"El mejor arte nace del sufrimiento"

R. PÉREZ BARREDO
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Pepe Carazo (Burgos, 1955) es un pintor superlativo, obsesivo, apasionado, veraz. Es un artista totémico que pinta incluso cuando duerme, cuando corre en bicicleta, cuando nada, cuando sueña...

Pepe Carazo, pintor. - Foto: Valdivielso

Rivalizan los intensos colores ocres del otoño con los que palpitan, mágicos, en el interior del estudio de Pepe Carazo, un espacio luminoso que desprende una energía íntima y armónica. Parece, incluso, el laboratorio de un alquimista: junto a los cuadros arrumbados, entre los pinceles, las brochas y las espátulas, se entrevera una cuidada selección de ingredientes naturales con los que el artista arma muchas veces sus pigmentos, los colores que iluminarán sus cuadros, en los que tantas veces parece que se refleja la naturaleza, y no al revés. Es Pepe Carazo (Burgos, 1955) un pintor superlativo, obsesivo, apasionado, veraz. Es un artista totémico que pinta incluso cuando duerme, cuando corre en bicicleta, cuando nada, cuando sueña. Ocupa un vagón entero del ferrocarril al que se subió en su infancia; un tren del que sólo se baja de cuando en cuando para tomar aire y perspectiva. Domina como nadie el secreto del agua, ese que permite a la acuarela existir. Pero nunca deja de buscar, de ir más allá, de arriesgar a cada paso.

Cuánta desnudez en su pintura...

Pintar es un acto íntimo. ¿Qué son mis cuadros de los trenes? Un regreso a la infancia.

¿Sus cuadros son su memoria?

Por supuesto. Siempre. Por eso siempre he guardado cuadros de cada cosa que he pintado. Y ahora, cuando los veo, pienso: esta es mi memoria. Por eso los cuadros de los trenes son tan importantes para mí, porque es mi infancia, mi memoria.

Además, el tren representa la gran metáfora del viaje que es la vida...

Exactamente. En la exposición que hice cuando cumplí los sesenta reflexioné mucho. Me dije: ahora estoy aquí, y puedo escoger esta dirección o esta otra. O me puedo bajar del tren. En mi departamento del tren se ha ido subiendo mucha gente, pero también se han apeado muchos amigos...

Eso es la vida, pero su tren sigue.

Mi tren sigue, sí. Pero es inevitable pensar en toda esa gente que has conocido, con una sensibilidad increíble, unos amigos maravillosos... Qué suerte he tenido en la vida de encontrar a estas personas a nuestro lado.

Soñó con ser artista desde niño. Y lo consiguió, pese a las enormes dificultades. ¿Fue por obstinación, por rebeldía?

Por obstinación, desde luego, y por rebeldía contra todos aquellos -incluida la familia, por supuesto, que son los más cercanos y los que mejor te quieren aconsejar-. Nadie creía que se pudiera tener una vida en la que el arte fuera la actividad principal, y vivir de ello. He conocido gente que tenía la misma pasión por pintar que yo pero que no tuvo ese arrojo. Eso me hace darme cuenta de lo que difícil que era, de lo difícil que ha sido, puesto que para eso había que hacer lo que hice: salir de aquí, aunque yo siempre haya vivido siempre en Burgos. Mi obra ha estado fundamentalmente en Madrid y Bilbao, también en Barcelona. Por supuesto en Burgos, que es el punto clave del norte.

Pero hay que tener mucha determinación -y, naturalmente, talento- para alcanzar ese sueño cuando no se tiene ayuda, cuando ni siquiera pudo recibir una formación académica... Usted es autodidacta.

En mi familia no había recursos para poder estudiar fuera de Burgos. Mi ilusión hubiera sido estudiar en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid. Pero ni me lo planteé, sólo lo soñé. Sin embargo, creo que fue un gran acierto. Parece que ahora todo lo dejamos para la universidad como el gran maestro. Pero la Humanidad siempre se ha manejado por tres modos de aprendizaje: aprendiz, oficial y maestro. Yo me planteé mi propia universidad. Busqué a gente que supiese enseñarme. Así conocí, por ejemplo, al primer maestro que tuve, un primo al que le gustaba pintar y que vivía en Brasil. Fue mi primer mecenas. Me compraba materiales de pintura cuando yo tenía diez, doce, catorce años. Cuando me vio dibujar me sugirió que fuera a estudiar donde lo hizo él, a unos frailes agustinos de Palencia. A partir de ahí, él siempre estuvo pendiente de mí. Cuando regresaba a España en verano me dedicaba días enteros para enseñarme. Tuve más maestros: Román García, sobre todo en el dibujo y en la acuarela. Pero busqué más: acuarelistas renombrados que no sólo eran grandes artistas, sino también grandes maestros. Así conocí a Julio Quesada, gran maestro, y a todos los grandes acuarelistas vascos y madrileños. Y fue un aprender constante. Viajaba mucho con artistas: a Brujas, a Venecia, a la Costa Brava.

