Valca, el sueño velado

R.Pérez Barredo
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Funcionó durante medio siglo y dio empleo a más de 400 personas. La fábrica de productos fotográficos Valca, disuelta hace ahora 25 años, languidece a la orilla del Cadagua como si el tiempo se hubiese detenido en su interior

Valca, el sueño velado - Foto: Alberto Rodrigo

Como si hubiese sonado una sirena de emergencia y hubieran tenido que evacuar a la carrera -dejando todo tal cual estaba- para nunca volver. O como si se hubiese producido una extraña paradoja, una alteración en el espacio-tiempo, y quienes estaban allí se hubiesen esfumado de repente, como desintegrados, quedando como únicos testigos de su presencia las facturas que uno cerraba en una carpeta, la taquilla con la bata que iba a ponerse otro, los recipientes de cristal con productos químicos que manejaba éste, el negativo que tenía en las manos aquel... En el interior de Valca lo único que parece haber sucedido en los últimos 25 años es el tiempo, que incluso ha sido indulgente con muchas de las zonas de la gigantesca empresa de productos fotográficos, milagrosamente a salvo de la ruina segura que provoca la humedad y el abandono. El río Cadagua resuena alegre y vigoroso junto a los mudos edificios de la factoría menesa; contrasta el paisaje agreste, verde y fecundo del valle con la silueta gris de las fachadas, con las ventanas y puertas abiertas, las verjas herrumbrosas, los cristales rotos, el zureo de las palomas. Y el silencio.

No hay duda sobre la condición del edificio más cercano a la carretera: las vidrieras de color revelan la existencia de la capilla, que curiosamente compartía espacio con el economato, las cocinas y el comedor, como si el alimento espiritual no pudiera estar separado del corporal para un mejor rendimiento laboral. La sagrada estancia está completamente vacía, no así la otra: la documentación -facturas, albaranes, pedidos, libros de cuentas- abunda en suelos, armarios, carpetas y cajas perfectamente dispuestas, ordenadas por años. Sobre una mesa se marchita un calendario del año que está escrito en rojo en la memoria colectiva de la fábrica, de la localidad de Sopeñano en que se ubica y por extensión de todo el Valle de Mena: 1993. El año en el que todo se detuvo. El año en el que el sueño de Valca, y de las cerca de cuatrocientas personas que trabajaban en la empresa, quedó velado para siempre después de más de medio siglo de próspera y tenaz existencia a orillas del río Cadagua. Fue en febrero de 1994, hace ahora un cuarto de siglo, cuando se hizo vigente la disolución de la compañía después de que la junta de accionistas tomara aquella decisión el verano anterior.

Hay también en el economato vestigios de la lucha de los trabajadores que porfiaron hasta el último momento por evitar el cierre: pancartas reivindicativas y enseñas sindicales se arrumban en rincones, junto a las paredes desconchadas, sobre las estanterías, entre cajas de carretes fotográficos y otros restos del naufragio de la historia. El piso superior impresiona por su amplitud: en la antesala del comedor hay una chimenea. El resto está vacío, a excepción de unos cuantos bidones.Allí se celebraron las últimas asambleas de trabajadores.Entonces las paredes y los techos lucían de un blanco impoluto y la barra del bar exhibía su completa carta de bebidas. Hoy todo se muestra desconchado y apenas quedan unas cuantas botellas vacías de cerveza, ponche y cinzano, naipes desordenados, palilleros, servilleteros y una paellera oxidada. La amplia cocina ofrece, sin embargo, un aspecto desolador en una de sus dependencias, como la de una casa recién bombardeada, comida por los escombros, las bolsas de basura y restos de utensilios.

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