Martín García Barbadillo

Plaza Mayor

Martín García Barbadillo


Jardines con ambiente

12/07/2021

La Fundación Caja de Burgos y el Ayuntamiento han lanzado un programa para divulgar los valores naturales de los parques de la ciudad. Con el nombre Jardines con ambiente, pretende acercar estos espacios a los ciudadanos con talleres, paseos guiados, acciones de voluntariado…
Cualquiera que tenga la costumbre de patear la ciudad, y los sentidos afilados, sabrá ya que entre edificios, aceras y calzadas, en los espacios verdes urbanos, la biodiversidad se abre paso, brota incluso. Burgos, visto desde el aire, son dos grandes líneas verdes (los ríos) y otra gran masa en el Castillo; las estaciones se marcan por la presencia de unas u otras aves, desde los estorninos a los nacimientos de los patos; el otoño es un espectáculo en la ciudad y las pelusas de junio, una pesadilla. 
Parques y jardines hay, y muchos, y conocerlos es un paso en la dirección correcta, pero yo iría más allá: los ocuparía. No ponga esa cara, no estoy diciendo nada que no se haga en todas partes. En cualquier lugar del mundo, los parques y jardines (aunque tengan cinco metros cuadrados) se usan y disfrutan. En Berlín, Londres o Estocolmo lo habitual es ver gente de toda edad y condición tumbada en la hierba almorzando, descansando, tomando el sol o jugando con los chavales. Aquí, simplemente es casi inconcebible. En este país los jardines son territorio sagrado; desde pequeños nos meten en la cabeza que no se pisan y así seguimos toda la vida. Están ahí para mirarlos y poco más, lo que es un absoluto desperdicio. No creo yo que sufriesen mucho daño si fuesen utilizados por los ciudadanos, y si se deterioran algo que sea por usarlos. Al final son como la vajilla buena que regalaban a los padres en la boda: duraba toda la vida porque no se sacaba nunca.
Para que esta ocupación llegue a suceder algún día han de pasar dos cosas: en primer lugar, un cambio de mentalidad que no sé si veré en lo que me queda de vida. Y, en segundo, que los jardines dejen de ser el lugar preferente donde los perros hacen sus cosas, aunque sus dueños las recojan; que uno sepa, con certeza, que no se va a sentar en el lugar donde un can dejó su impronta. Este último asunto, seguro que tiene soluciones posibles; el primero, como decía, lo auguro más complicado. Pero yo no me rindo y doy ejemplo: alguna tarde-noche he arrastrado a mi familia a cenar pizza en el jardín de enfrente de casa, ante la estupefacción de alguna vecina en su ventana y, últimamente, no paro de jugar al fútbol con el niño, con dos acacias como postes, sobre un césped que ya quisiera el estadio de La Cartuja. Nosotros también somos biodiversidad. Salud y alegría.