Lo que se esconde bajo el iceberg de las pensiones

A.S.R.
-

Su inquietud pasa por garantizarse una recta final de vida sin sobresaltos en los bolsillos, por ayudar a sus nietos sin ahogarse en el intento, por vencer a los impuestos, por hallar orejas que atiendan a su experiencia por espantar a la soledad

Marcela Riaño (de pie), Basi Román, Jesús María Estébanez (i.) y Jaime Izquierdo están jubilados pero se mantienen activos en el tejido social. - Foto: Alberto Rodrigo

Son uno de los colectivos más codiciados cuando se avecinan elecciones. Todos los partidos los ponen ojitos. Y ellos se dejan querer lo justo. Gastan genio, sobre todo cuando les tocan donde más les duele: los bolsillos, su tiempo y su familia. Jaime Izquierdo, Jesús María Estébanez, Basi Román y Marcela Riaño se sientan en la misma mesa como representantes de ese codiciado colectivo de jubilados. Y sus peticiones a esos políticos que se rifan su voto van más allá de las pensiones.

Toma la palabra el que más años acumula en el carné. Jaime Izquierdo nació hace 72 años en Huerta de Abajo, mantiene su cargo como consejero de su empresa de alquiler de coches, ahora en manos de sus hijos, y desde hace un año es el presidente de la Federación Provincial de Mayores de Burgos, que aglutina a 235 asociaciones con más de 17.000 asociados en Burgos y provincia. Y su primera exigencia a quienes aspiran a sentarse en el sillón del Ayuntamiento, o en el de cualquier administración, es que sean honestos.

Eso, dice, lo primero. ¿Lo segundo? «Tienen que reconocer a nuestra generación, que va a pasar a la historia de España. Hemos pasado del arado romano a internet, de ver un país tercermundista a ser la cuarta potencia industrial de la Unión Europea. Lo mismo que nosotros hemos contribuido al progreso del país, ellos deben ser honestos y tener en cuenta que hemos trabajado toda la vida y nos merecemos un descanso y una vida saludable», se explaya antes de entrar en harina, que entrar, entra.

Es ahí donde saca sus raíces de hombre de pueblo. En las localidades más pequeñas que salpican la provincia fija su mirada. Para ellas exige atención, más ayudas económicas para que sus gentes puedan acceder a talleres de gimnasia, manualidades u otras disciplinas... y su propuesta estrella: un centro de noche. Se explica: «La gente de día ya tiene sus distracciones, su huerta, sus gallinas y sus conejos, se puede dar un paseo..., pero qué hace a partir de las seis, que en invierno es de noche. Pues si tuvieran un centro donde acudir, con habitaciones individuales, que la gente mayor somos muy raros, con su prensa, sus zonas en común, su desayuno, se podrían mantener en su entorno porque luego por la mañana abrirían de nuevo su casa».

De esta idea toma nota Basi Román. Pero como la presidenta de la Asociación Abuelas de Gamonal no tiene pueblo, copia su idea para los jubilados urbanitas. Y, sobre todo, para las mujeres.

«Hay muchas que están solas en casa, pero que muy solas, y lo del centro de noche en la ciudad sería muy buena idea», apostilla y recuerda que hace años estuvieron recogiendo firmas para construir una comunidad con apartamentos para que las personas mayores que tuvieran su espacio y compartieran los servicios comunes. «Pero no salió adelante. Ningún político nos escuchó», lamenta sin mucha esperanza en que ahora alguno de los candidatos coja ese guante.

He ahí, apunta Román, que trabajó de autónoma en la empresa familiar y como ama de casa, «de lo que las mujeres no nos jubilamos nunca», otro de los problemas de los representantes públicos: no escuchan.

«A las asociaciones pequeñas no nos tienen en cuenta para nada. Nos deberían dejar participar más en la sociedad. Somos muchos los mayores y nos tienen muy dejados», se queja y pone como ejemplo la asociación que preside, que fundó su madre hace 29 años. «No nos ayudan para nada de nada de nada. Antes el Ayuntamiento nos daba una pequeña subvención, ahora nada. Nos financiamos nosotras como podemos. Al final, lo más importante es dejar los problemas en la puerta, aunque también es necesario un mantenimiento. Los recibos de la luz y la calefacción vienen cada mes, pero nos da miedo subir la cuota porque algunas cobran muy poco y no lo pueden pagar. Es muy triste», expone e interpela a Marcela Riaño, una de las socias de esta agrupación con sede en la calle Vitoria.

Asiente Marcela, que es de pocas palabras pero certeras. Ella tiene 70 años, lleva jubilada 18 años, por enfermedad, y hasta entonces estuvo cuidando a ancianos 40 años en Barcelona. Pone sobre la mesa uno de los temas que más ampollas levanta entre el colectivo: las residencias.

«Yo, como voy camino de ello, pediría que, por favor, hubiera más plazas en las residencias públicas. Pagarse una privada es imposible. Los que tienen familia, igual si juntan todos, pueden, pero yo no tengo», anota y aplaude entusiasta la propuesta de crear una comunidad donde compartir servicios comunes y estar acompañada antes de, dice, el irremediable final en una residencia.

Y, aunque vive en la ciudad, Marcela también es de pueblo y considera urgente que incentiven la vida en el medio rural, con trabajos en el campo y en otros sectores. «Se están quedando vacíos», advierte y saca las uñas ante el desmantelamiento de la sanidad pública en estos núcleos: «No pueden cerrar los ambulatorios, son fundamentales para las personas mayores, sobre todo para quienes no tienen coche».

Basi defiende igualmente que en los pueblos se mire por los mayores, pero también por los jóvenes. «Tienen que incentivarlos, que tengan oportunidades, que puedan trabajar con las nuevas tecnologías, para que no vayan solo en verano», comenta.

Y con los jóvenes en el punto de mira continúa la conversación. Toma la palabra Jesús María Estébanez, trabajador de la Firestone desde 1974 a 2009 y secretario provincial de la Unión de Jubilados y Pensionistas de UGT desde hace nueve años.

Su primera exigencia es para los representantes públicos salidos de las urnas el pasado 28 de abril. «Los pido respeto a los trabajadores, es necesario un salario mínimo decente y una reforma laboral decente. La gente anda acongojada», espeta y ese respeto que exige para estos lo hace extensible a las personas mayores, «que en muchas situaciones hacen funciones que correspondería a diputaciones y a  ayuntamientos,  como el cuidado de los nietos».

Surge así otro de los temas espinosos que hace saltar al resto de colegas. «En las parejas deben trabajar los dos porque los salarios no dan y a los abuelos los cargan, están sacrificados. Estos deben cuidar de los nietos por devoción, no por obligación. Son necesarios más servicios que atiendan a la ciudadanía de los que hay ahora», reivindica Estébanez y reconoce que él ve los toros desde la barrera porque aún no es abuelo.

Tampoco lo es Basi, pero le da la razón. Y a la bandera se suma Jaime. «Si hubiera salarios más altos, dignos, podrían tener una persona para cuidar a los hijos y serían necesarios menos recursos sociales públicos», aventura.

Y de los hijos, a los padres. Basi se enerva cuando saca el tema del impuesto de plusvalías, el tributo que se abona al donar o vender un inmueble, en su caso, la casa de su madre. «Te toca pagar por recibirla como herencia y por querer venderla. ¡Pero es que estamos en un país de ladrones!», se enfurece y cuenta con la complicidad del resto de los jubilados en esta afirmación cargada de la experiencia de quienes peinan canas, pero quieren lucirlas en movimiento, no parados.