Donde el arte lleva bata y pantuflas

ALMUDENA SANZ
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Un recorrido por los almacenes del Museo de Burgos y del CAB descubre una parte esencial de estas instalaciones, ocultas y desconocidas para el público y que piden menos estrecheces

Marta Negro guarda un grifo de una gárgola de San Salvador de Oña, una de las piezas de los almacenes del Museo de Burgos, ayudada por Francisco, uno de los trabajadores. - Foto: Jesús J. Matí­as

Una inocente puerta por la que los visitantes que recorren el patio de la Casa de Miranda pasan sin reparar o una cerradura en medio de una pared blanca en una sala donde se exhiben creaciones de Paloma Navares, Rufo Criado o Ignacio del Río esconden otro Museo de Burgos. Uno desconocido, sorprendente y colmatado. También la planta -3 por la que algún curioso pregunta ceñudo cuando se sube al ascensor del Centro de Arte Caja de Burgos (CAB) oculta otro nivel, donde las obras de arte no tienen que estar en perfecto estado de revista porque a nadie esperan recibir. Las piezas en los almacenes de los museos llevan bata y pantuflas. 

La ampliación del Museo de Burgos, que va camino de quitar el récord a la obra del Escorial, no es un capricho. Cualquiera que accede a sus depósitos se da cuenta de que su grito de auxilio es justificado. Urge espacio de exhibición. Y de almacenaje. Su directora, Marta Negro, observa que normalmente se expone entre un 20 y un 30% del total de los fondos que se tienen. Y ellos cada día recogen nuevas cajas. Todos los hallazgos arqueológicos que se producen en la provincia acaban en sus instalaciones. A los que se suman las donaciones. Una de las más recientes, el taller de Maese Calvo. 

Detrás de una puerta monda y lironda en la columnata del patio, en bastidores y estanterías, depositadas en bolsas de plástico y cajas, perfectamente identificadas con su particular DNI (yacimiento, número de inventario...), aguardan piezas que hacen chiribitas los ojos y podrían ocupar las salas abiertas al público. Negro coge cajas al azar y... una vasija celtibérica de Roa, el grifo de una gárgola del monasterio de San Salvador de Oña, escudos del antiguo convento de San Pablo, una dovela del hospital de peregrinos que hubo en Capiscol, restos de Atapuerca anteriores a la apertura del Cenieh... La lista es interminable. Y solo es una mínima parte de la sección de Arqueología. 

La residencia de las monjas, uno de los edificios, junto al antiguo Cine Calatravas, que se derribará para la citada ampliación, se ha convertido en desván mientras llega la inyección que ponga todo en marcha. 

Los antaño pasillos que escuchaban a colegialas, ahora lo hacen a piedras que hablan de siglos de historia. Claves de bóveda de la iglesia de San Román en el Castillo, el suelo levantado en el antiguo convento de San Pablo, tuberías de las Llanas, aras funerarias... Hasta la cocina ha sido conquistada por estanterías con los libros menos consultados. 

«Estamos colapsados en todos nuestros almacenes; no cabe ni una pieza más. Tanto de los fondos de Arqueología como de Bellas Artes, pero también en lo referente a nuestros fondos de documentación administrativa e histórica, que cada vez estamos recibiendo más legados importantes», sentencia Negro mientras abre puertas que guardan cajas y más cajas, piedras y más piedras, y anota que, además, cuentan con tres almacenes externos, también colmatados, uno con los grandes sepulcros, los escudos de piedra, restos de necrópolis enteras, por ejemplo, la de Las Quintanillas con más de 150 tumbas; otro con los mosaicos; y un tercero con lo menos solicitado. 

Ahítos de piedra y prehistoria se llega a la sección de Bellas Artes. Quienes pasean por estas salas poco imaginan que detrás de las paredes en las que cuelgan pinturas de figuras burgalesas de relumbrón se esconden otras de autores no menos importantes. Luis Manero, Fermín Aguayo, Mateo Cerezo... Algunas sabedoras de que será difícil que salgan a la luz. Otras aguardando ese gran momento, como el imponente legado de Luis Sáez, que sí entra en los planes de ese perseguido sueño del Museo de Burgos. 

Cada cosa en su sitio. Ocultos a las miradas permanecen habitualmente los almacenes del CAB. Aunque en ocasiones se han convertido en atractivos escenarios de, por ejemplo, catas de vino. El tercer sótano del edificio guarda, en palabras de su directora, Cristina García, el corazón del centro. «Ahí está su latido. Es la cocina, donde todo se cuece, todo se arma y todo se organiza», sostiene mientras pulsa el botón del -3 (...).

(Reportaje completo en la edición impresa de Diario de Burgos de este martes o aquí)