, y veíamos ahí quemando a un bicho o degollándolo en mitad de la calle. Y decíamos ¡dónde hemos venido!

Todos estos recuerdos están viniendo ahora a mi cabeza con esto del Hijo Adoptivo porque intentas atar cabos para saber qué te ha podido unir a esta ciudad durante tanto tiempo, sobre todo cuando has tenido tantas ofertas para irme a otro sitio, sobre todo a Madrid porque allí estaba el centro de todo.

¿Y tiene respuesta a esa pregunta?

No tengo muchas respuestas, nada más que aquí me siento bien, como en casa. Aquí hice el Bachillerato, el Preuniversitario, las primeras chicas en las que te fijas son las de aquí, toda la adolescencia la pasa aquí,… van quedando demasiadas huellas.

Y aquí comenzó a pintar...

Cuando empiezas a pintar, coges tu caballete y sales al campo a hacer paisajes. Aún conservo tres en casa.

La primera persona que me cogió por banda, que eso prácticamente nadie lo sabe, fue Luis Kroll, que en paz descanse, cuando yo tenía solo 10 años. No sé lo que vería en mí pero me trató casi como un igual. Estaba haciendo una sustitución en el instituto y me pilló haciendo un dibujo en la pizarra o algo. A partir de ese momento, me tuvo de ayudante para hacer decorados para las obras de teatro, me enseñó cómo pintar las piedras para que pareciesen piedras, cómo pintar los vidrios de las ventanas,… mientras yo seguía haciendo mis historias, que tenían mucho que ver con lo que luego fue la psicodelia. Él fue el que me metió el primer entusiasmo y me convenció de que yo podía hacer algo interesante. Y desde entonces no lo he dejado.

En ese despertar a la pintura, tuvo en su padre a uno de sus grandes aliados e instigadores.

Yo en el lecho de muerte le prometí a mi padre que aprendería bien los oficios del artista, porque él estaba empeñado en que lo mío era pintar, que me dejara de historias, él lo veía con una claridad muy grande.

Se tuvo que morir para hacerle caso a mi padre, pero en ese momento no tenía prisa, tenía trabajo de patronista, porque estudié corte y confección a la alemana en Madrid, trabajando al milímetro, de eso que puedes cortar, confeccionar la pieza y entregarla al cliente perfecta.

Eso de trabajar al milímetro debe ser una de las cosas que me ha quedado de esa época.

¿Cuándo sintió que podía considerarse a usted mismo un artista?

Hasta el año 1988, a raíz de una exposición en Vitoria, donde veía que otros artistas me trataban como si fuera un maestro a la antigua usanza, me hizo pensar que había terminado mi época de aprendizaje de los oficios de pintor, desde montar el bastidor hasta la obra final, que es lo que sigo haciendo ahora.

A raíz de esta exposición, pensé que había llegado el momento y empecé a darle vueltas y a investigar, porque yo tenía claro que tenía que tener un diferencial, no porque yo me lo hubiese inventado sino porque había una frase de Picasso, para mí enigmática, que decía que hasta que una persona no encuentra la forma de diferenciar sus pensamientos personales de los artísticos, es inútil, no llegará a ser un gran artista, y yo quería aspirar a eso.

Encontrar ese diferencial es un proceso largo. Yo no dejé de pintar y me seguí moviendo en ese campo.

Pero durante toda esa etapa, usted compaginaba la creación con su trabajo de patronista...

Sí, hasta que en 1999, me dije: He cumplido 50 años, si no lo hago ahora, no lo haré nunca. Cogí el teléfono, llamé a mi jefa y le dije que dejaba el trabajo.

Tras ese cambio, tenía varias alternativas para decantarme, y lo hice por las oscuridades y las sombras, y cuando me di cuenta llevaba dos años haciendo pequeñas obritas, con una colección increíble. Y podía haber seguido 20 años más porque sería todo siempre distinto, de alguna manera.

Tomada esa decisión, había que dar un margen de cuatro o cinco años para lograr incorporarme al sistema del Arte. Y fue en 2004 cuando la Junta, sorprendentemente para mí, me propone hacer una exposición itinerante por la comunidad. Un proyecto que presentaron dos personas que han sido importantes en mi vida, uno fue Rufo Criado, que en ese momento era el director del CAB de Burgos, y el otro Rafael Doctor, que venía de trabajar en el Reina Sofía y que luego sería el fundador del MUSAC.

Y hasta ahora.

En ese recorrido vital y artístico, ¿dónde queda A Ua Crag?

Queda muy antiguo, allá, lejos, fue un punto de inflexión… El nacimiento parte de dos personas en exclusiva, de Rufo Criado y mía, que teníamos los estudios en el mismo edificio, en la travesía Cascajar.

Hubo tentaciones de montarlo en Madrid, incluso invitaciones con local y todo, era una tentación enorme pero creía que desde el pueblo se nos va a oír mejor el grito, porque en Madrid está todo el mundo gritando, pero aquí estamos en solitario, no solo en el pueblo, sino en toda la comunidad prácticamente.

Pero estuve poco tiempo, cinco años, y me fui por pura crisis interna. Sirvió para introducirnos en el medio artístico, pero entonces mi papel empezaba a desdibujarse, mi tendencia de hacer una obra colectiva, no como suma de individualidades sino una obra que pudiese firmar A Ua Crag como tal, fue desechada.

Desde entonces, y tras otros proyectos colectivos como El Segundo Partido de la Montaña y El Distrito Rojo, ha trabajando en solitario. En 2012 se produjo el boom del interés por su obra. ¿Qué cambió entonces? ¿Y qué le queda por hacer?

No ha habido cambio, más allá de la propia evolución creativa. Me he limitado a trabajar lo mejor que he podido y sabido, he insistido en intentar llegar a un nivel de perfección no habitual en el arte contemporáneo cuando empecé, porque yo creía que era lo que me iba a diferenciar de otros, el trabajo manual, el incorporar letra y texto como pintura, sobre todo la manualidad.

Yo tenía unas aspiraciones que pensaba que no se iban a cumplir jamás, evidentemente aún quedan muchas no se van a llegar a cumplir. Hombre, yo me sentiré realizado, cuando haga una muestra individual en el MOMA de Nueva York, porque de picar, picas alto. Igual que cuando empecé a pintar, de fijarme en alguien, me voy a fijar en Matisse, en Picasso, en los grandes, en los que yo considero grandes. En la pintura clásica, mi referencia es Boticheli, por la minuciosidad, no me voy a fijar en Velázquez, me fijo en los que me interesan por mis gustos y por mi oficio.