La Catedral exenta

RODRIGO PÉREZ BARREDO
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Durante siglos, el primer templo metropolitano estuvo rodeado de edificaciones, algunas anejas, que afeaban la contemplación de la joya gótica. No fue hasta comienzos del XX cuando se liberó de aquellos yugos

Litografía de 1837 del artista David Roberts, litógrafo T. S.Boys. Procede de la obra Picturesque Sketches in Spain, David Roberts, Londres 1837.

Ahora su arrebatadora belleza puede contemplarse desde muy diferentes ángulos, pero no siempre fue así. Durante siglos, la Catedral estuvo acorralada por edificaciones, en su mayoría casuchas, que afeaban la contemplación del primer templo metropolitano. Grabados del siglo XIX como el de David Roberts que ilustra estas páginas así lo atestiguan. La actual panorámica que ofrece el templo, exenta de pegotes, no se logró hasta bien entrado el siglo XX, por más que desde el XVI hubiese noticias de la necesidad y conveniencia de lograr que la Catedral pudiera respirar por todos sus costados. Para que se haga una idea el lector, la fuente que se halla frente a la puerta principal de la seo vivió durante siglos «como sumergida en un espeso hacinamiento de casas que la ahogaban», en palabras del historiador Teófilo López Mata.

En 1429, el judío converso Salomón-Ha Leví, ya renombrado Pablo de San María y a la sazón obispo de Burgos, firmó un documento en el que se recoge lo siguiente: «... Con acuerdo de nuestro Cabildo mandamos derribar ciertas casas que estaban a derredor de la fuente e empachaban la vista de la puerta real, que es la principal de la dicha nuestra iglesia...». Señala Luis Cortés Echanove en su estudio De cómo la ciudad de Burgos logró el aislamiento de su Catedral que por la parte opuesta también se procuró desde el siglo XV su aislamiento. Así, en 1482 quedó despejado el terreno circundante a la capilla del Condestable merced al derribo de varias casas.

A caballo entre los siglos XVI y XVII el proceso para despejar el temblo de construcciones anejas fue evolucionando. Así, fueron derribadas varias casas que se hallaban situadas frente a la puerta de Pellejería; ya en la segunda mitad del siglo XVII quedó despejada y ampliada la plaza de Santa María tras derribarse seis casas y ser construido el muro que contiene la calle Fernán González y la subida a la iglesia de San Nicolás. Sin embargo, una construcción gigante y espantosa terminaría siendo el principal escollo en el objetivo de dejar la Catedral exenta: el palacio arzobispal, edificio que se hallaba pegado al templo en la plaza del Rey San Fernando. El inmueble, que había registrado numerosas reformas a lo largo de los siglos, llegó al XIX convertido en «un inmueble grandote, de conjunto irregular, con tejados de distinta altura, sin alineación siquiera en su fachada principal, asimétrica y falta de armonía, repartidos en ella caprichosamente numerosos vanos desiguales, con dos balcones de esquina cegados. No se justificaba ciertamente la conservación de tan vetusto edificio sin belleza, adosado por completo a la Catedral y que tapaba impidiendo contemplarla en una de sus visitas más admirables. Lo poco de algún valor que tenía -un par de balcones, la portada y un escudo, todo del Renacimiento-, podía salvarse muy bien a pesar del derribo. Natural fue que deseara éste todo Burgos en el siglo XIX», escribe Cortés Echanove.

Ninguna persona se afanó más en lograr este fin que Timoteo Arnaiz, alcalde de la ciudad hacia mediados de ese siglo. Hizo lo posible y lo imposible por conseguirlo, en vano. Pero con buen tino sí pudo avanzar en el rediseño urbano del entorno inmediato del templo: bajo su mandato desaparecieron modestas edificaciones no conlindantes con la Catedral pero que dificultaban la contemplación de la misma, ensanchando la calle Nuño Rasura hasta dejarla convertida casi en una plaza. Otra persona esencial fue el arzobispo Fernando de la Puente, gracias al cual pudo contemplarse en todo su esplendor la portada delSarmental después de que el prelado ordenara un importante derribo parcial de su palacio. Pero fue otro arzobispo, José Cadena y Eleta, quien asumió el sinsentido de aquel dañino pegote tras acordar en 1913 con el alcalde de la ciudad, Manuel de la Cuesta, que el Consistorio se comprometía a ofrecer una nueva sede para la residencia del prelado. 

El Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes dio el visto bueno a la actuación, que fue concebida y dirigida por el arquitecto Vicente Lampérez. El derribo se produjo entre julio y septiembre, y  José Antonio Cortés inmortalizó con su cámara fotográfica la demolición del viejo edificio, que fue seguida con verdadero interés por los burgaleses, que ansiaban ver ‘su’ Catedral libre de aquel yugo estrangulador. Diario de Burgos alabó las evoluciones de una reforma urbanística que habría de cambiar por completo la fisonomía del lugar: «Por de pronto, la vista que hoy se ofrece al desembocar en la plaza del  Sarmental desde el Arco de Santa María no puede ser más grandiosa y su contemplación ha bastado para convencer a algunos incrédulos y entusiasmar a muchos indiferentes. Esa grandiosidad irá en aumento a medida que avance el derribo, cuando queden al descubierto el torreón de la capilla de los Lermas, los arbotantes de la nave mayor, y la suntuosa fábrica del crucero. La Catedral ofrecerá desde la plaza un  admirable golpe de vista, pero antes de que logremos contemplarlo, hay que tener paciencia, durante muchos meses, y acaso durante algunos años».