La espía de la Cruz Roja

R.P.B.
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La norteamericana Amy Elisabeth Thorpe, espía que influyó decisivamente en la II Guerra Mundial para inclinar la balanza del lado aliado, comenzó su labor como agente en Burgos durante la Guerra Civil española

Amy Elisabeth Thorpe, alias ‘Cynthia'.

La pasiones amorosas pueden decidir destinos. Algunos tan dramáticos como el de una guerra. Así sucedió durante el conflicto armado que desangró el mundo entre 1939 y 1945. Aunque tuvo muchos nombres y no pocos alias, la protagonista de esta historia es una bella norteamericana llamada Amy Elisabeth Thorpe. Heroína invisible de la II Guerra Mundial nacida en Minneápolis (Estados Unidos) en 1910, su participación como espía aprovechando sus relaciones sentimentales con hombres poderosos de los países contendientes inclinó la balanza del lado aliado. Y esa condición de agente secreto tuvo su origen en Burgos. 

Criada en una familia de alto nivel económico (su padre era militar de alto rango), tanto ella como sus hermanos fueron enviados a estudiar a prestigiosos colegios de Francia ySuiza. Apenas tenía veinte años cuando se enamoró de un hombre que le doblaba la edad, un diplomático británico llamado Arthur Pack con el que se casó pocos meses después. Su marido fue destinado a Santiago de Chile, donde Amy aprendió el español; idioma que tendría que emplear poco tiempo después, cuando el señor Pack fue enviado a la Embajada Británica en España.Era el año 1935.

Amy había sido siempre un espíritu libre, una mujer inteligente, culta, profundamente rebelde y amante del riesgo. Así se lo confesó en cierta ocasión a su biógrafo, Montgomery Hyde: «Siempre me apasionó la emoción; cualquier tipo de emoción. Incluso el miedo.Siempre necesité la acción». En aquel Madrid prebélico reinó como en pocos lugares, convirtiéndose en poco tiempo en una de las mujeres más populares de la alta sociedad capitalina por su don de de gentes y su arrebatadora belleza. En aquellos meses tuvo una aventura amorosa con un alto oficial del Ejército del Aire. Hasta que se produjo la sublevación militar de julio de 1936. 

Fue entonces cuando el matrimonio se trasladó a la localidad francesa de San Juan de Luz; sin embargo, ella pasó largas temporadas en Burgos, capital de la España rebelde, trabajando para la Cruz Roja Internacional. Fue la suya una tarea ímproba.Con el amparo de la Cruz Roja, recaudó fondos para suministros médicos a la vez que ayudó a cruzar la frontera de Irún a familias afines a los golpistas; pero ya entonces era una espía que estaba del lado republicano. Pronto levantó suspechas entre los sublevados y tuvo que abandonar Burgos y España en 1937.Su nuevo destino fue Varsovia, la capital de uno de los países que, poco después, sería barrido del mapa por la vesania nazi. Allí, en Polonia, Amy, como cuenta el periodista Pedro García Cuartango, «entabló una relación sentimental con un coronel polaco llamado Kulikowski, que le permitió el acceso a los altos círculos militares. Luego se introdujo en el entorno del ministro Exteriores, Jozef Beck, tras hacerse amante de su ayudante. Gracias a ello, pudo conocer la información de los servicios secretos polacos sobre los planes de Hitler». 

Una noche de marzo de 1938, un diplomático le informó de que Hitler estaba a punto de invadir Checoslovaquia y que Polonia planeaba sacar provecho de la invasión. Ella corrió a informar a un buen amigo de la embajada británica, sin saber que este era agente principal del Servicio Inteligente Secreto de Su Majestad. El agente vio un filón en aquella mujer de rompe y rasga y le hizo una petición que cambiaría su destino y el de la guerra en ciernes: que tratara de enterarse de todo lo que pudiera, que la inteligencia británica estaba extremadamente interesada.

«A través de Beck tuvo noticias de que los alemanes tenían una máquina de cifrado llamada Enigma. Amy ya trabajaba para la Inteligencia británica con un sueldo de 20 libras mensuales. Su sombre en clave era ‘Cynthia’», señala Cuartango. En agosto de 1940, tras divorciarse de su marido, se fue a Nueva York para reunirse con la inteligencia británica, que le encargó una misión: contactar con su viejo amigo Albert Lais, agregado naval italiano en Washington, y supiera el motivo por el que se encontraba en la capital norteamericana. Para Amy fue coser y cantar: obtuvo sin demasiados problemas los códigos secretos de la Marina de Mussolini; información que resultó capital para prevenir los movimientos de la flota italiana, especialmente en la batalla naval de marzo de 1941 frente al Cabo Matapan de Grecia, donde la Royal Navy paralizó la fuerza numéricamente superior de Italia.

Códigos esclarecedores. La siguiente misión de la espía que se forjó en Burgos no fue tan sencilla: fue enviada a Vichy con otra identidad en calidad de periodista.En Francia, en la capital colaboracionista, inició una nueva relación amorosa, en este caso con un hombre agregado de la Embajada llamado Charles Brousse, de quien consiguió valiosísima información merced a su condición de antizani. «Se hicieron amantes y luego se casaron. Brousse le proporcionaba todos los documentos que caían en sus manos. Entre ellos, los códigos de las operaciones alemanas en el norte de África, que consiguió entrando una noche en unas dependencias militares. Su marido tuvo que forzar una cerradura para poder fotocopiar las claves, lo que levantó sospechas sobre él y algunos otros colaboradores. Por ello, tuvo que ocultarse y huir del país. Amy fue repatriada a Washington antes de acabar la contienda. Era amiga de William Donovan, el jefe del espionaje americano, que la encuadró en su unidad de operaciones especiales».

Fumadora empedernida, Amy, ya entonces apellidada Brousse, murió de cáncer de mandíbula y garganta el 1 de diciembre de 1963. Por una dispensa especial del gobierno francés, se le permitió el entierro a la sombra de su cedro favorito en los terrenos del castillo de Castellnou, donde ella y su esposo Charles Brousse habían pasado muchos días después de la Segunda Guerra Mundial. Antes de morir, le confesó a su biógrado: «Fui una patriota».