Hemos pasado la primera hoja en el calendario de 2021 y las noticias negativas parecen imponerse por goleada. Basta con enchufar la televisión, leer la prensa o escuchar la radio para comprobar que la situación real no es como esperábamos el 31-D, con las uvas y el cava en la mano. «Nada puede ir peor», rumiábamos. Pero la covid-19 experimentó un repunte aparatoso. La tercera ola emergió con rabia, posiblemente como premio a las irresponsabilidades navideñas de muchos. La economía española se ha abonado al sufrimiento, y algunos sectores se encuentran en el límite de su resistencia, sin ver luz en el corto plazo. Por si fuera poco, la administración de la vacuna va a un ritmo muy inferior al anhelado, si nos comparamos con Reino Unido e Israel, que poseen porcentajes de inmunidad muy superiores al nuestro. 

El nuevo año, rebelde él, tambaleó incluso los símbolos. El día de Reyes vimos cómo una democracia que parecía tan consolidada como la de Estados Unidos tiritaba por la okupación del Capitolio, hasta entonces símbolo inviolable de la gran nación americana.

La madre naturaleza y el clima tampoco ayudan mucho. Una nevada histórica bloqueó Madrid y todos sus radios de influencia durante 15 largos días. Recientemente las entrañas de Granada han puesto a prueba el temple de sus habitantes. El origen de tanto seísmo, según los expertos, se debe a que la zona de la Vega de la provincia está sobre el límite de las placas tectónicas euroasiática y africana, que se aproximan y friccionan entre 4 y 5 milímetros al año. 

La probabilidad, como su nombre indica, no es una ciencia exacta: no parece probable que todo cambie de la noche a la mañana. Pero nunca en la historia se han perpetuado las tendencias negativas. Llegará un día en que virus, vacuna, crisis económica y castigos naturales formen parte del pasado, como un mal sueño. Y está en nuestra mano que esa primavera llegue antes. La incertidumbre pasa reválida cada día: basta con ser responsables.