Una belleza en el ojo del huracán

R.P.B.
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La Catedral vivida (2)Una madrugada de vendaval el primigenio cimborrio se vino abajo. Reconstruido con proyecto de Juan de Langres, otro torbellino a punto estuvo de arruinarlo de nuevo unas décadas después

Felipe II dijo que esta maravilla arquitectónica «más parecía obra de ángeles que de hombres». - Foto: Valdivielso

Aquel hombre tenía fama de gran predicador. Sus sermones eran de una belleza extraordinaria, rayana en el hechizo. El propio emperador Carlos V había dicho de él que era capaz de conmover a las piedras. Pero a Tomás de Villanueva lo precedía también cierta aureola profética, de la que los burgaleses jamás dudarían y de la que harían memoria durante siglos después de que el futuro santo vaticinara el hundimiento del cimborrio de la Catedral que Juan de Colonia había levantado con verdadera espectacularidad para admiración de todo el mundo. Tomás de Villanueva era prior del convento de San Agustín en el año de nuestro señor de 1539 y mantenía una excelente relación con el Cabildo catedralicio, de ahí que no pocas veces predicara en el templo metropolitano.

Sin embargo, aquella profecía no sorprendió a todos: la maravillosa obra arquitectónica había arrastrado muchos problemas desde su construcción. Tan es así, que sin haberse culminado se hizo muy necesario introducir continuas mejoras y arreglos que exigieron un continuo desembolso: decenas de miles y miles de maravedís trataron de sostener la fabulosa fábrica, realizada con innovadores sistemas constructivos que se asentarían en las décadas venideras pero que quizás habían sido demasiado audaces -y no del todo estables- en el caso que nos ocupa. Así, en el seno del propio Cabildo hubo voces que se cansaron de alertar del riesgo de un hundimiento y de la inutilidad de invertir en refuerzos y parches: el canónigo Juan de Lerma, a la sazón arcediano de Briviesca, desconfió siempre, llegando a enfrentarse a canónigos poderosos como Diego de Santander y Diego de Castro, quienes impusieron su influencia para que los arreglos continuaran en el convencimiento de que nada sucedería.

Pero sucedió. En la madrugada del 3 al 4 de marzo de 1539 se hundió el cimborrio de Juan de Colonia, tal como había vaticinado Tomás de Villanueva, a lo que contribuyó un fenómeno natural, un viento huracanado y devastador. Al precipitarse al suelo desde tamaña altura, el cimborrio arrastró varias bóvedas de la nave central y del transepto y quedaron dañadas cubiertas, arquerías, el coro e incluso el órgano. Fue un golpe durísimo para el Cabildo y para la ciudad. Sin embargo, la reacción fue inmediata: horas después de la tragedia los capitulares se conjuraron para levantar lo más rápidamente posible un nuevo cimborrio pese a que las arcas flaqueaban. Varios canónigos fueron comisionados para solicitar ayuda a instituciones y particulares. De forma anónima, los burgaleses hicieron donativos en las semanas siguientes, llegando a alcanzarse por estos la nada desdeñable cifra de 7.000 ducados.

Las labores de desescombro se prolongaron durante todo ese año, tiempo más que suficiente para que se pensara en un proyecto que diera lugar a un nuevo cimborrio; uno que -tenían claro los canónigos- debía ser tan espectacular como el que se había hundido. O más, si eso era posible. En aquellos años, varios maestros gozaban de reconocido prestigio, de Juan de Vallejo a Felipe de Vigarny. Este último era el favorito de la mayoría de los capitulares, pero se hallaba instalado en Toledo, trabajando en la catedral primada. Nunca se supo si el borgoñón visitó Burgos tras el hundimiento del cimborrio para dar su opinión sobre la nueva construcción o si, por el contrario, un emisario recabó su juicio y parecer en la propia capital manchega. Sea como fuere, y aunque se le reconoció como durante siglos como autor de esta nueva maravilla, fue Juan de Langres, de origen francés y artista del entorno de Vigarny, quien cobró 82.061 maravedís entre otras cuestiones por presentar un modelo para la ejecución del cimborrio.

Si bien fue el maestro Vallejo quien se encargó, en las tres décadas siguientes, de llevar a cabo aquel proyecto. El Cabildo superó varias crisis económicas y no pocos desencuentros en su seno para alcanzar, en 1569, el sueño de ver hecho realidad el nuevo cimborrio. Se dice que al terminar de descubrirse la magna obra, ya exenta de andamios, el maestro de obras Juan de Vallejo, fascinado ante la contemplación de aquella nueva maravilla, tan grandiosa, tan etérea, tan rabiosamente hermosa, tuvo un ataque de ansiedad y huyó como alma que lleva el diablo temiendo que, otra vez, aquella construcción se vendría abajo.

 

COMO UNA MALDICIÓN

Y no anduvo desencaminado el maestro de obras. Porque si nos atenemos a los hechos acaecidos unos años después, podría hablarse de una construcción maldita. Pese a su arrebatadora belleza. O tal vez por eso, por haber constituido un desafío arquitectónico. Lo cierto es que el segundo cimborrio a punto estuvo de seguir los pasos del primero unas décadas más tarde. Y también empujado por la fuerza de la naturaleza, por otro huracán. El 16 de agosto de 1642, festividad de San Roque, el cielo decidió desplomarse sobre Burgos. Una tormenta bíblica, acompañada por torbellinos violentos, se cernió sobre la capital castellana como una plaga que estuviera empujada por la furia de un dios iracundo.

Las agujas del crucero fueron las primeras en caer, causando enormes destrozos en cubiertas, balaustradas y esculturas, afectando a varias bóvedas del templo y al propio cimborrio. Los burgaleses se temieron lo peor: que aquella joya que había vuelto a ser construida con enorme esfuerzo volviera a desaparecer ante sus ojos. No sucedió, por fortuna. Gracias, de nuevo, a la reacción del Cabildo, de los ciudadanos y de las instituciones, que volvieron a rascarse el bolsillo de lo lindo. Pocos años después, la grandiosa linterna del crucero ya estaba rehabilitada. Un tercer huracán volvió a poner su ojo en el bello cimborrio.Fue en 1703, si bien el vendaval sólo destrozó parte de sus chapiteles, que pudieron ser reparados sin demasiados problemas. Y ahí sigue, como un sueño imposible. Ya dijo Felipe II que más parecía obra de ángeles que de hombres.

*Fuentes: El cimborrio de la Catedral de Burgos: historia, imagen y símbolo. René Jesús Payo y José Matesanz. Institución Fernán González.