Rafael Monje

DE SIETE EN SIETE

Rafael Monje

Periodista


La otra crisis

06/05/2020

La palabra es la base de cualquier comunicación, la que nos hace entendernos casi desde el mismo instante en que nacemos. Pero cuando el idioma se retuerce con neologismos y circunloquios es síntoma de que algo va mal, de que algo gordo se está liando. Y curiosamente los que más utilizan un lenguaje trufado de términos eufemísticos son muchos de nuestros políticos. Sucedió ya en la crisis financiera de 2008, que dio lugar a vocablos como ‘austericidio’ o ‘crecimiento negativo’ y ocurre ahora a raíz de la crisis sanitaria por el Covid-19, con términos como ‘desescalada’, ‘nueva normalidad’ o ‘distancia social’. El lenguaje tiene estas cosas y, a veces, a base de repetir determinados ‘palabros’ acabamos interiorizando su uso y, lo que es peor, creyéndonos a pies juntillas sus nocivas interpretaciones.

Las figuras retóricas son armas políticas para embaucar a una población aturdida. El perfecto oxímoron lingüístico con el que explicarse ante un pueblo sin que éste acabe entendiendo nada y, así, seguir, como martillo pilón, con esa idea de que todo lo que hacen el Gobierno y las administraciones del Estado es solo por y para beneficio del pueblo. No sé ustedes, pero cuando escucho a los sanitarios les entiendo con una clamorosa nitidez y, sin embargo, a muchos dirigentes políticos no acabo de captar qué dicen ni qué quieren decir a pesar de emplear una barbaridad de tiempo.

Vamos, y permítanme la licencia, que bien podría ser el párrafo que les apunto a continuación un extracto de una de esas interminables comparecencias públicas: “En las fases de desescalada del confinamiento, y con el decreciente aplanamiento de la curva y la extensión de los epis, tendremos que seguir con el distanciamiento social, paseando solo con la persona conviviente, para evitar picos y alcanzar la nueva normalidad tras el estado de alarma”.

Convendrán conmigo en que ninguna crisis debe arrastrarnos al conformismo y a la apatía, la otra crisis en ciernes. Pero a ese estado se llega antes si silenciamos el sacrilegio al que se ve sometido cada día el lenguaje común que nos une.