Mártires en tierra extraña

R.P.B.
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Nueve misioneros burgaleses han sido asesinados en las últimas cuatro décadas, tres en América Latina y seis en África

Miguel Ángel Isla (primero por la izquierda), Fernando de la Fuente (con los brazos cruzados) y Servando Mayor (a la derecha), asesinado en Zaire en 1996

Carlos Pérez Alonso, jesuita natural de Briviesca, llevaba once años desempeñando su labor misionera en Guatemala. A comienzos de la década de los 80, los países de Centroamérica eran un polvorín. Violencia, crueldad, sangre y muerte. Congregaciones religiosas como la Compañía de Jesús estaban en el punto de mira de milicias y paramilitares. El ambiente era asfixiante, insufrible. Un sinvivir permanente. El padre Pérez Alonso, de 44 años, era director de los cursillos de Cristiandad, coadjutor de la parroquia popular de San Antonio y capellán de la cárcel y de dos hospitales. Conocido por su inmenso amor a los pobres, con un corazón bondadoso y paternal, como aseguraban quienes le rodeaban, el domingo 2 de agosto de 1981, tras celebrar una misa en el hospital militar, fue secuestrado cuando repostaba gasolina en una estación de servicio. Nadie volvió a verle con vida, a pesar de que días después de su desaparición llegaron noticias confusas que decían que había sido puesto en libertad en la península mexicana del Yucatán.

No era cierto. Y de nada sirvió que su desconsolada familia insistiera en su búsqueda durante años. En 1983, el vicario capitular de la Archidiócesis de Guatemala aseguró que el religioso burgalés había sido asesinado y enterrado tras su secuestro. Es uno de los primeros misioneros asesinados en su destino evangélico de los que tiene referencia la Delegación de Misiones de Burgos, que la semana pasada tuvo que informar con dolor del último crimen: el de la misionera Inés Nieves Sancho, natural de Avellanosa de Muñó, decapitada en una aldea de la República Centroafricana donde prestaba ayuda a mujeres y niñas para que tuvieran un futuro mejor.

También en la década de los 80, aunque a finales, los jesuitas sufrieron otro golpe durísimo: la matanza de varios hermanos en la Universidad Centroamericana ‘José Simeón Cañas’, conocida como la UCA, en El Salvador.Fue en la madrugada del 16 de novimbre de 1989. Miembros del comando Atlacatl, formación paramilitar creada por el Estado Mayor, accedieron al campus de la UCA y asesinaron a sangre fría al burgalés de Cubo de Bureba Amando López Quintana y a Joaquín López López, Segundo Montes, Ignacio Martín-Baró, Juan Ramón Moreno e IgnacioEllacuría, que era el rector (también acribillaron a dos empleadas, Elba Ramos y su hija Celina). Los asesinos dejaron los cuerpos desperdigados por el jardín. Fue uno de los golpes más brutales jamás antes padecidos por la Compañía de Jesús. Amando, como han recordado hasta la saciedad quienes le conocieron, tenía el don del ánimo y la sonrisa contagiosa. «Su gran carisma era el don del consejo y del ánimo. Tenía una disponibilidad natural para escuchar, un corazón grande para acoger y una sonrisa contagiosa para animar».

MALDITA DÉCADA. La década de los 90 fue aún peor para los burgaleses que decidieron dar lo mejor de sí mismos en los lugares más marginados y terribles del planeta. América Latina seguía siendo un lugar extremadamente violento, pero otro continente, África, se revelería como el Corazón de las Tinieblas. Como todas las navidades desde que ejercía su misión en Brasil, el misionero mirandés Manuel Campo Ruiz se acercó a la prisión de Helio Gomes de Río de Janeiro, donde cumplía condena por narcotráfico un familiar lejano. Llevaba consigo una suma considerable de dinero, 3.000 dólares, que debía entregar al abogado del recluso. Entró en el penal, pero nadie le vio salir. La policía brasileña terminó admitiendo meses después que pudieron ser corruptos guardias quienes, para quedarse con el dinero que portaba, lo mataron y desaparecieron.

Caridad Álvarez Martín, natural de Santa Cruz de la Salceda, fue beatificada el pasado año por el Papa Francisco por su asesinato, acaecido en Argel en 1994 a manos de integristas islámicos.Caridad regresaba de misa junto a Esther Paniagua, compañera de la congregación Agustinas Misioneras, cuando se vieron envueltas en un tiroteo. Ambas fallecieron. La misionera burgalesa, de 62 años, llevaba treinta trabajando en Argelia. Y había desoído el consejo del Gobierno español de que abandonaran el país norteafricano.

(Artículo completo en la edición de hoy)