La vida con agorafobia

G.G.U.
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La bicicleta y la música fueron claves para que la burgalesa Lidia Vicario aprendiera a hacer frente a este trastorno dela ansiedad que le impedía hasta ir al súper. "Sientes que vas a perder el control de tu cuerpo", afirma

La vida con agorafobia - Foto: Patricia González

Lidia Vicario tiene 21 años y hace tres que convive con la agorafobia. El primer psicólogo al que fue en la sanidad pública le dijo que cada vez que su trastorno le obligara a salir de clase o a separarse de sus compañeros en busca de refugio para su ansiedad, podía responder a sus preguntas afirmando que tenía un problema intestinal crónico. "No hice caso, porque me pareció mal. No entendí por qué tenía que tapar con algo físico un trastorno mental para que los demás no pensaran mal de mí. No tendría que haber problemas por hablar de ello y lo mismo con la atención psiquiátrica, que sigue estigmatizada", explica Vicario, convencida de que compartir una dolencia de este tipo es el primer paso para conocerla, admitirla y llegar a superarla. O, al menos, aprender a dominarla. Algo que ella ya ha conseguido. Y aquí relata cómo.

Vicario empezó a tener episodios de angustia cuando comenzó el grado de Historia y Patrimonio en la UBU, pero no los identificó como tales. Pensó que su inquietud se debía al comienzo de una nueva etapa en la vida y al estrés del día a día en la Universidad. Pero en los exámenes del primer cuatrimestre se dio cuenta de que había algo más que nervios. "Un día, al volver de clase en el autobús urbano, empecé a sentir vértigo, mareo, sudoración... Me sentía como en la bajada de una montaña rusa, solo que en un autobús lleno de gente", dice, rememorando su primer ataque de ansiedad. "No entendía lo que me pasaba, solo quería bajar e irme a casa, cosa que hice andando y desde mucho antes de mi parada", aclara.

En ese momento volvió a atribuir los hechos a los exámenes, pero al día siguiente salió a dar una vuelta con sus padres y al llegar a una zapatería sucedió lo mismo. "Llega un punto en el que el nivel de ansiedad sube tanto que tienes que volver a casa. Porque la agorafobia no es miedo a los espacios abiertos, que es lo que la gente suele entender, sino a determinados espacios. Yo no podía ir al supermercado, coger el autobús o a probarme algo a una tienda, porque no era capaz de esperar al probador", dice, antes de aclarar que los síntomas externos tenían repercusión ‘interna’. "Estás depresivo, irascible y no quieres comportarte mal con tus padres ni con nadie, pero te sientes incomprendido", explica la joven, que entonces accedió a ir al médico para recibir atención profesional. "Es lo mejor, porque te va a explicar lo que te pasa y de dónde te viene", dice, admitiendo que "si quieres salir a la calle y no puedes, no es normal. La agorafobia tiene a la depresión como amiga y una persona encerrada en casa todo el día... Necesita apoyo. Si no confías en ti, que es lo que ocurre, hay que confiar en otro para que te ayude".

Así, tras la primera fallida experiencia con el psicólogo de Sacyl, sus padres contrataron a un profesional particular que, dice, le ayudó mucho. "La agorafobia hay que detectarla al principio porque, si lo dejas pasar, puede darte miedo hasta estar en casa", explica la burgalesa, que en las primeras consultas entendió cuáles eran las diferencias entre los ataques de pánico y el trastorno de ansiedad generalizada (TAG), así como entre la fobia social y la agorafobia. "Yo estoy más vinculada a la agorafobia y al TAG", dice, matizando que cuando pudo poner nombre a lo que le pasaba pudo poner la primera piedra de su convivencia forzosa. Tras aprobar sus exámenes del primer cuatrimestre -"con buenas notas"- buscó alternativas para seguir con la Universidad: ir caminando o depender de la disponibilidad de su padre para que la llevara y trajera en coche. "Pero una de las cosas que más me ha ayudado a mí ha sido la bici, que me dio la libertad de poder moverme por donde quisiera, y la música, que es lo mejor. Te distraes tanto que puedes avanzar sin preocuparte", comenta, puntualizando que el miedo de los agorafóbicos se produce "porque tienes la sensación de que vas a perder el control de tu cuerpo en cualquier momento. Y eso puede suceder en el campo o en una tienda".

A pesar de los primeros avances, pasado un tiempo optó por completar la terapia con el psiquiatra y comenzó un tratamiento con antidepresivos y ansiolíticos que cree necesario, pero no suficiente. "Las pastillas son una ayuda, pero si no pones de tu parte, no vas a conseguir nada aunque tomes todos los ansiolíticos del paquete. La agorafobia es un trabajo del día a día, de salir diez minutos y al siguiente quince", afirma, sonriendo al recordar cómo se sorprendió el primer día que había pasado hora y media fuera de casa sin darse cuenta. "Si pones de tu parte, evolucionas", recalca.

Así, ahora ha conseguido volver a hacer la compra con normalidad o a disfrutar del cine, además de que ha recuperado amistades y tiene pareja. "Antes ni se me pasaba por la cabeza, pero mi novio me ha ayudado mucho", asegura. Al mismo tiempo que se trataba, ha hecho una FP en Higiene Bucodental. "Creía que era imposible, pero lo he logrado", concluye.