"Nunca sentí discriminación, sí cierto paternalismo"

Á.M.
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Blowin´in the wind. Conversaciones sobre Burgos (IX)María Soledad Díaz. Abogada.

Así estaba la mesa de Díaz un martes a las ocho de la tarde. Foto: Valdivielso

Dice que no ha sido rebelde, "ni con causa ni sin ella". Y, sin embargo, superó barreras, conquistó metas y cuando hurga en la mochila del pasado sólo encuentra satisfacción. Pero la rebeldía es la condición natural del ser humano. Unos lo llaman instinto, otros evolución. Algunos castran ese impulso; no es su caso. Sin causa una no cumple 40 años ejerciendo el Derecho entre las pioneras en la defensa de las mujeres en sede judicial, cría tres hijos, pasa dos tercios de su vida al lado del último renacentista que parió esta ciudad y, después de una jornada de trabajo en la que se ha hecho de noche hace horas, remata con una sonrisa de luz cada frase dirigida a un periodista que además ha llegado tarde. Amigos, aquí cada uno es rebelde a su manera, y Díaz lo ha sido por la vía de la disciplina.

"Mi padre era funcionario de Justicia, de ahí me viene la vena por el Derecho. A él le hubiera entusiasmado hacer Derecho, pero no pudo. Y de ellos, de mis padres, me viene el sentido de la responsabilidad, algo que les agradezco infinitamente y que, por desgracia, no pude agradecer en vida a mi padre (falleció con 61 años a causa de un infarto). Tino (Barriuso, su marido) escribió un poema para él la noche en que murió que termina diciendo ‘gracias por ella’", recuerda al buscar las raíces de su personalidad. Esa consistencia, "y el hecho de ser la mayor de cuatro hermanos, dos de ellos con mucha diferencia de edad", le hizo ser feliz en su infancia en los Vadillos, "a pesar de que yo no recuerdo eso de bajar a jugar a la calle porque no me dejaban bajar: lo que había que hacer era estudiar y punto".

Todavía se pregunta "cómo lo hicieron" sus padres para, "con un sueldo de funcionario", dar estudios universitarios a sus hijos. Pero lo hicieron. "Mi padre me dijo que yo quería ir a Valladolid y a Valladolid iba a ir, pero también me advirtió que a la primera que suspendiera me volvía para casa". No era lo habitual a comienzos de los 70, y mucho menos irse fuera. "Si paso revista a mis compañeras de colegio, creo que estudios universitarios tuvimos seis o siete". Aplicada y constante, se licenció en Derecho con un expediente notable y 22 años en el cinto. "Acabé en junio y me casé en octubre, así que no me dio tiempo a plantearme nada. Tino había estando haciendo la tesis (era doctor en Físicas) en Bilbao y Barcelona, pero no quería seguir la carrera universitaria porque necesitaba tener tiempo para escribir. Encontró trabajo en Jesuitas y nos casamos. Por supuesto, sin  casa, sin un duro y viviendo en un piso que me prestaron unos tíos. Eso sí, tuve muy claro que no me iba a dedicar a quedarme en casa", continúa.


"SEÑORITA". Sus primeras aproximaciones al mercado laboral son hilarantes. Hoy, porque entonces no eran sino el reflejo de una sociedad enterrada bajo un manto de caspa marmórea. "Me quedaban dos meses para terminar la carrera y Martín Granizo, padre de quien después fue fiscal superior de Castilla y León, que era mi profesor de Procesal, nos dijo a una compañera y a mí que un notario amigo suyo se había trasladado a Burgos y buscaba oficiales con estudios de Derecho y que, si nos interesaba el trabajo, nos presentáramos allí de su parte. Yo fui, pero el señor notario no esperaba a una mujer, tal y como dejó claro. Ya sabes: ‘Siéntese señorita. A ver, querrá usted casarse, tener hijos... Mire, esto exige una dedicación en cuerpo y alma y...’. No sé de dónde me salió la respuesta pero le dije: ‘Mire, para dedicarme en cuerpo y alma me preparo yo la oposición a notaria. Y me fui". Conste que el interfecto falleció hace muchos años.

