De la luna a Houston pasando por Madrid

A.S.R.
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El ingeniero José Manuel Grandela aborda el decisivo papel de España en la llegada del primer hombre al satélite terrestre en una conferencia que da hoy en el Museo de la Evolución Humana

El hito histórico de la llegada del hombre a la luna hace 50 años ocupará la charla de José Manuel Grandela, testigo directo de aquel acontecimiento desde Madrid.

Aquella madrugada del 21 de julio de 1969, muchos ojos estaban pendientes de los viejos televisores para ver en directo la llegada del primer hombre a la luna. Todos esos españoles que robaron horas al sueño para seguir esa hazaña histórica desconocían que el éxito de esta aventura se pilotaba desde un pequeño pueblo de Madrid, Fresnedillas de la Oliva, donde la NASA había instalado una de las tres estaciones necesarias para salvar la rotación de la Tierra y poder hacer un seguimiento al segundo de la nave en la que viajaban los astronautas. Un joven ingeniero de 23 años de nombre José Manuel Grandela Durán fue testigo directo de todo lo que sucedió allí arriba y lo contará en la conferencia El primer hombre en la luna: España lo hizo posible, que brindará hoy en el Museo de la Evolución Humana (20.15 horas, entrada libre).

¿Qué hizo posible España? «Mantuvo las comunicaciones entre la Tierra y la nave durante el tiempo que la teníamos a la vista. Para que la misión fuera posible, con las dificultades que entrañaba un viaje tan largo y peligroso, la NASA exigió contacto constante 24 horas al día, segundo a segundo, e ideó tres grandes centros de comunicaciones. Tenía uno en California, otro en Australia y entre uno y otro punto había un hueco a cubrir y en él estaba España», introduce antes de viajar a aquella gran noche. Han pasado 50 años, pero al señor de 74 años que es ahora no se le ha olvidado la agitación de aquel momento, el éxtasis final a las jornadas de gran movimiento que le precedieron.

«La estación de Fresnedillas, que llamaban Madrid Apolo, tuvo la responsabilidad del descenso de la nave de Neil Armstrong y Buzz Aldrin. Mandábamos constantemente la información a un pequeño ordenador que llevaban a bordo. Era una información compleja, datos matemáticos de navegación, recomendaciones de viva voz a los astronautas, éramos los portavoces entre Houston y ellos», recuerda y reconoce que esa «responsabilidad profesional tan grande» les impidió ser conscientes de que estaban pasando a la Historia. «Eso vino después, cuando ya ha pasado toda la vorágine y, sobre todo, cuando sale tan bien como salió. Fueron horas tensas, de dedicación plena y exclusiva, casi rezando para que nada se estropeara. Nos faltaban ojos y oídos a los que estábamos allí, la mayoría norteamericanos y algunos poquitos españoles que, lógicamente, queríamos dar el do de pecho y quedar lo mejor posible», se explaya y, ahora, con el paso del tiempo, se siente como quienes acompañaron a Colón en su descubrimiento de América, que también pisaron aquella playa, pero nadie repara en ellos.

Él estuvo allí. Y por eso se ríe cuando se le pregunta qué diría a quienes cuestionan esa llegada del hombre al satélite terrestre. «Que se busquen el manicomio más cercano y pidan asilo porque a estas alturas es absurdo que alguien con un dedo de frente piense eso», remacha este ingeniero que durante los 40 años que ha trabajado para la NASA ha vivido grandes aventuras siderales y solo lamenta que su edad le impida vivir otra más: la llegada a Marte. Otros lo contarán.