Un hombre lobo guanche en la corte de Francia

María Albilla (SPC)
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La escritora Emma Lira recupera la historia de Petrus Gonsalvus, un 'monstruo' con hipertricosis que fue regalado al rey de Francia, país en el que se casó con una bella mujer con la que formó una familia

Un hombre lobo guanche en la corte de Francia

L a Bella y la Bestia tuvieron nombres de verdad. Fueron Petrus y Catherine y aunque en su vida no hubo hechizo que romper, sí tuvo la magia suficiente como para inspirar una de las fábulas más románticas de la historia. 
Petrus Gonsalvus nació en Tenerife en 1537. Sufría hipertricosis, una afección congénita caracterizada por el crecimiento excesivo de vello. Siendo aún un niño de 10 años, este guanche descendiente de menceyes fue llevado como presente a Europa, donde recayó en la corte francesa de Enrique II. Partiendo de este personaje tan real como longeva fue su vida -vivió la inusual cifra para la época de 80 años-, la novelista Emma Lira ficciona en su último libro, Ponte en mi piel, su vida en los escenarios reales en los que está documentado que vivió, en los que se enamoró, se convirtió en padre y en los que ejerció como mano derecha del monarca galo que le acogió bajo su tutela. 
El aspecto de Gonsalvus no impidió que en pleno siglo XVI llegaran a ver más allá de su físico y alcanzara una distinguida posición como gentilhombre de la corte, pese a que el vello de su cuerpo le hacía parecer un hombre lobo. 
«Yo no nací. A mí me nacieron, aquella noche de luna llena y cumbres recortadas. Me nacieron con culpa y con vergüenza. Me parieron en el suelo, sin ceremonias ni ropajes, entre sangre y jadeos apresurados, como al perro que habría de ser durante los años venideros». Así arranca la vida de un hombre del que las crónicas decían: Su cara y su cuerpo esta recubierta por una fina capa de pelo, de unos cinco dedos de largo (nueve centímetros) y de color rubio oscuro, mas fina que la de una marta cibellina y de olor bueno, si bien la cubierta de pelo no es muy espesa, pudiéndose apreciar bien los rasgos de su rostro.
Petrus pudo haber sido un maldito toda su vida como un hombre pe?rro si no fuera por la fascinación que despertó en el rey de Francia su despejada inteligencia y rara sensibilidad. Tanto fue así que creció y se crió en la guardería real junto a los hijos del monarca y la nobleza y fue ocupando diferentes puestos en palacio empezando desde las cocinas hasta llegar a una posición relevante.
Pero aquí se hablaba de una historia de amor, de un cuento de hadas, de una fábula que inspiró incluso una película de cine... y así fue porque cuando Petrus ya estaba convencido de que su apariencia no le haría merecedor del amor de una mujer se enfrentó quizá al mayor reto de su vida, y eso que estaba experimentado en driblar las sorpresas del destino.
Muerto Enrique II, Gonsalvus quedó al capricho de la reina regente, Catalina de Medicis, que tenía preparado para él un reto definitivo: desposarse con una bella dama de la corte de procedencia desconocida llamada Catherine. 
Aquí entra la imaginación de Lira que presupone a la esposa como una víctima de los convulsos momentos históricos que se vivieron en Francia y por los que pasea esta historia. Así, llegaría a la corte de la mano de una dama amiga de la reina después de hacer sobrevido a las reyertas de la Guerra de la Sal que soliviantó a los capesinos franceses.
«Cuando me desperté, mi ropa estaba rasgada y había sangre en mi cuerpo. Pensé que era de los muertos, antes de notar el dolor que me paralizaba, la quemazón. Mi cuerpo había borrado las caras de esos hombres y les había puesto el rostro de los cuentos de mi indancia». El pavor que los recuerdos que despertaba en Catherine su esposo hizo que el matrimonio solo fuera tal en apariencia. Pasaron muchos años hasta que le pudo perder el miedo y ver a la persona que escondía el monstruo velludo con quien la reina parecía haberla condenado a pasar el resto de sus días.
 

Varias generaciones. Con los años, ambos fueron capaces de superar los obstáculos externos y los prejuicios internos. Finalmente, con su mundo resquebrajado por las guerras civiles y con muchas pérdidas y desengaños a sus espaldas, se reencuentran años después. Más maduros y sabios deciden entonces ser leales solo a ellos mismos y a sus sentimientos que, poco a poco, han ido despertando hacia el amor.
La pareja termina sus días en Italia, donde acaba buscando la protección de los Farnesio, y allí forma una familia. Tuvieron seis hijos, tres niños y tres niñas, Madeleine, Enrique, Françoise, Antonietta, Horacio y Ercole. Solo la primogénita y el benjamín se libraron de una alteración de la que hay constancia que afectó a varios de sus nietos.
El amor ganó en una vida difícil la batalla de los prejuicios y la apariencia y, al final, fueron felices...

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