La segunda lo superó. La Caja de Ahorros Municipal de Burgos buscaba un asesor jurídico y Marisol tenía un contacto para llegar hasta ellos. "Dijeron que no perdiera el tiempo porque no querían mujeres". Ahí tienen a la caja ‘municipal’ de los años 70. Pero no todo se movía por los mismos parámetros. Se dejaba caer "por el despacho de Fernando Dancausa, que era de dos o tres cursos más que yo en la carrera, y allí echaba un ojo a un papel, veía algún expediente...". Hasta que, decidida a no convertirse en modo alguno en ama de casa, se colegió y abrió su despacho en su propio piso. "Apenas tenía trabajo pero me marqué un horario. Si no tenía casos, estudiaba". Las dificultades, por supuesto, seguían ahí, pero a Díaz eso le daba bastante igual.

"De alguna manera, los primeros asuntos que llevé fueron de mujeres que se querían separar. Esto era el año 78 y entonces las separaciones las llevaba el Tribunal Eclesiástico, así que entre el 78 y el 81, cuando se aprobó la Ley del Divorcio, estuve estudiando Derecho Canónico en Salamanca, en la Universidad Pontificia. Íbamos una semana al mes y allí estábamos cuatro mujeres rodeadas de curas. Éramos una especie rara allí, pero nos permitía estar una semana sin hijos ni trabajo y nos lo pasábamos de puta madre, aunque esa palabrota no la publiques".

Cuenta que en el ejercicio de su profesión ha visto de todo y, "aunque creo que no ha habido ni un solo caso que haya afectado a mi personalidad, muchas cosas son difíciles de olvidar". Del blanco y negro recuerda situaciones que "me parecían auténticas agresiones". "Yo nunca he sido una feminista de salir a pegar gritos, pero cosas como que una mujer no pudiera abrir una cuenta corriente sin el permiso de su marido eran agresiones intolerables, como era una agresión la diferenciación que hacía el Código Penal de lo que era adulterio para él y lo que era adulterio para ella. Hace poco vino una clienta a la que separé en los 80 a tramitar el divorcio. Acabó tan harta que ni siquiera había terminado el proceso. Cuando saqué el expediente se lo pasé a mi hija (Jimena, su compañera y mano derecha en el despacho de abogadas) para que leyera los fundamentos de derecho. Era como volver a la prehistoria". ejemplifica. En ese caso también intervino un joven abogado que opositaba para ser juez. Se llamaba Pablo Llarena.
A pesar del contexto, que en cualquier caso ya había emprendido el camino de la conquista de los derechos civiles, Marisol asegura que "nunca" sintió discriminación, "pero sí paternalismo: el típico ‘mira esta chiquita, pues no lo hace mal’. Joder, eso no se lo decían a los hombres. Y mira, hoy somos más mujeres en todos los ámbitos del Derecho".

 

LIBERTAD, LIBERTAD. Muchos de los profesionales liberales bien reputados que había en los años 80 fueron, de una manera u otra, sondeados como potencial activo político. Otra cosa eran las formas, que anunciaban las intenciones. A Díaz le ocurrió que en cierta ocasión recibió una llamada de un compañero de profesión. "Me dijo: a ver, Soledad. Si, como supongo, eres una mujer liberal, ¿te apetecería venir a una reunión del Partido Liberal? Y fui, pero nada más llegar me di cuenta de que buscaban mujeres que pudieran presentar a las elecciones. Floreros. Quizás pude haberlo aprovechado, pero no me interesó en absoluto". Al menos pasó de ser "señorita" a ser "Soledad", que no fue poca conquista.

