La Policía Local se multiplica para evitar que la noche arda

F.L.D.
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El cuerpo municipal trabaja cada tarde a destajo, sobre todo los fines de semana, ante una afluencia de gente cada vez mayor. DB acompaña a una patrulla antes del toque de queda

Los coches policiales se abren paso en la calle Fernán González. - Foto: Luis López Araico

La calle La Paloma bulle como en sus mejores tardes. Si no fuera por las mascarillas, bien podría pensar uno que está en el día grande de los Sampedros. Uno de los coches de la Policía Local que patrullan las calles de la ciudad a duras penas se abre paso entre la riada de gente que fluye por el centro. No solo se les hace complicado transitar, sino también llegar a todos los avisos que se agolpan desde el mediodía en la centralita. Ruidos, peleas, quejas vecinales, contenedores quemados... Parece como si lo que antes se vivía en veinticuatro horas se reduce hoy a ocho. Las comidas se alargan en unas terrazas abarrotadas y la imagen de zonas de copas como La Flora o la calle San Juan a las diez de la noche es idéntica a la de las seis de la mañana de un fin de semana pre covid.

Julio y José Carlos nos recogen en la base de la avenida de Cantabria para vivir las últimas horas antes del toque de queda. Es sábado y la tarde ha sido un tsunami de llamadas desde mediodía. Solo tenemos que montarnos en el coche para comprobar que "hay un aviso cada cinco minutos" no es una frase utilizada en sentido figurado. Sesenta y cuatro partes de intervención son la prueba más palpable. "La gente tiene muchas ganas de salir, da igual que haga frío o calor. Eso equivale a mucho trabajo", exponen los dos policías locales de camino a Venerables, una plaza que desde hace bien poquito es sinónimo de problemas.

Doblamos en San Francisco para enfilar Eloy Azorín. A nuestro paso, grupos de adolescentes se apresuran a separarse para evitar la reprimenda policial. "Está la tarde tranquila. Ayer fue mucho peor", observa Julio. Sorprende la cantidad de derechos que se saben ahora los chavales. "No acuséis sin pruebas", le dice una chica joven a una agente para defender a su amigo, al que le está a punto de caer una multa por orinar en la vía pública. Otros dos individuos le hacen los coros, desafiantes ante la paciencia de las patrullas. "Estas reacciones son cada vez más habituales", lamenta José Carlos.

Julio trata de evitar que un contenedor sea pasto de las llamas.Julio trata de evitar que un contenedor sea pasto de las llamas. - Foto: Luis López Araico

Pero no es una cosa solo de jóvenes. A punto de llegar al Arco de Santa María, un hombre de mediana edad que se toma unas copas en uno de los locales del Espolón increpa al coche rotulado a cara descubierta. Los agentes tiran de mano izquierda y le instan a subirse el tapabocas. Suficiente para que pida disculpas y agache la cabeza. Las manillas se acercan peligrosamente a las nueve de la noche y algunos ya han bebido demasiado. Desde las dos, son muchas horas de levantamiento de vidrio. No es de extrañar, por tanto, que haya palabras más altas que otras. Amagos de peleas que, por suerte, terminan en nada.

Si hay un lugar especialmente abarrotado, ese es Las Llanas. Los bares tienen el horario cambiado y el gentío se encarama a las terrazas para pasar allí la jornada. "No sabría decirte", advierte Julio, "cuál es la peor hora. Ten en cuenta que se tiran aquí todo el día". Salvo que no haya un incumplimiento flagrante de las restricciones sanitarias o se produzca cualquier altercado, evitan intervenir para no enturbiar el ambiente. "La gente se pone muy tensa y cualquier cosa puede hacer que se líe innecesariamente", comenta José Carlos.

Un ejemplo claro son las traseras del Mercado Norte. A día de hoy es otro de los centros neurálgicos del ‘tardeo’ burgalés. El problema aquí son las distancias: nadie las respeta. Los grupos se entrelazan en los ventanales y cuesta trabajo ver dónde empieza uno y termina el siguiente. "Lo máximo que podemos hacer en estos casos es pedirles que se pongan la mascarilla si es que no la llevan puesta", concreta Julio antes de subir el volumen de la emisora para escuchar el aviso de la central. En la calle Delicias, junto al colegio de La Salle, arde un contenedor. Otro más, comentan resignados. Llevan una semana similar al día de la marmota. El principal peligro es que afecte a los coches estacionados alrededor. Por suerte, los Bomberos llegan de inmediato y sofocan el fuego en apenas minutos.

Los policías locales instan a la gente a que se marche a su casa al filo del toque de queda.
Los policías locales instan a la gente a que se marche a su casa al filo del toque de queda. - Foto: Luis López Araico

Poco falta para el toque de queda. Las patrullas se dirigen hacia Las Llanas para ‘cerrar’ el chiringuito. A su llegada, las mesas ya están prácticamente recogidas y la muchedumbre se dispersa rauda al observar de lejos el color azul de las luminarias. Aun así, es necesario que los agentes se bajen de los coches, cinco en total en esta tarea, para aligerar el paso. Los hay que quieren dejar su impronta moviendo contenedores y los policías se ven obligados a recolocarlos. Por lo demás, la situación se controla en menos de un cuarto de hora. Sofocadas quedan las últimas llamas de diversión en tiempos de pandemia. Lejos parecen aquellas noches de incendio, sustituidas por tardes tan intensas que se asemejan a una olla hirviendo.