Mañana echa la persiana en el casco histórico de la ciudad otro establecimiento más. El Corte Inglés culmina su traslado y el centro suma un nuevo local sin actividad. No importa tanto la zona en la que suceda. Importa el vacío a pie de calle. La situación se repite con frecuencia en todos los barrios; también en otras ciudades, incluso en muchas con mayor población. Cada comercio, con su estética, forma parte del paisaje urbano, imprime personalidad y juega un papel fundamental en la vida de las ciudades. Sin locales comerciales los barrios se apagan porque son parte esencial en cada uno de ellos. ¿Está en nuestra mano poder hacer algo para frenarlo? 

Quiero pensar que sí, pero creo que se trata de un reto compartido, empezando por el rol de las administraciones desarrollando planes para recuperar superficies comerciales. Al sangrante cierre de las tiendas, en su mayoría pequeñas, atrapadas y comprometidas en reinventarse ante nuevos hábitos de consumo y obligadas a hacer piruetas para sobrevivir, se suma el creciente número de locales vacíos fruto del cierre de oficinas bancarias. El resultado, escaparates desnudos y abandonados. O incluso avenidas similares en ciudades distintas, llenas de franquicias. 

El futuro pasa por el presente y me pregunto cuánto y cómo de conscientes somos de lo que tenemos y a lo que podemos llegar. Los comercios locales son el alma de las ciudades. Cuidémoslos en la medida en la que a título individual considere cada uno. Puede que sea cómodo, y rápido, recibir en la puerta de casa el producto deseado. A veces será la única forma de conseguirlo, pero otras muchas estará disponible en la tienda de la esquina. Quizá sea una idea romántica o que conozco muy bien qué implica estar día a día al otro lado del mostrador, pero a mí me sigue gustando apostar por lo cercano, invertir en mi ciudad y disfrutar de ese valor diferencial que me aporta el pequeño comercio.