Los susurros del Duque y el vino del cura Merino

I.L.H.
-

HEMEROTECA| Las rutas 'Descubre otro Lerma bajo tus Pies' recorren los pasadizos que construyó el duque y las bodegas donde los vecinos se escondían de los franceses. Para conocer esa Villa Ducal oculta hay que reservar plaza llamando al 947 17 70 02

Los vecinos se escondían de los franceses en las bodegas. - Foto: Luis López Araico

Pasadizo suena a secreto, a susurro, a pasajes que se ocultan de las miradas ajenas, citas a escondidas y misterio. Bodegas conectadas evoca a largos laberintos pensados solo para iniciados, galerías privadas con las que comunicar todo un pueblo y pasillos abiertos a las contraseñas. El mito y la leyenda ha alimentado ese Lerma enigmático e impenetrable, aunque en realidad ni Felipe III utilizaba esos pasos estrechos para mantener encuentros secretos con las monjas ni las bodegas constituían otro pueblo entero excavado en la tierra. Aún así, hay un Lerma oculto y sigiloso que esconde algún que otro misterio, una villa en la penumbra en la que se escuchan los susurros del duque y huele al tinto que bebía el cura Merino, un pueblo de incógnito que solo abre algunos días a las miradas extrañas y que, sobre todo, subraya el ingenio de los habitantes de esta zona del Arlanza.

Los pasadizos en altura que conectan los edificios religiosos datan del siglo XVII y tienen que ver con la figura del duque de Lerma, las aficiones de un rey al que llamaban El Piadoso y al contexto político. El conjunto monumental (palacio, colegiata, seis conventos, siete ermitas, dos molinos, una imprenta, huertas, casas, cotos de caza...) se construyó en diez años. Francisco de Sandoval y Rojas necesitaba levantar con urgencia una villa para el recreo y entretenimiento de Felipe III porque -en palacio ya se sabe- las conspiraciones podían hacer cambiar de opinión a un monarca o incluso derrocarle, así que había que darse prisa para tener al rey contento y continuar con su favor. La intención del noble era mantener entretenido al monarca y así poder gobernar él en su nombre. Para conseguirlo, el duque de Lerma tuvo unos 2.000 obreros trabajando de continuo en un pueblo que en esa época contaba con 300 habitantes.

Cuando el duque de Lerma ideó arquitectónicamente la villa se imaginó al rey paseando entre las iglesias sin tener que encontrarse con la plebe, a resguardo del frío y sobre todo sin necesidad de poner en marcha el protocolo que un paseo real exigiría. En esa época no se temía un atentado contra el monarca, pero con estos recorridos desde el palacio que podía hacer de manera rutinaria se los evitaría. "Era, sobre todo, una cuestión de comodidad", apuntan Gustavo y Claudio, técnicos del Centro de Interpretación Turística y encargados, junto a Héctor, de realizar las visitas guiadas que se realizan los sábados de marzo y abril.

Las rutas 'Descubre otro Lerma bajo tus Pies' recorren los pasadizos que construyó el duque.Las rutas 'Descubre otro Lerma bajo tus Pies' recorren los pasadizos que construyó el duque. - Foto: Luis López Araico

El tramo de pasadizos que se conserva une el convento de Santa Teresa (cuyo claustro alberga hoy el Ayuntamiento y la oficina de Turismo) con el de Santa Clara, justo encima de los arcos del mirador. El resto son hoy viviendas.

En palanquín. Como la excusa de los pasadizos era el rezo, las galerías tenían una salida en cada edificio religioso. De escasa altura para que pudiera ser calentado fácilmente, tenía aseos, obras de arte como el Apostolado de Rubens, tapices y candelabros, y pequeñas ventanas con cuartillos que el criado iba abriendo y cerrando según avanzaba el rey.

Aunque lo que progresaba no era el monarca, sino el palanquín en el que se le transportaba. Una réplica de esa pequeña carroza llevada en andas se expone dentro del recorrido visitable. Observando el palanquín y recorriendo los pasillos mientras la voz del duque resuena entre sus paredes es fácil imaginar la vida palaciega y los cuchicheos de los nobles. De hecho sus sombras y fantasmas perviven entre conventos, dejando que suene el eco de lo que fue en el siglo XVII, cuando Lope de Vega se inspiraba en la villa para escribir La burgalesa de Lerma y el duque tenía aún el favor del rey y no había sido destituido por el conde-duque de Olivares. El protagonista cuenta su final en primera persona, aludiendo al destierro que sufrió en 1618 y su decisión de convertirse en cardenal (hay quien dice que por la impunidad que otorgaba el morado).

