"Me gusta que mis películas sean como un chute de adrenalina"

Juana Samanes
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Pocos directores se atreven a cambiar de género, prácticamente en cada nuevo proyecto que emprenda, y consiguen siempre buenos resultados

"Me gusta que mis películas sean como un chute de adrenalina" - Foto: MARIO ANZUONI

Cuando el cine se convierte en espectáculo y, además, emociona es fácil comprender por qué se denomina el séptimo arte. El director británico Sam Mendes lo ha logrado en 1917. Pero la calidad de este filme no es casual, puesto que en la breve pero excelente filmografía de este cineasta se encuentran películas como American beauty, Camino a la perdición, Revolutionary Road o dos de las mejores cintas de 007: Spectre y Skyfall.

¿Por qué le interesó una historia sobre la Primera Guerra Mundial?

Siempre me ha fascinado la Primera Guerra Mundial. Mi abuelo me contaba historias sobre ella cuando era pequeño y, curiosamente, no eran de valentía o de héroes, sino golpes de suerte o coincidencias. Me agradaba especialmente una sobre un mensaje que pasaba de un soldado a otro, en tierra de nadie.

¿Cuándo decidió acometer el reto de rodarla en plano secuencia?

Realmente puede ser un reto, que puede interpretarse como una auténtica locura, la de rodarla en su totalidad en un plano secuencia. Pero me parecía que aportaba mucho a la historia y a la hora de experimentarla con los personajes principales.

Otras películas del género bélico tienen tintes patrióticos, la suya no.

Es verdad. Adoro a mi país pero el patriotismo no me interesa. En esta película no quería tratar sobre las maravillas del Reino Unido y lo malísimos que eran los alemanes. Si lo piensa, se podía haber rodado la misma historia pero cambiando las nacionalidades. Lo que quería hablar es de la experiencia humana de la guerra y de algo más grande que todo aquello. Aquí lo que quería mostrar eran los sentimientos en una contienda, cuando tenías un amigo o un hermano en el frente. Al final, es más una historia de supervivencia que de triunfo. Creo en el heroísmo, pero de una forma más instintiva.

¿Qué ha aprendido usted de la guerra rodando esta película?

La Primera Guerra Mundial afectó mucho a mi país, de hecho, todavía la celebramos recordándola en la Fiesta de las amapolas. En los colegios se dan clases de poesía que hablan sobre este conflicto bélico. Forma parte de nuestra cultura. La idea de aprender del cine no es algo que me guste mucho. Prefiero que se genere una experiencia después de ver una película, que sea como un chute de adrenalina, y que cada espectador perciba una cosa diferente.

Ya que habla de experiencias. ¿Qué sensaciones pretendía provocar?

Al ofrecer no una toma única sino una visión periférica, lo que he pretendido es que por las esquinas se vean retazos de lo que ocurría alrededor de los soldados. No dárselo todo hecho al espectador. Una de las escenas más complicadas fue cuando los dos protagonistas caminan en silencio, no hablan, y el espectador tiene, como ellos mismos, la sensación tangible de amenaza.

Los soldados británicos protagonistas de su historia son, por una serie de detalles, dos buenos chicos. No sé si, con su coguionista Krysty Wilson- Cairns, estudiaron dotarlos de esa naturaleza como contraposición al escenario cruel de la guerra.

Son dos seres humanos inocentes, héroes accidentales y que desconocen lo que se les viene encima. Quería que su amistad resultara totalmente real. Me parece que son un buen ejemplo de lo que eran los soldados de a pie, tantos jóvenes desconocidos cuyos cuerpos nunca fueron recuperados. La película es una forma de honrarlos. Se hizo un gran trabajo con Krysty Wilson-Cairns y conseguimos unos personajes muy buenos y una gran relación entre ellos.