Más le tocó la política por la vía marital. Tino Barriuso fue candidato a la Alcaldía por Izquierda Unida en 1987. No logró ser concejal a pesar de duplicar los votos de los, por entonces, ‘rojos’. Díaz se limita a señalar que no tiene mal recuerdo de los Maristas, donde estudiaban sus hijos, pero no es ajena a que aquello no se digirió bien en el cuadro de mando del colegio en cuestión. Es más, se planteó, junto a otra madre, presentarse al Consejo Escolar, pero el director del centro les advirtió que no era una buena idea. "Por contra, Tino contaba que a él los Jesuitas, donde daba clase, jamás le dijeron o coartaron nada por su forma de pensar, si bien es cierto que era profesor de Física", ríe.

Un recuerdo recurrente "con el que nos reíamos mucho" era el de las reuniones dominicales en su sala de estar. "Allí se juntaba mi marido con unos señores que empezaban a hablar de que habían detenido a no sé quién, de que había que ayudar a no sé cuál otro... A mí me decían que podía entrar, pero si entraba todos se quedaban callados". "En cualquier caso -puntualiza-, yo siempre fui más de centro, lo cual no fue nunca un inconveniente para ninguna de las partes. Estuvimos siempre relativamente cómodos en esta ciudad, queriendo vivir en ella. Teníamos nuestro grupo de amigos y lo pasábamos bien".

Hace menos de 20 días recibió la medalla de oro del Colegio de Abogados de Burgos por los 40 años que ha estado ejerciendo, un momento emocionante para ella porque es de las contadísimas mujeres que ha alcanzado esa distinción. Y no se rinde. Cuenta que cuando escucha a otros togados proclamar sus ganas de jubilarse no sintoniza con el discurso. "Algún día tendré que jubilarme, es obvio, pero yo sigo teniendo las mismas ganas y me siento una privilegiada por ello. Para mí el trabajo nunca ha sido un castigo". Y eso a pesar de que hay que tener tablas para mantener la compostura ante dramas como los que conoce de primera mano.

Cuenta, por ejemplo, que "siguen siendo cotidianos y mucho más frecuentes de lo que se piensa" los casos de violencia machista. "Ayer o anteayer tuve a una mujer a la que su marido llama zorra y le dice que no vale para nada. Cuesta entender que pasen cosas así, pero son muy frecuentes. Y a la inversa también se ven casos. Hace poco tuve conocimiento de un hombre bien posicionado económicamente al que su mujer le controla hasta cuando saca 50 euros del cajero. Es la falta de respeto a la vida, actividad o pensamiento del otro lo que más parejas frustra". A lo que sí se ha acostumbrado es a "escuchar eso de ‘la hija de puta de tu abogada’", algo que traduce como "estoy haciendo bien mi trabajo y por eso tiene ese cabreo", sonríe.


MAÑANA, MÁS. Díaz tampoco es una mujer abonada al retrovisor ("soy más de mirar hacia adelante que hacia atrás"), y lo más que concede es que "antes teníamos muchísima más ilusión que ahora". "Ilusión por cambiar las cosas, por trabajar... Eran tantas las ganas que las mujeres teníamos de incorporarnos al mundo laboral que tirábamos con todo: hijos, trabajo y lo que hiciera falta. Eso no lo veo tan extendido ahora".

A la hora de hacer balance tampoco tiene cuitas. "Vivir dos terceras partes de mi vida con Tino (fallecido en mayo de 2017) ha sido un privilegio. De mi carrera profesional me siento satisfecha, contenta y a gusto conmigo misma. Y tengo tres hijos que responden a casi todas las expectativas que una madre puede tener. ¿Qué más le puedo pedir a la vida?". Es la plenitud de una mujer sin miedo, sin cargas y sin prejuicios que supo maridar su educación en la disciplina con la construcción de una sociedad en color y en igualdad. Esa joven de la que su padre, José María, lamentaba que se hubiera casado tan joven, pues de lo contrario "habría llegado a ser jueza". Aquel guion no se rodó, pero la película fue igualmente apasionante. Robemos a quien mejor lo resumió: gracias por ella.

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