Juan Carlos Pérez Manrique

Estos días azules...

Juan Carlos Pérez Manrique


Tiempo herido

26/05/2022

Si al anochecer cualquier día paseas cerca de nuestra antigua estación, quizás tengas que enfrentarte con la melancolía. Si has tenido la suerte de no tener que sufrir salidas ni desplazamientos impuestos, primero se disfrazará de nostalgia para recodarte aquellos días de infancia, tan festivos, en los que subíais a un tren todos los de casa para ir a visitar a alguien o algún pueblo cercano. Te insistirá en que no olvides que allí acudías para ver máquinas, vagones, andenes, el trasiego de gente moviéndose entre maletas que tú pensabas llenas de sueños porque, cuando eres niño y eres joven, no concibes ningún otro equipaje posible. Si tuviste la suerte de poder estudiar lo que querías y hacerlo fuera, te insistirá mucho en que no niegues lo feliz que de allí partías hacia un mundo que buscabas y que también allí, donde se te dio todo, volvías conforme, alegre, según comprendías mejor tu Ítaca, tu casa. Y no deseches tampoco que desentierre en tu memoria como hubo noches en las que cuando todo cerraba, allí ibais a tomar la última, en esa edad en que uno sentía que la conversación cuando mejor ardía era cerca de la madrugada. 

Luego, la melancolía, ya sin disfraz, te mostrará la realidad actual de la vieja estación, construcción que ahora parece más la pieza de un recortable ahí puesta y que resulta apagada, mortecina, acaso por incompetencia o vete a saber si por alguna secreta maldición nacida cuando dejó de ser aquella entrada en la que la ciudad te recibía invitándote a que entraras en ella, que estaba ahí mismo, que solo tenías que atravesar el agua para sentirte bienvenido entre jardines y amable calle.

Suprimidas líneas, reducidas frecuencias, desplazado de la ciudad y pendientes tanto tiempo de la alta velocidad que acumula años de retraso, Burgos no tiene suerte con el tren. En Solo ante el peligro (Zinnemann, 1952) el sheriff de un poblado tendrá que enfrentarse a un asesino cuando llegue el convoy en el que este viaja. La película, al durar el tiempo real del recorrido del tren, 80 minutos hasta su llegada a destino, tenía un guión muy sorprendente para aquella España de ferrocarriles con tan largos retrasos. Ahora, aquí, lo sorprendente no es la puntualidad, es la espera. El tiempo que atraviesa y que conquista la máquina de vapor que pintara Turner en uno de los primeros óleos sobre el tema (Lluvia, vapor y velocidad, 1844), ese tiempo, aquí se ha ridiculizado demasiado, ese tiempo aquí está herido.