El día que se cumpla lo que pronostican las encuestas -y la realidad de los resultados en elecciones recientes- le vamos a echar de menos. Sus ocurrencias, sus trajes y su forma de posar. Por mucho que moleste al ego de Daniel y de Carolina, la 2019-2023 va a ser la legislatura de Vicente. Pudo haber sido la de Francisco, pero su pacto con Alfonso apenas duró un par de asaltos. 

En los primeros días del curso, que comenzó en mayo de hace más de tres años, rozó con los dedos la Alcaldía. Mientras De la Rosa se lamentaba ante los medios al dar por perdido el sillón que se había ganado en buena lid en las urnas, él ninguneaba a los concejales de Vox, que terminaron desafiando las órdenes de la dirección nacional de su partido y no permitieron tocar poder al líder local de Ciudadanos. Pasados unos meses, se conformó con ser el segundo de a bordo tras su acuerdo con el regidor socialista. Ahora que expira el mandato no sabemos si su prioridad es el Burgos Río, la capital Europea de la democracia o que vuelvan a aterrizar aviones en Villafría. Me apuesto con ustedes la cabellera a que no ocurrirá ninguna de las tres cosas. 

En estos tiempos de superpoblación de politólogos, no estaría de más que se pusieran a escribir tesis sobre lo que les ha ocurrido a estos 'espabilaos' de la política. Los que venían a comerse el mundo y arrasar con el pasado para llevarnos al paraíso democrático sin más argumentos del 'porque yo lo valgo'. Los naranjas se han convertido en mirindas, ese mítico refresco de nombre inigualable pero que, como la gaseosa, se quedaba sin chispa al poco de quitar el tapón de la botella. Y es una pena, porque con el ocaso de Ciudadanos se perderán diputados tan válidos como Edmundo Bal, y nos quedaremos con Adrianas Lastras y Albertos Caseros.