Isabel busca «un compañero» para olvidar la soledad

L.N.
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A los 74 años y después de una vida que califica como «muy dura», esta mujer toma la iniciativa. Quiere encontrar a alguien con quien vivir, salir y disfrutar. Cuenta que se siente sola, pero no tira la toalla

A sus 74 años, Isabel Morgado confía en encontrar a un compañero, con el que pueda salir y así combatir la soledad no deseada a la que se enfrenta en su día a día. - Foto: L.N.

Isabel Morgado se sincera desde el primer segundo: se siente sola. Continuar así, sin nadie cerca, le aterra. Lejos de resignarse, toma la iniciativa y lanza en voz alta lo que muchos, a buen seguro, no se atreven a admitir. Ella quiere encontrar a «un compañero» con el que compartir su tiempo, su día a día. A sus 74 años, busca a alguien para salir «a todos los lados» y, porqué no, para disfrutar lo que hasta ahora, lamentablemente, no ha podido.

La suya es quizás una pequeña historia que probablemente cuente la de muchos de los casi 2,1 millones de personas de 65 o más años que viven solos. En su caso, de forma no deseada. Así que las cuatro paredes de su habitación se le vienen encima. Le acompaña la tele. Reconoce que ve «lo que sale». Sin más historias. Ahora bien, esta extremeña, criada en Bilbao, que recaló hace 30 años en Aranda de Duero aún guarda ánimo y coraje para plantar cara a la vida, la misma que le ha sacudido sin compasión unas cuantas veces. La última, recientemente, con la muerte inesperada de Santos, el que era su compañero y gran amor. Un hombre «encantador» y «muy bueno», como ella misma le define. Con él compartió 15 meses. Cuenta que siempre iban juntos, de la mano y que se cuidaban mutuamente. «Nos queríamos con delirio», alcanza a decir aún entre lágrimas. Pero un infarto se le llevó. E Isabel se ve sola. «Es muy duro», lamenta. Y eso que antes de conocerle había pasado casi treinta años sin pareja. Porque enviudó con 48 años. 

Pero, ay, tener con quien hablar es un enorme paracaídas para la salud. Bien lo sabe ella. Por eso, valora sobremanera las tardes en el centro de mayores Arco Pajarito. Allí precisamente conoció a Santos mientras jugaban al dominó. Acude todos los días, aunque sólo sea por hablar con más gente. Va arreglada como la que más, luciendo unos ojos azules de escándalo. Siempre maquillada. Anillos que no falten. Tampoco collares, brillantes y de colores. Aunque si uno resalta es el que porta el colgante de un corazón que le regaló su Santos. «Si hay baile, bailamos», añade.

Sabe que encontrar a alguien «cariñoso, servicial y amable» no será fácil. Pero lo tiene que intentar. «¿Acaso la gente no juega a la lotería sin saber si les va a tocar?», cuestiona. Por eso no tira la toalla. Quiere estar acompañada. Lo reitera por activa y por pasiva. Al fin y al cabo, se lo merece. Se casó con apenas 17 años y medio. Tuvo que dejar de trabajar. Había debutado en el mundo laboral en una fábrica bilbaína de cadenas de oro. «Soldaba y todo», recuerda como si fuera ayer. Ni siquiera su madre confiaba en que durase más de cuatro días. Se equivocaba. Después saltó a un comercio de fruta. 

Ha tenido que superar la pérdida de varios hijos recién nacidos por una infección. Sólo sobrevivió una y vive en Alemania. También perdió a un nieto. Pero, sin duda, lo que más le duele es la soledad. «He tenido una vida muy dura. Quiero tranquilidad y salir como Dios manda. Vivir bien y a gusto», remarca sin perder el humor. Tampoco la fe. Isabel pide compañía. Lo que a algunos puede que no les parezca tanto, en realidad, es muchísimo.