Milagro en Sudáfrica

ROBERTO PERAL
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«El documental 'Searching for Sugar Man' es a la vez una novela de intriga, un cuento de hadas y un tesoro para melómanos»

El músico Sixto Rodríguez, en la imagen de contraportada de su disco ‘Coming from Reality’ (1971).

Las alas de la pandemia vuelven a desplegarse y nos han puesto otra vez de los nervios por culpa de la variante ómicron, identificada el mes pasado en el sur del continente africano y que ha hecho saltar las alarmas de la comunidad científica. Los gobiernos de medio mundo han prohibido a sus ciudadanos que viajen a Sudáfrica y han vetado todo contacto con el país de Nelson Mandela, pero todo ha sido en vano: el planeta es cada vez más pequeño y el virus mutado ya ha empezado a expandirse por Europa.

Hubo, sin embargo, un tiempo en el que Sudáfrica sí vivió envasada al vacío, de espaldas al mundo, sometida a un estricto bloqueo internacional a causa de sus políticas de segregación racial y donde los flujos de información eran celosamente controlados por un gobierno represor. En ese contexto, el del apartheid, se sitúa un documental asombroso, Searching for Sugar Man (2012), del sueco Malik Bendjelloul, una historia de locos que es a la vez una novela de intriga y un cuento de hadas y un tesoro para melómanos, y que confirma, una vez más, que la realidad hace empalidecer a la inventiva más desatada.

Searching for Sugar Man comienza en Ciudad del Cabo a mediados de los años 90, donde dos tipos conectados por una misma pasión, el comerciante Stephen Segerman y el periodista Craig Bartholemew-Strydom, se han empeñado en investigar la biografía del músico que les había cambiado la vida veinte años antes, un cantante enigmático apellidado Rodríguez y que se convirtió a comienzos de los años 70 en una estrella a la altura de Dylan y de los Rolling Stones entre la juventud sudafricana.

No se trata de una afirmación hiperbólica: introducido de forma semiclandestina en Johannesburgo, Cold Fact, el primer disco de Rodríguez, corrió como la pólvora entre los jóvenes liberales de familias blancas que empezaban a enfrentarse al régimen. Un profesional de la industria musical estima que la edición sudafricana del álbum llegó a vender medio millón de copias, y, según otro de los testimonios que recoge el documental, en los hogares progresistas de aquella época no faltaban el Abbey Road de los Beatles, Bridge Over Troubled Water, de Simon & Garfunkel, y Cold Fact, de Rodríguez: «En Sudáfrica pensábamos que era uno de los discos más importantes de la historia, así de sencillo».

Pero, por increíble que pueda parecer en estos tiempos globalizados, nadie sabía absolutamente nada de un músico cuyas canciones eran abrazadas como himnos por los jóvenes afrikáners del floreciente movimiento antiapartheid. Se afirmaba que se había suicidado prendiéndose fuego encima de un escenario, y poco más.

En realidad, Sixto Rodríguez, un cantante de Detroit de orígenes mexicanos, había publicado dos álbumes al principio de la década, el citado Cold Fact (1970) y Coming from Reality (1971). Las entusiastas críticas no se tradujeron en ventas, la discográfica rescindió su contrato y el músico se desvaneció en el olvido. Metidos a detectives, Segerman y Bartholemew-Strydom deciden seguir su rastro en Estados Unidos y descubren en primer término un hecho que les hará abrir unos ojos como platos: Rodríguez, el mito sudafricano, el poeta urbano y revolucionario que los jóvenes más inconformistas recitan de memoria de Pretoria a Johannesburgo, es un completo desconocido en su país de origen.

Los investigadores seguirán luego el rastro del dinero, que los conduce a un callejón sin salida: los suculentos derechos de autor generados en Sudáfrica se han quedado en bolsillos ajenos y nunca llegaron a la cuenta de Rodríguez. Estudian después posibles mensajes ocultos en los álbumes y las pistas que creen detectar en las letras de las canciones. Todos los esfuerzos parecen resultar estériles, hasta que, en 1996, una flamante herramienta modifica el mundo y el destino de todos los protagonistas de la película: internet. 

Gracias a la nueva red global, Segerman recibe una madrugada la llamada de una hija de Rodríguez. Aún no repuesto de la sorpresa, estalla la bomba al otro lado de la línea: su padre está vivo y coleando, se las apaña desde hace años en trabajos ocasionales en el sector de la construcción y lleva más de un cuarto de siglo ignorante de que se ha convertido en un ídolo al otro lado del mapa. El final de la película posee tal potencia emocional que pone la piel de gallina: el humilde obrero, el músico redescubierto por sus fans, viaja en 1998 a Sudáfrica para una gira en la que decenas de miles de incondicionales de todas las edades lo aclaman como a un Elvis resucitado de entre los muertos.

Documental contado a la manera clásica, con entrevistas, imágenes de archivo y planos narrativos paralelos que saltan hábilmente del deprimido y lluvioso Detroit al turbulento Ciudad del Cabo, Searching for Sugar Man no es solo un maravilloso caso de justicia poética. También constituye una declaración incondicional de amor a la música, y una fecunda reflexión sobre el éxito, y una muestra del poder del arte para trascender el tiempo y el espacio. Y guarda, sobre todo, un enigma fascinante que nos despierta el apetito de viajar a un país encerrado hoy de nuevo entre sus fronteras.