El inicio del fin de las abadías burebanas

S.F.L.
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El convento de San Francisco de Briviesca y el de Santa María la Real de Vileña se subastaron durante las desamortizaciones del siglo XIX

Un incendio generado en 1970 devoró más de la mitad del cenobio de Santa María, que su propietario, José Luis Azpitarte, ha cercado por peligro de derrumbe. - Foto: S.F.L.

Cuenta un libro parroquial de la colegiata de Santa María que los 100.000 Hijos de San Luis, bajo el mando del Duque de Angulema (Luis Antonio de Borbón), acamparon en Briviesca y ofrecieron a las tropas francesas un Te Deum (himno cristiano) en la Plaza Mayor el 8 de mayo de 1823. Oficiado por cinco beneficiados de la iglesia de San Martín, los sacerdotes Soto Mayor, Soto Menor, Salamanca, Rojas y Araco en un mal año para la ciudad según el citado documento ya que la muerte acechaba en cada rincón y de cinco niños que nacían morían cuatro.

Décadas después, en el año 1835, un movimiento revolucionario obligó a la Reina Regente María Cristina a entregar el poder a Juan Álvarez y Mendizábal, principal protagonista de la revolución liberal española, y le nombró primer ministro y ministro de Hacienda. Fue él quien inició la nacionalización de los bienes del clero para venderlos en subasta pública, una medida inspirada en la Revolución Francesa, y al mismo tiempo elimina el diezmo eclesiástico que se pagaba a las parroquias.

En Briviesca las desamortizaciones llegaron catorce años después (1848) y se expropiaron para a continuación vender 101 casas, 4 bodegas y 4 molinos, todo ello perteneciente a los cabildos de San Martín y de Santa María la Real. Asimismo, el convento de San Francisco, en cuya acta de subasta se lee una nota redactada por el juzgado que dice que el rematente haga desaparecer del edificio todo signo exterior que denote su anterior destino. El aficionado a la historia de su ciudad natal José María Ortiz explica que en la escritura pública de la enajenación de dicho inmueble se le describe como un «edificio ruinoso en parte y el resto deteriorado y abandonado que fue convento de frailes Franciscos a extramuros de la villa distante a un cuarto de legua y que estaba sin habitar. Tasado en 34.000 reales y vendido el 19 de enero de 1848 por 51.600 a Don Juan Moral, vecino de Briviesca, pagado en papel de deuda sin intereses».

Actualmente, en la finca donde se ubican los restos de San Francisco, de los que únicamente se mantiene en pie una pared, habitan un grupo de reses del ganadero José Antonio de Miguel, que adquirió el terreno hace 55 años. «Para la granja y los que aquí trabajamos cuanta menos piedra mejor. Pese a la importancia que en su día tuvo el inmueble no viene nadie interesándose por ver los vestigios», aclara el hombre.

Volviendo a 1848, en La Bureba también se enajenan otras 159 casas, 19 molinos y 72 de varios entre bodegas, pajares, cuadras y solares. El principal comprador de la zona fue el Duque de Frías que adquirió 34 fincas. En Briviesca destacaba el vecino Marcelino Puente, que compró 287 hectáreas con 202.950 reales y Braulio Sagrado, notario de la ciudad, con 16 hectáreas por 30.000 reales. No obstante, en otras localidades de la comarca «no se llega a desamortizar un solo bien como en Castil de Peones, Cubo, Navas, Solduengo, Cornudilla, Cantabrana y Pino. Por el contrario, los municipios mas afectados fueron Aguilar de Bureba con un 15% de su superficie agraria útil, Frías, con un 13%, Valluércanes con un 9% y La Vid de Bureba con un 8%», explica el investigador.

La Desamortización de Mendizábal fue enormemente negativa para los conventos y demás instituciones religiosas de la comarca ya que se contabilizaron cientos de desapariciones de altares barrocos que quedaron demolidos y raspados para aprovechar el oro que les recubrían así como millares de libros y documentos de gran valor histórico.

Desamortización de Madoz. La segunda etapa, conocida como la Desamortización de Madoz, que tuvo lugar en 1855, fue más una revuelta civil. La mitad de lo liberado correspondió a bienes propios de los ayuntamientos. Se catalogaron todos los montes municipales para venderlos por lotes y ello supuso que los jornaleros se vieran privados d recursos como leña y pastos, por lo que esta situación provocó una emigración masiva. «Este proceso no resolvió nada, empobreció incluso más a los más humildes y la alta burguesía se enriqueció», asegura Ortiz.

Entre los bienes traspasados se incluyó el convento de Vileña, perteneciente a las monjas Bernardas con 4 puertas principales, 44 interiores, 27 ventanas, 15 rejas, 29 celdas con sus correspondientes alcobas y que además contenía un zaguán de primer ingreso, una portería, una hospedería, locutorio, pila de lavar, cuarto de retiro, dos graneros altos y bajos, una carbonera, cocina, horno, refectorio y una fuente, todo ello tasado en 18.160 pesetas que ya entraron en vigor en 1868.

El monasterio de Santa María la Real de Vileña ha sido incluido dentro de la Lista Roja del Patrimonio, iniciativa de la Asociación Hispania Nostra, «por un riesgo muy alto de derrumbe y desaparición». Su actual propietario, José Luis Azpitarte, que adquirió el conjunto monumental hace más de una década, hace lo posible para su conservación pero ve «imposible la rehabilitación del conjunto». El 21 de mayo de 1970 las llamas de un gran incendio destruyeron más de medio cenobio por lo que las religiosas que lo habitaban tuvieron que trasladarse a unas nuevas dependencias en Villarcayo, donde instalaron un museo dentro del convento de nueva construcción con los restos que lograron salvar del fuego.