Eso fue buscarse la vida con obstinación... En la universidad de siempre, la de la calle. Gran intuición la suya...

La intuición es esencial en la vida, es una parte muy importante para relacionarte con lo que te rodea. Es como el dolor: si no existiera el dolor, nos moriríamos de todo. No sabríamos lo que es bueno o malo para nosotros. La intuición es eso, ese saber llegar a donde no vemos que llegamos pero estamos llegando. Yo con 18 años ya hacía exposiciones, pero no podía pensar siquiera a dónde llegaría. Pero intuía que podía seguir pintando.

Se arriesgó...

Es que era un riesgo tremendo. Mientras mis amigos empezaban ya a tener su dinerillo yo sólo tenía ganas de pintar. Muchas ganas. He vivido experiencias que ningún padre aconsejaría a sus hijos. Yo he hecho la calle.

Y eso es duro.

Sí, es duro, pero también se aprende mucho. Es la escuela de la vida.

Demostró lo que valía.

Sí, con tiempo. Intentando mejorar siempre: en la manera de pintar, en las cosas que comunicar. Ambas son esenciales en la formación de un nuevo artista. El dibujo se puede aprender, tiene más que ver con la matemática, casi con las ciencias exactas; la pintura también, aunque menos. Pero para expresarse no basta con el dominio de la técnica, hay que tenerlo dentro. Por eso casi siempre la mejor pintura, el arte en general, ha nacido del sufrimiento.

¿Ha sufrido mucho, entonces?

Hay mucho escrito sobre eso, pero diré que lo que no está en los escritos. Porque han sido días y noches, noches y días trabajando, repitiendo... El público puede ver un gran cuadro, una acuarela maravillosa... Para llegar a ello antes se han roto muchas.

Pero también hay que arriesgar...

Es que para hacer algo de verdad, y con verdad, hay que arriesgar. Todos hemos jugado alguna vez a la siete y media; es el juego más parecido que hay a la pintura, porque es muy fácil no llegar, pero también pasarte. Quedarte en siete y media es muy difícil.

La acuarela es la pintura más viajera: no exige demasiado equipaje...

En Inglaterra, en el siglo XVIII, la acuarela fue la pintura que escogían todos los viajeros. Es fácil de transportar, de llevar. La vida hay que tomársela así, sólo con las cosas esenciales, con lo imprescindible.

¿Necesitó viajar para encontrarse como pintor?

Sí, aunque yo empecé pintando óleos por los pueblos. Fue Lola, mi mujer, la que con su primer sueldo me compró una caja de acuarelas. En un mes y pocos días hice mi primera exposición de acuarelas en Medina de Pomar. A raíz de aquella muestra me ficharon para la Agrupación de Acuarelistas Vascos. Si el artista nace, el acuarelista tiene que hacerse. El agua es intuición. Y el respeto a los blancos, al papel.

¿Ha llegado a conocerse a sí mismo mejor pintando?

No. Es más fácil que te conozcan desde fuera. En cierta ocasión un psicólogo me reconoció en el tronco de un árbol, una chopa seca con mucha fuerza en las ramas. Llegó a explicarme por qué era yo.

Pero usted pelea, lucha contra el cuadro. Eso es como enfrentarse a uno mismo.

Es una lucha, sí. Y un desafío. Y un respeto. Muchas veces es el cuadro el que te dice por dónde va a ir, por dónde tiene que ir. Y hay que saber interpretar ese camino.

He ahí la intuición.

Claro, y la lucha está en que tú quieres llevarlo a tu terreno. Ese tira y afloja... Por eso hay veces que puedes hacer un cuadro en muy poco tiempo y otras en mucho tiempo. Lo dejas, vuelves a insistir...

Da la impresión de que usted se mete en los cuadros, los habita.

Por supuesto. Sobre todo en estos últimos de las catedrales. Estoy dentro de ellos. Se necesita un estado de concentración muy importante. Aquel primo que fue mi primer maestro era parapsicólogo y me enseñó mucho sobre ello. Me enseñó a concentrarme. Y eso es fundamental. Las personas intuitivas tienen un poder de concentración muy grande. Es necesario saber aislarse. Cuando te concentras, realmente estás dentro del cuadro.

Su estudio parece también el laboratorio de un alquimista...

¿Te imaginas profesión mejor en la Edad Media que la de alquimista? Aquellos alquimistas que empiezan a calentar arena con otras sustancias y llevado al horno consiguen el vidrio, y vidrios de colores con los que se hacen las vidrieras. Esta es una de las cosas más maravillosas de la historia. Hace muchos años yo pintaba como la mayoría de los pintores: compraba tubos, etcétera. Pero yo quise pintar como pintaban los pintores antiguos, con aquellos pigmentos molidos por ellos mismos... Tenía que ser fantástico. En el fondo, eran alquimistas también. Investigué cómo hacerlo. Conseguí pigmentos, algunos comprados, otros hechos por mí. Busqué aglutinantes y fue un descubrimiento: supe que podía pintar con la soltura de la acuarela y con la densidad del óleo gracias a las resinas acrílicas.

