Oficio contra el zapato de usar y tirar

G. Arce
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Lejos quedan los años en los que no abundaban las gangas como ahora y las suelas se apuraban hasta el calcetín. Pese a ello, hay clientes y también negocio para los talleres de reparación de calzado

Saturnino Bruña, uno de los últimos 20 zapateros de la capital - Foto: VALDIVIELSO

Reparar zapatos en los tiempos del calzado barato es un logro que aún sortean una veintena de pequeños talleres operativos en la ciudad. Son muy pocos en comparación con los más de 110 que hubo hace no tanto, en los años 80, cuando casi había un zapatero por calle y se llegaban a poner tapas, suelas, tacones o hacer remiendos incluso en los viejos portales, en una cabina improvisada bajo las escaleras de la comunidad de vecinos. De aquel entonces se mantiene un oficio artesano y familiar, mecanizado pero aún muy manual, en el que la experiencia, el saber hacer y el trato personal se valora cada vez más.

Los datos históricos los facilitan los comerciales del sector, los que recorren toda la ciudad vendiendo toda la materia prima para los arreglos. Su lista de clientes ha bajado...

Hoy en día es habitual descartar una reparación porque vale más que los zapatos nuevos. El calzado de importación masiva, de muy baja calidad, apenas admite la segunda vida que proporcionan estos artesanos. Y esta moda del low cost  tan extendida por el sector mata lentamente a este oficio, aunque subsiste un cliente en la ciudad que gasta dinero en zapatos (incluso mucho), los valora, los cuida con mimo y no los deja en cualquier mano.

Paradójicamente, los zapateros aseguran que tienen más encargos que nunca y las estanterías llenas de pares, aunque los trabajos más manuales (el arreglo de cremalleras, el estrechamiento de pierna de botas de señora, los cambios de tacones...) han dejado paso a los más mecánicos y menos sofisticados: tapas, suelas, cosidos... 13 euros un arreglo completo para zapatos de mujer, hasta 16 para los de un hombre.

«Las tapas nunca se dejarán de poner porque las que vienen  de tienda suelen ser de mala calidad o resbalan. Se cambian aunque el zapato sea barato...», cuentan.

poliuretano. Si algo ha cambiado este oficio en los últimos años ha sido la llegada de las suelas de poliuretano, las que equipan las botas de montaña, el calzado deportivo y cada vez más zapatos de calle. Se trata de un material que se degrada en condiciones de elevada humedad, altas temperaturas o de falta de uso prolongado y que -literalmente- se hace migas convirtiendo un calzado de elevado precio en un desecho en apenas una excursión. La sustitución de suelas de botas, zapatillas o pies de gato (calzado de escalada) se ha posicionado como un floreciente nicho de negocio.

Y lo que no cubre el poliuretano  lo ocupan la venta de betunes, cremas, aerosoles antihumedad, desodorantes, cordones de todos los colores y variedades y plantillas. Incluso hay negocios que han entrado en la fabricación de llaves, los mandos a distancia de garajes y un largo etcétera más.

Los talleres de reparación aguantan, prueba de ello es que muchos hunden sus raíces en la familia y muchos artesanos se han curtido desde jóvenes en la escuela de sus padres. «El que no sabe el oficio se nota en seguida, por muchas máquinas que tenga. Al final, el que nos trae un zapato, sea barato o caro, es porque lo aprecia, se siente a gusto con él y quiere seguir usándolo», señala uno de los profesionales consultados.

La crisis económica también se ha notado en el taller:ha habido tiempos, nos explican, en los que no había dinero ni para zapatos nuevos ni para las reparaciones. «La gente estiraba hasta las visitas...». Ahora son otros tiempos, al taller vienen clientes mayores y también jóvenes. Predominan las mujeres, pues ellas aprecian más el zapato, lo asocian a su forma de vestir y no desprecian un par con el que se encuentran cómodas y bien vestidas.