"En los bares siempre se hace mucho trabajo periodístico"

ANGÉLICA GONZÁLEZ
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No presiden, no representan, no quieren foco... Pero son parte esencial de esta ciudad. La crónica de Burgos se escribe en las vidas de quienes ayudaron a construirla. Jaime Valdivielso es uno de esos hombres y esta es (parte) de su historia

"En los bares siempre se hace mucho trabajo periodístico" - Foto: JUAN LAZARO

* Este artículo se publicó en la edición impresa de Diario de Burgos el 18 de mayo de 2020

Jaime Valdivielso (Revenga, 1948) fue durante dos décadas uno de los redactores de Diario de Burgos testigos del cambio de paradigma que se produjo en los medios de comunicación entre los años 80 y 90 del siglo pasado. Durante el tiempo que trabajó en el periódico, este pasó, como todos los de la época, a ser un producto moderno y preocupado además de por el contenido por el aspecto del continente. Ahora, ya jubilado y dedicado a escribir, pasear y a dibujar y con un pie en Madrid y el otro en Burgos, recuerda que junto con Javier Gutiérrez y Gonzalo Bárcena, otros dos nombres míticos de la Casa, fueron por otras provincias -se acuerda especialmente de un viaje a Mallorca- para conocer qué se estaba haciendo en las diferentes cabeceras, y que fue por entonces cuando DB se ordenó en secciones (Local, Economía, Internacional…) y empezó a cuidar más su portada y a pensar en su diseño, en el que muchas veces participó.

Allí estaba él, siempre callado, serio y cálido a la vez, con un conocimiento enciclopédico de casi todo, la palabra siempre precisa y la generosidad y el dato necesario e imprescindible para completar y mejorar el texto de cualquier compañero. "Cuando yo llegué se empezaban a dejar atrás los tiempos en los que se corregía a mano, lo que ocasionaba muchas anécdotas como la que siempre se recordará y yo creo que se la sabe todo el mundo que trabaja allí de un meritorio que en vez de colocar en orden las letras de ‘el credo de Franco’, con motivo de los 25 años de paz, las bailó y puso ‘el cerdo de Franco’. Por suerte, alguien se dio cuenta y no se llegó a publicar semejante frase, como nos contaba Juanjo Calleja, que fue redactor-jefe y del que tengo un maravilloso recuerdo".

Eran, como decimos, tiempos de modernización pero aún al periodismo le quedaban resabios de cuando era un oficio noctámbulo y una miajita canalla. Y sí, Jaime recuerda que no había un solo día en el que no se terminara el trabajo sin reunirse todos alrededor de un vino y que eran muy frecuentes los trasnoches con cenas, copas y tertulias hasta bien entrada la madrugada pues era un trabajo del que no se salía precisamente pronto.

Valdivielso, que llegó a ser redactor-jefe, reconoce que disfrutó mucho de todo eso pese a que la de ser periodista no fue la primera de sus vocaciones. A él siempre le habían gustado los números y quiso marcharse, tras terminar el Preu, a Deusto a hacer Económicas. Pero algún problema burocrático le complicó el proceso y terminó en el Instituto de Periodismo de la Universidad de Navarra, el germen de lo que ahora es la Facultad de Comunicación de aquella institución académica.

Tres años después, y ya con la titulación debajo del brazo (entonces era esa su duración), se marchó a Bilbao a completar los cinco de Económicas. "Era el final de los años sesenta y la cosa estaba revuelta aunque yo nunca tuve una militancia política en aquellos tiempos, mis intereses eran otros, sobre todo la música y la lectura, lo que no impidió que recibiera algunos palos simplemente por estar allí, como ocurría tantas veces".

Buen estudiante, "de los que aprobaban todo salvo una vez que suspendí Matemáticas para septiembre, una asignatura que nos daba el Hermano Pi, que yo creo que le llamábamos así por lo del número 3,1416", el periodista/economista nunca ha renegado de sus orígenes rurales, más bien al contrario, lleva a gala ser de pueblo e hijo de un agricultor al que ayudaba todos los veranos, es decir, que conoció antes la azada que la grabadora.

"De mi infancia tengo recuerdos muy emotivos, como el de don Juanito, un maestro soberbio con el que aprendí mucho, y doña María Jesús Urdiroz, que fue quien le dijo a mi padre que me tenía que mandar a estudiar a Burgos, lo que hizo con esfuerzo porque tampoco teníamos mucho dinero. De no haber sido por ella seguramente ahora seguiría en el pueblo siendo un agricultor más". Así que con 10 años llega a la capital como interno en el Colegio La Salle, del que dice que para esos años era de lo más liberal, "tanto, que la Religión es una asignatura considerada una maría, de las que se aprobaban sin estudiar": "Algunos amigos dicen que los curas nos pegaban pero yo no lo recuerdo, si acaso algún sopapo cuando hacíamos alguna trastada en el dormitorio, pero nada muy reseñable".

El Burgos de aquel tiempo está en su memoria como un lugar "más en blanco y negro que ahora, por supuesto, pero donde tampoco lo pasé mal", y en el que se sucedían las visitas que le hacían su padre y su tío Abilio, que llegaban en el autobús de línea y con los que iba a comer al Iturriaga, en los Soportales de Antón, o al Arriaga, en la calle Laín Calvo. En La Salle hizo Bachillerato y Preu.