Duerme poco y pinta mucho. Pero también vive: hace deporte, viaja... ¿De dónde saca el tiempo? Porque se diría un asceta del arte, pero no renuncia a otras cosas.

Soy un asceta de la pintura cuando me pongo a pintar, y a pensar. Y luego sigo pintando, y sigo pensando. Pero es que el deporte es un medio para concentrarte fantástico, ya sea natación, bicicleta... Muchos de mis cuadros de la naturaleza -paisajes, flores, cardos- los descubro en bicicleta. La persona que va en bicicleta es un observador, es como un búho, siempre con los ojos abiertos.

Así que nunca deja de pintar.

Nunca. Pinto continuamente. En todo veo algo.

¿Y con qué sueña?

Ya no lo sé... Creo que antes sabía más cosas. La vida te va parando...

Pero no está en mal sitio. Podría decir, como Pessoa, 'Al sol siéntate y abdica/ para ser rey de ti mismo'...

Por ejemplo, sí. Realmente sueño con una vida muy diferente. Tuvimos muchas relación con el gran escritor colombiano Álvaro Mutis, quien un día le dijo a Lola: 'Odio escribir'.

No me diga que odia pintar...

¡Noooo! Pero sí que me gustaría relajarme un poco. Vivir en un sitio más de campo, más de pueblo. Sueño con unas gallinitas...

Alejado del mundanal ruido.

Tengo ya unos añitos. Cada vez trato de no pintar más cuadros, sino de pintar mejor, comunicar mejor las cosas que quiero comunicar. Ya no tengo prisa por acabar ningún cuadro. Y para eso me vendría mejor una vida más tranquila.

Pero seguirá necesitando pintar para vivir, para comer...

Claro. Necesito pintar para vivir en todos los sentidos; aunque no vendiera cuadros los pintaría.

Igual a lo que aspira es a tener más tiempo...

Sí, el tiempo. Gracias a que no meto horas en la cama tengo tiempo. Pero siempre parece poco, escaso.

¿Ese añorado alejamiento tiene que ver con el estado actual del mundo del arte?

El mundo del arte en España se apagó mucho a raíz de la crisis de 2007. Mantener esa llama es muy difícil, cada vez más. Tengo contacto con Francia, donde las cosas son mucho más fáciles, donde la gente todavía tiene sensibilidad. Aquí cuesta mucho enseñar las cosas. En España la gente se gastó dinero en comprar cuadros, pero también pisos, coches. Pero hasta la crisis. Igual que hubo burbuja inmobiliaria la hubo de casi todo. También del arte. Hubo muchos galeristas que no pudieron mantener sus locales y cerraron. Otros los vendieron. Otros aprovecharon a jubilarse. Hoy el mundo del arte está muy limitado. Y lo poco que se mantiene es gracias a fundaciones o entidades públicas. No hay ya casi galerías privadas.

Todo ello desanima...

Desanima a exponer. Una exposición es una cosa muy cara. Arriesgar ese dinero, si no lo vas a recuperar...

Lo bueno es que no necesita exponer para vender su obra. Llaman a su puerta...

Mi puerta siempre está abierta para quien quiera llamar... El dinero no es lo importante, basta con llegar a final de mes y pagar los gastos. Eso sí que es importante. Hablábamos antes de la sensibilidad. Yo cada vez agradezco más las muestras de sensibilidad de la gente. Eso me entusiasma. Ayuda a seguir luchando. Añoro los años de Tagra, en las que había salas públicas y privadas como Tagra, Mainel, Siena, Berruguete, la casa de Andreas Hadji, el luthier, Paloma 18, la de Lourdes Carcedo... Ya no queda ninguna, sólo las instituciones, y de aquella manera.

Pero hay Pepe Carazo para rato...

Sí... Hablábamos antes del mundo interior, estoy pensando en abordar la temática de la crisálida, de la metamorfosis...

Pura filosofía existencial...

Si yo me pongo a pintar una crisálida posiblemente esté buscándome a mí. Lo que he sido, lo que voy a ser. La metamorfosis es pura filosofía. Trato de pintar mucho movimiento.

Eso es el vida, movimiento.

Eso es, un molinillo que no para.

Pese a todo, nunca llega a conocerse bien del todo...

Creo que cada vez me conozco menos. Cuanto más me miro por dentro más veo diferentes departamentos, más agujeros... Es muy complicado conocerse. Y creo que muchas veces no interesa: cuanto más miras hacia adentro más motivos para sufrir tienes. A lo largo de esta vida, lo que he pintado sin darme cuenta es lo que soy y lo que busco. Pero nos pasa a todos. Tú lo haces de una manera y otros de otra.

El tren en el que viaja no se detiene.

No. Nunca.