Un parricidio de novela

R. Pérez Barredo / Burgos
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El escritor Javier Pastor resucita en su última obra, Fosa Común, el espeluznante crimen cometido por un capitán de infantería, que asesinó a su mujer y a sus cuatro hijos antes de quitarse la vida en su domicilio familiar de la Barriada Militar

Los vecinos más veteranos de la Barriada Militar no han podido olvidarlo, pese a que ya han transcurrido cuarenta años. «Lo de Moradillo», dicen recurrentemente para referirse a un suceso escalofriante registrado en Burgos en septiembre de 1975. Un crimen terrible que, sin embargo, apenas trascendió: aunque la dictadura de Franco agonizaba, el estamento castrense gozaba de una superprotección especial. Y el criminal ostentaba el rango de capitán, nada menos. Aunque pasó de puntillas por la prensa de la época -era imposible silenciar algo de tamaña magnitud- la realidad suele ofrecer nuevas oportunidades a la luz y a la verdad.

El novelista Javier Pastor acaba de inspirarse en el parricidio de Victorino Moradillo, que mató a su mujer y a sus cuatro hijos, y que después se quitó la vida, en su última novela, Fosa común (editorial Random House), que recrea la transición y la historia de una adolescencia al final del franquismo. El libro tiene tintes autobiográficos: su autor vivía en la barriada burgalesa y tenía relación con una de las hijas del fratricida.

Aquel episodio conmocionó a la sociedad burgalesa. Sucedió en la madrugada del 29 de septiembre. Al filo del alba, en el tercer piso del bloque 21, resonaron varios disparos. Victorino Moradillo, capitán de infantería de la escala auxiliar, de 42 años y natural de Rioseras, quitaba la vida a su mujer, María Cristina López Rodrigo, de 38 años y natural de Barrios de Colina, y a sus cuatro hijos: Cristina, de 14 años; María Concepción, de 13; Victorino, de 10; y David, de apenas dos meses de vida. Algunos vecinos cercanos comentarían que se escuchó nítidamente la voz de una de las niñas diciendo «A mí no, papá, a mí no...». Tras cometer el parricidio, el hombre descolgó el teléfono para comunicarse con la policía e informar de lo que acababa de hacer y de que iba a quitarse la vida. Después hacía lo propio con un amigo, que trató de disuadirle. En vano. Tras colgar la comunicación, se suicidó.

Según se supo más tarde, horas antes de los trágicos acontecimientos unos guardias urbanos tuvieron que mediar en una violenta disputa que el matrimonio estaba librando en plena calle. Los agentes calmaron sus ánimos e invitaron a la pareja a ventilar sus asuntos en casa. En mala hora. También trascendió días después que el capitán, destinado en la Jefatura de Automovilismo de la VI Región aunque en esos días se hallaba de permiso, venía sufriendo ciertos desequilibrios nerviosos, trastorno que se esgrimió entonces como justificación de aquella atrocidad.Se apuntó, asimismo, que un año antes de los hechos había sido sometido a la trepanación de un oído. Una vez que el juez civil instruyó las primeras diligencias, el juez militar de la plaza se hizo cargo del sumario. Sobre el suceso, entonces, cayó un manto de silencio.

Imposible olvidarlo. Una de las más veteranas vecinas de la barriada, donde sigue viviendo desde hace medio siglo, no sólo no ha olvidado la matanza. Todavía es el día hoy en el que mira hacia la ventana del piso en el que sucedieron los hechos «y me parece estar viéndola a ella mirar hacia la calle, como esperando ver llegar a su marido». Reconoce esta mujer que Victorino tenía fama de bebedor y un carácter violento, mientras que ella era «una buena mujer, entregada a sus hijos y a su casa».Las discusiones y desavenencias del matrimonio eran conocidas en la barriada, que vivió con dolor aquellos hechos.

«Éramos como una gran familia. Nos conocíamos todos y fue muy traumático». Reconoce, sin embargo, que a muchos de los vecinos no les sorprendió lo ocurrido. «Sabíamos que algo así podía pasar el día menos pensado. Alguna vez, en plena borrachera, se le habían escapado comentarios así de salvajes, de que algún día mataría a su familia», revela.

Un militar hoy retirado recuerda la conmoción que sufrió tras aquellos hechos la familiar militar. «Fue muy impactante, tremendo. Porque no estaba loco, fue algo repentino», señala a la vez que admite que aquella tragedia trató de silenciarse por los mandos de entonces, casi como si no hubiera ocurrido. La prensa de la época así lo confirma: una breve nota daba cuenta del parricidio, del que no se volvió a saber nada más en días posteriores. «Eran otros tiempos».

Exorcizar el pasado. Javier Pastor jugó durante años con Cristina en la plazoleta de la barriada, escenario de entretenimiento, junto con la Deportiva, de los hijos de los militares. Iban, igualmente, al mismo colegio, el de la Sagrada Familia. «Recuerdo perfectamente aquella mañana. Cuando llegué al colegio me encontré a mis compañeras llorando desconsoladas. Es cierto que había percibido un follón insólito a esas horas, pero fue ahí cuando me contaron que habían matado a Cristina. Así que lo viví muy de cerca. Lo cierto es que a otros amigos que también lo vivieron de cerca, sin embargo, no les dejó huella. Precisamente el asunto quedó en la fosa común de la memoria. Pero a mí me ha recorrido subterráneamente, aunque he tenido que esperar mucho tiempo para que eso volviera a resurgir, aunque en un contexto narrativo más amplio y dentro de una narración novelística», explica el escritor e hijo de militar, que pasó ocho años de su vida en Burgos.

Así, Pastor afronta aquella tragedia ampliando el espectro y para contar «lo que no se dijo entonces del asunto, con la crueldad esa especie de coniuctio que hubo entre sotanas y uniformes para enterrar a este tipo, además, con la familia a la que había asesinado, lo que suena ya realmente espantoso.El asesino y sus víctimas enterrados el mismo lugar». A ello ha dedicado estos últimos años, con frecuentes visitas a la ciudad, en las que mantuvo entrevistas y conversaciones con supervivientes.

Y es este relato constituye una pieza fundamental del corpus de la novela. En la última parte de ésta, descubre el escritor al asesino: «Que tenía una doble vida bastante tipificada. Jamás bebía en el cuartel, donde debía comportarse de manera correcta, siendo incluso cortés. Pero luego llegaba a casa, se vestía de civil, y se marchaba de copas y putas. Su mujer solía aparecer de vez en cuando con la cara macerada de la mano de este tipo. Se decía que también pegaba a su familia política, pero parece que a los hijos jamás les puso un dedo encima.En ese sentido, parece que lo que hizo fue una cosa bastante esquizoide. Pero estaba en conocimiento de la mayoría de los vecinos, muchos de los cuales pensaron, cuando ocurrió, que aquello se veía venir. Aquel entonces, una denuncia ante la policía tenía un resultado poco menos que nulo. Esa aceptación natural de la violencia... Por eso ocurrió algo tan espantoso como esto».

Dice Pastor que le ha dolido recordar y que escribir sobre aquellos recuerdos ha sido, también, una suerte del exorcismo. «Ha sido doloroso. He pasado miedo al enfrentarme al propio recuerdo. No ha sido nada fácil. Para mí la escritura no suele tener carácter catártico, pero en este caso sí que ha habido cierta exorcización, cierta catarsis cuando rematé la novela.También es cierto que nunca había escrito nada tan aproximado, tan auto referencial», concluye.