A ese mismo Burgos en blanco y negro iba y venía en las vacaciones de los estudios universitarios y en los permisos de la mili, y en uno de los bares del barrio en que su familia compró un piso, el de San Agustín, coincide con Ángel García Ochoa, que era redactor en Diario de Burgos, quien le dice que en el periódico hacía falta gente. Así que empieza a colaborar todavía siendo estudiante y cuando termina entra a forma parte de la plantilla. Allí le pilló la muerte de Franco, de la que dice que no recuerda nada más que el alivio que sintió la gente en general: "Yo no tenía sensación de agobio porque mi vida transcurrió al margen de la política hasta bien entrada la edad madura".

La Senda de los Elefantes, la calle Los Herreros... Si por algo recuerda a aquella ciudad del posfranquismo de su juventud es por las fiestas y las verbenas de los pueblos a los que iba con su cuadrilla y por las discotecas y los bares -el Rimbombín y el resto de los que componían la Senda de los Elefantes, los de la calle de Los Herreros-, donde, como buen reportero de los de entonces, echaba muchas horas con el resto de amigos de la redacción de DB, algunos especialmente queridos como Roberto Granja, que se fue tan pronto dejando desolados a quienes le querían, que eran muchos.

"En los bares siempre se ha hecho mucho trabajo periodístico", afirma, y raro era el día en que junto a Juan Ángel Gozalo, Roberto, Visi, Ana Angulo, Mery Varona (que luego sería su mujer) o el fotógrafo Lorenzo Matías no tenían algún plan que pasaba, indefectiblemente, por comer y beber después de echar muchas horas cerrando el enorme número de páginas que llevaba el Diario.

No es infrecuente, aunque desde fuera pueda resultar extraño, que un periodista local no cubra política local en un periódico local. Hay otras cosas, además de las idas y las venidas de los próceres (de hecho, la imagen que ilustra esta página y en la que a nuestro protagonista se le ve con, entre otros, Vicente Orden Vigara, es una excepción) y a eso se dedicó Jaime: a hacer reportajes y artículos de temática histórica y cultural y, sobre todo, económicos, aunque no reniega de las entrevistas a las reinas de las fiestas, que alguna también cayó, porque sabe que una de las ventajas de un plumilla es la de ser poliédrico.

También estuvo en el germen de un suplemento muy pionero para la época y del que muchas personas se acordarán: Se llamaba Todomundo y estaba dedicado a contenidos dirigidos a un público más joven y, sobre todo, a la música, una de las grandes pasiones que enmarca para Valdivielso algunos de los recuerdos más vívidos de ese Burgos que nunca volverá, el de las tiendas de discos: "Yo me surtía en una que había en la calle Hospital Militar, que era de José María Rey, que luego creo que puso con otro socio Discos Clash". Pero su fuerte fue la economía.

"Entonces Burgos era una de las economías más saneadas de la comunidad autónoma con una inversión mucho más diversificada que en Valladolid. Había de todo: metal, algo de química, cárnicas, con Campofrío a la cabeza, Pascual en Aranda... Gamonal se había quedado pequeño y empieza a surgir Villalonquéjar porque la ciudad se dio cuenta de que era mejor poner un polígono aguas abajo, y empezó con una actividad bastante considerable: era muy cuantiosa la inversión continuada que se hacía cada año. Creo que se pusieron las bases de lo que luego ha sido toda la economía: sin los polígonos, Burgos se hubiera quedado en una ciudad de tipo medio como Segovia o algo parecido".

Con respecto al empresariado, reconoce que les había que se ocupaban de los obreros. "En esa época se empezó a pagar razonablemente bien", indica Valdivielso, que explica que su modelo de sociedad es capitalista de economía social para que pueda darse la redistribución de la riqueza, "algo que no se dio entonces pero tampoco ahora".

Otra de las razones en las que él cree que se ubica la riqueza de la provincia de Burgos son las rentas agrarias: "Quien las tenía se empleó en la ciudad, con lo que disfrutaba de dos fuentes de ingresos, por eso creo que prosperaban poco las reivindicaciones salariales". En el momento en el que se produce esta entrevista dice no caer en ningún foco de conflictividad laboral reseñable en aquellos años aunque sí fue destacado para él la desaparición de la mítica Cellophane, "que, por cierto, pagaba muy bien y tenía muchos obreros", o el proceso, que también terminó en cierre, de Plastimetal, "que empleaba a más de 800 mujeres y que no sé por qué se vino abajo".

Los sesudos artículos y suplementos especiales dedicados a diseccionar la economía local que hacía Valdivielso los compaginaba con su participación en la vida cultural de la ciudad. Recuerda con un inmenso cariño una tertulia "de la que Virgilio Mazuela era el factótum" y en la que participaban también Tino Barriuso, "un inmenso poeta", Ricardo Blackman o Carlos de la Sierra y que se celebraba en El Palomar, un chiscón en el último piso del edificio del Casino. El Aquarius, el Mármedi y otros bares del centro también fueron testigos de sus charlas "sobre lo divino y de lo humano" y la revista El Lucernario, de algunos de sus textos.

A mediados de los 90, Valdivielso da un giro a su carrera, desempolva el título de economista, se presenta al examen del gestor administrativo y pone un despacho en Madrid en el que trabaja hasta su jubilación en 2013. Desde entonces lleva una vida tranquila volcada en la escritura -"en el confinamiento he hecho, sobre todo, relatos cortos"- y la lectura. En Amazon se encuentra una de sus interesantes historias, Linos de Valeránica, ambientada en la España cristiana de los siglos X y XI.