Un bioquímico, un pez cebra y un niño que vuelve a jugar

Angélica González
-

Nature Medicine publica un trabajo en el participa el científico burgalés Álvaro Gutiérrez-Uzquiza y que ha conseguido salvar la vida a un adolescente con una enfermedad rara gracias a la identificación de una mutación en un gen

El investigador burgalés, en dependencias de la Complutense - Foto: Juan Lázaro

Una de las recomendaciones que los periodistas que escriben sobre temas de ciencia y salud reciben con más insistencia por parte de los investigadores es que no den falsas expectativas a los pacientes cuando escriben las noticias.  Y es que un hallazgo en el laboratorio que puede ser prometedor y muy meritorio puede tardar muchísimos años en convertirse -si es que llega a hacerlo- en un medicamento que cure una enfermedad o que mejore los síntomas de una patología que está haciendo sufrir a mucha gente. Esta advertencia de los científicos se da principalmente cuando se habla de proyectos de investigación básica, la también llamada ‘ciencia pura’, que es aquella que, al contrario que la investigación aplicada, no tiene efectos inmediatos sino que su objetivo es ir obteniendo información para incrementar el conocimiento.

Pero lo cierto es que esos hallazgos están ahí y que con el objetivo de aprovecharlos, de un tiempo a esta parte está creciendo en todos los países la llamada medicina traslacional, aquella que -en definición aceptada por la Academia Europea de Pacientes- transforma los descubrimientos científicos que surgen del laboratorio y los estudios clínicos o de población en nuevas herramientas y aplicaciones clínicas que mejoran la salud de las personas. El científico burgalés Álvaro Gutiérrez-Uzquiza, junto con el equipo del Centro de Genómica Aplicada del Hospital Infantil de Filadelfia con el que colabora, ha utilizado este sistema para conseguir la curación de un niño con una patología grave, un caso que acaba de publicar Nature Medicine, una de las cinco revistas científicas más importantes del mundo. 

Su trabajo consistió en identificar la ruta bioquímica que estaba alterada en el organismo de un chaval de 12 años con una enfermedad rara, averiguar el porqué de esa alteración y encontrar el fármaco que iba a funcionarle. El resultado ha sido que Daniel, que así se llama el adolescente, ahora lleva una vida completamente normal. En 2016, cuando su caso llegó desde un centro médico del estado de Virginia al equipo de Gutiérrez-Uzquiza, su día a día transcurría prácticamente dentro del hospital.
Debido a la linfangiomatosis que padece (una patología poco frecuente producida por malformaciones en los vasos linfáticos  que interrumpen la circulación de la linfa por el cuerpo) Daniel, al que le encanta jugar al fútbol, sufría edemas en distintos órganos del cuerpo lo que le impedía hacer ejercicio y respirar con normalidad, le hacía tener una permanente sensación de ahogo y las piernas y los testículos hinchados. Su esperanza de vida no era muy alta, por desgracia. Los médicos comenzaron a darle un tratamiento y aunque inicialmente mejoró necesitaba que le aplicasen drenajes y oxígeno.

Mientras tanto, el laboratorio del Centro de Genómica Aplicada intentó identificar la causa de la enfermedad y tras analizar el genoma completo, el grupo de bioinformáticos identificó la posible causa: una mutación en un gen llamado A-RAF. A partir de ahí , y como la causa debía ser validada experimentalmente, le pasaron la información a Gutiérrez-Uzquiza.

LA CAUSA DE LA ENFERMEDAD. «Rápidamente vi que esa mutación, que producía un cambio de aminoácidos, tenía que tener un impacto en la actividad de la proteína y que ese impacto era la causa de la enfermedad, de manera que si identificábamos por qué funcionaba mal esa proteína podríamos usar algunos inhibidores», explica. Así que se puso manos a la obra: clonó el gen con la información correcta y constató que la medicación que le estaban dando al chico no tenía ningún efecto, pero que existía otro medicamento que sí iba a funcionar.

«Además de los modelos celulares que hice en el laboratorio -añade- diseñamos otros en un pez cebra. Un compañero usó mis construcciones para generar ejemplares de este animal con la proteína mutada y confirmar que los resultados que veíamos en las células también ocurrían en los peces, que son modelos más complejos. Y, efectivamente, obtuvimos los mismos: las células con la proteína mutada eran incapaces de formar conductos y crecían formando quistes que no podían transportar la linfa».

Con esta información, el grupo de científicos recomendó a los médicos y a la compañía aseguradora -en Estados Unidos no disfrutan como en España de un sistema de salud público y universal- que probasen con otro medicamento ya existente y disponible en el mercado para casos de cáncer y que actúa contra la ruta que habían identificado como causa del problema: «No fue un camino fácil, se hicieron estudios, lo analizaron los comités de bioética... pero al final se dio el visto bueno al uso de ese fármaco y los resultados fueron espectaculares».

Este hallazgo -«que es la primera evidencia real para la remodelación completa de un sistema de órganos completo mediante un medicamento», según los investigadores- le ha salvado la vida a Daniel pero va a permitir, además, que el 30% de los afectados por su misma enfermedad y que no respondían al tratamiento también puedan beneficiarse.

En tan solo dos meses, el crío  experimentó un cambio impresionante, pero es que al cabo de un año había doblado su capacidad respiratoria y no necesitaba respiración asistida. Mejoró su circulación linfática, una resonancia magnética demostró que se estaban remodelando sus vasos linfáticos, desaparecieron los edemas que tenía en las piernas y pudo abandonar el hospital tras pasarse año y medio entrando y saliendo prácticamente a diario. El bioquímico burgalés no conoce al paciente y asegura que tiene dudas sobre si querría hacerlo: «No sé, pienso que igual me haría perder la objetividad, pero de lo que sí estoy seguro es de la enorme satisfacción que siento por el hecho de que valgan la pena tantos años trabajando en investigación básica para que hoy un chaval esté en la playa y no atado a un balón de oxígeno».

En febrero de 2018,  Álvaro Gutiérrez-Uzquiza (Burgos, 1979) volvió a España después de ocho años de estancia en Estados Unidos, donde trabajó en la división de Hematología y Oncología del Hospital Monte Sinaí de Nueva York y en el Hospital Infantil de Filadelfia, al que aún está vinculado. Un programa de la Comunidad de Madrid para recuperar el talento científico que se marchó del país en tiempos de crisis le ha permitido tener un contrato de cuatro años para investigar en la Universidad Complutense de Madrid. Su área de trabajo es la identificación de genes en metástasis utilizando la técnica CRISPR/Cas9, una herramienta molecular con la que se puede ‘editar’ o ‘corregir’ el genoma de cualquier célula humana.