Al concluir el recorrido el visitante no solo sabe del duque; ha tenido tiempo de asumir el pasado de Lerma desde la prehistoria, la presencia romana y los asedios que vivió el castillo de los Lara, hoy convertido en parador. De las murallas y fosos que lo protegían no queda nada porque en 1336 el rey Alfonso XI decidió quedarse para comprobar su desmantelamiento.

Esos tiempos de asaltos y combates fomentaron durante décadas el ingenio de los lermeños que, lo mismo que aprovecharon los proyectiles de catapulta para otros menesteres, convirtieron sus bodegas en el escondite perfecto de los guerrilleros del cura Merino.

Oculto para los franceses. Igual que en tiempos romanos Lerma ocupaba un lugar estratégico (la calzada pasaba por Tordómar), durante la Guerra de la Independencia fue asediada por las tropas francesas porque era paso obligado de las rutas de correos y convoyes.

La guerra de guerrillas del cura Merino en el siglo XIX hizo frente a los gabachos con el apoyo de los lermeños que, conectando sus bodegas subterráneas, crearon un entramado en el subsuelo inaccesible para los foráneos.

Aquel laberinto a la luz de las velas sirvió para esconderse de los franceses y mantener la garganta humedecida porque como lagares que eran custodiaban barricas de vino del Arlanza. El vino que bebía el cura Merino envalentonaba a los guerrilleros, les servía para brindar por sus victorias y para ahogar las penas por el asedio francés. Para el enemigo, en cambio, era difícil recorrer sus galerías por no conocer los accesos y, sobre todo, porque suponía meterse en la boca del lobo.

De las conexiones de las galerías en el siglo XIX nada queda porque una vez acabada la guerra cada dueño tapió su lagar dejándolo como antes. Sin embargo tampoco existe un inventario de bodegas actual: "No hay planos y en su mayoría ni siquiera están escrituradas. Las bodegas se quedan dentro de la familia y no existe un propietario único. Tampoco coincide la abertura subterránea con la estructura de la casa que está encima, sino que las galerías discurren por donde pueden, pasan por debajo de otras casas e incluso hay vecinos que tienen servidumbre de paso accediendo por la casa de otro".

En la visita que realiza el Centro de Interpretación Turística se recorren tres bodegas, la que existe en el propio convento de Santa Teresa y otras dos particulares. Acceder a ellas es adentrarse en las profundidades de la tierra alumbrados por velas, como lo harían las generaciones de otros siglos.

La primera particular discurre hacia la plaza del mercado viejo, debajo del templete: "Explicamos la forma de picar y que el nivel friático está más alto que las bodegas, por lo que se excavaba por sonido buscando la veta de arcilla", sostienen Gustavo y Claudio, mientras detallan que no se excavaba de frente como una mina, sino hacia abajo. "No va por donde quieras, sino por donde puedes", subrayan.

La oscuridad, la humedad y sus sinuosos recorridos hacen de ellas espacios para compartir secretos y confesiones entre copa y copa. Como había diferentes formas de posesión (un palanque con tu cuba, cubas empotradas, el pasillo...) lo normal era encontrarte con tu vecino y, en el trasiego, brindar por los caldos propios y ajenos.

Durante le paseo entre cubas, garrafas, cántaras, aperos de época, botellas vacías y cuencos de barro los técnicos y guías repasan las ordenanzas de 1594 sobre el funcionamiento del vino, la forma de venderlo, los precios, las multas, el consumo, quién podía vender, quién no... "Estamos hablando de que en esa época era más saludable beber vino que agua, porque el agua no era potable. Un matrimonio con dos niños consumía una cántara semanal (16 litros)".

De nuevo en la superficie y mirando al suelo las calles contienen los respiraderos de las bodegas a pie de calzada. El laberinto del segundo lagar particular es aún más amplio y profundo: hay que descender dos pisos y el puzzle es tan grande que hasta se señalan las salidas a las calles con las que comunica. Qué pena de planos y de inventario para conocer lo que queda del Lerma que hay bajo los pies. Al menos la imaginación y los datos que aportan los guías ayudan a fantasear con los logros del vino del cura Merino.

Pasadizos que evitaban el encuentro con los plebeyos y bodegas conectadas para luchar contra los franceses. Las galerías ideadas por Francisco de Sandoval y Rojas y los lagares subterráneos que acoplaron los guerrilleros denotan el ingenio de quienes poblaron esta zona del Arlanza.