El único marinero del mar Muerto

Laura Fernández (EFE)
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El israelí Jacky Ben Zaken consiguió que el Ejército de su país le concediera el exclusivo privilegio de poder surcar con su sencilla embarcación las aguas más bajas del planeta

El único marinero del mar Muerto Foto: ATEF SAFADI

Con un pequeño bote pero un gran conocimiento del lago salado más famoso del mundo, el israelí Jacky Ben Zaken tiene el exclusivo privilegio de ser el único marinero que puede navegar por sus aguas, las más bajas del planeta, las del Mar Muerto. Un logró que ostenta desde que consiguió que el Ejército de su país le permitiera surcar esta zona militar cerrada, con el compromiso de convertir a todo pasajero en un embajador del lugar, explica.
Hombre de mar, como se define, comenzó a guiar a los reporteros que acudían a visitar la zona cuando hace una década la nación hebrea intentó inscribir el lago como Patrimonio Mundial de la Unesco (organismo del que ya no forma parte desde el pasado enero).
«Allí empecé la idea. Comencé a trabajar en la unidad de rescate en el mar con el Ejército y me tomó tiempo convencerles (de tener un permiso con fines turísticos) porque es una frontera», desvela este navegante sobre la laguna, que baña tierras palestinas en el norte, y Jordania en la otra orilla.
Ben Zaken echa el ancla junto a la geografía litoral más singular creada por estas aguas como las playas que, en lugar de arena, forman granos de sal o los moldes submarinos con forma de champiñón que generan manantiales dulce en contacto con el líquido salado, con el que no llega a mezclarse. Este navegante parece saberlo todo sobre su superficie y profundidades y desafía a los turistas con preguntas más allá de lo que sabe el común de los mortales: que en el Mar Muerto se flota por su alta salinidad. Es también uno de los lagos más profundos, con 480 metros en la zona norte, rico en minerales - hasta 26 -, y que aporta el 86 por ciento de potasio que se consume a nivel mundial, cuenta.
Estos minerales que cristalizan crean una gama de estratos de colores en la costa cada día más visibles por el descenso del nivel del agua y consolidan islotes de sal petrificada que perfilan impresionantes paisajes enmarcados por las montañas rojas del desierto.
Los acuíferos que nacen en las montañas de la ciudad palestina de Hebrón, en Cisjordania, y de la ciudad santa, Jerusalén, alimentan este ecosistema que «no es un mar, sino un lago terminal, y está condenado a desaparecer porque no tiene continuidad».
«Hoy pierde más agua por evaporación de la que recibe, lo que equivale a 600 piscinas olímpicas todos los días», comenta sobre los riesgos de secado del Mar Muerto, pero cree que es posible una solución si se garantiza y protege la entrada de líquido elemento de los históricos manantiales naturales.


Una historia muy remota. Con ocho millones de años de antigüedad, este enclave es relativamente joven para la edad de la naturaleza, y se creó a merced de la placa tectónica africana del Rift, entre otras dos placas, la que asienta Israel y Palestina; y donde en la actualidad se sitúa Jordania.
Como parte de la ruta, la embarcación de Ben Zaken atraca frente a uno de los complejos turísticos que han tenido que cerrar por los socavones que provocan los depósitos de sal que quedan a medida que desaparece el mar, reducido significativamente en su parte central.
Así, inmensos cráteres de decenas de metros de diámetro, suponen también un riesgo para los escasos residentes de su litoral, entre ellos Ben Zaken, que no pretende marcharse: «Si me preguntas a mí, este es el mejor lugar para vivir».
«Cuando resides aquí o en zonas remotas como Alaska, Australia o Dakar, si no conectas con el alma y tu ser, no puedes sobrevivir, hay otros lugares más bonitos y fáciles», confiesa sobre su vínculo con este inhóspito paraje, con escasos servicios al alcance o vegetación.
Pero este lobo de mar es capaz de desentrañar toda la magia de un ecosistema único para llevar a cabo lo que considera su misión última como navegante: concienciar a todos los pasajeros de lo que puede perder el mundo.

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