El bebé que cambia la escena

A.S.R.
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Las actrices Carola Martínez y Violeta Ollauri, con vidas en paralelo, adoptan posiciones extremas sobre la maternidad. La primera siempre ha tenido claro que no pariría y la segunda jamás se imaginó sin hijos

Carola Martínez (i.) y Violeta Ollauri, con la hija de esta última. Foto: Alberto Rodrigo

Las vidas de Carola Martínez y Violeta Ollauri avanzan en paralelo. Su apuesta por vivir del teatro en una ciudad de provincias, la inquietud por crear su propia compañía, Colectivo Inesperado, y hasta la necesidad de completar los irregulares ingresos del mundo de las artes escénicas con trabajos de camarera en un bar. Dos historias a la par que se disparatan cuando hace dos años una decide ser madre. Algo tan pequeño como un bebé; algo tan grande como la maternidad. En ese punto, se sitúan en posiciones extremas.
A un lado, Carola Martínez, con un no rotundo a la maternidad. «Yo desde muy joven tenía muy claro que no quería procrear porque, aunque soy una persona muy optimista, tengo una visión negativa y pesimista del mundo y no me parece justo traer más vidas cuando hay un montón de niños sin familia y sin atención. No tengo la necesidad de que mis genes se perpetúen en el tiempo.Me gusta mi forma de vida. No quiero cambiarla y tener un hijo lo hace al final, al principio y durante. Es un cambio radical y tiene que serlo», defiende y matiza que, ojo, le gustan los niños, juega y se lleva bien con ellos, y se alegra cuando los alumbran «parejas con la cabeza en su sitio, que lo han pensado bien y saben que ese bichito se convertirá en su prioridad».
Y se alegró, aunque también lo flipó, cuando Violeta Ollauri le dio la noticia de su embarazo. «Siempre me imaginé con hijos y hace dos años era mi momento, mi pareja y el lugar. Mi lucha es seguir manteniendo mi estilo de vida porque cuesta compaginar la inestabilidad que genera el mundo del teatro, que es lo que precisamente a mí me gusta, con una hija sobre todo porque la maternidad está muy estipulada, con unas rutinas y unos horarios muy estancados. Siento que voy contracorriente», advierte y se sabe afortunada porque su trabajo, sin jefes, alarmas ni oficinas, se ha amoldado a su nueva situación y no al revés, que es lo habitual para el resto de mujeres.
Su hija, Vega, que el 19 de abril cumplirá dos años, ha sido una más en las reuniones de trabajo, los ensayos e incluso los bolos, aunque ha sido imprescindible la implicación de las abuelas -el padre de la criatura es técnico de teatro y a veces coinciden en los proyectos-. Sin ellas, hubiera sido imposible. No hay guardería que aguante sus necesidades laborales, concentradas los fines de semana y en horario nocturno. Utopía habría sido igualmente sin la complicidad del resto de integrantes de la compañía.
«Cada uno tenemos nuestros compromisos, familiares, laborales o personales y nos acomodamos igualmente. Son maneras de vivir distintas, cada uno elige la suya y hay que normalizarlas», observa Martínez y asiente Ollauri, que la única rutina que de momento ha variado ha sido la cerveza que seguía al trabajo bien hecho después de una función. Ahora cambia esa rubia por la de ojos azules que la espera en casa.
Martínez, que mantiene esa buena costumbre, no siente que se haya perdido algo por su negativa a ser madre y, aunque admite que muchas de quienes compaginan esta condición con su trabajo son superwoman, se ríe de quienes hablan de que es el mayor acto de generosidad.
Ollauri afirma que la maternidad no ha frenado sus proyectos artísticos -sí ha renunciado a los ingresos estables de su trabajo de camarera-, aunque duda de que pudiera aguantar esta situación ideal si ampliara la familia. Sí que derriba el mito de que todo es de color de rosa. Confiesa que es sacrificado y que a veces se tira de los pelos, pero ni por un segundo se ha arrepentido de su decisión.

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