Caen las hojas del calendario entre vacunas, mascarillas, restricciones y tasas de incidencia, y casi sin darnos cuenta junio ya está aquí. Junio. El mes del cosquilleo en la espalda. El del Parral y el chorimorci. El del pregón, los fuegos, las barracas y la ofrenda de flores. El del Himno. El de Burgos. Ese que muchos esperamos durante todo el año porque nos recarga las pilas y nos vuelve a unir con ese yo infantil y adolescente de algodones de azúcar, tardes de toros y noches en la calle.
Este año será diferente, claro. Y muchas de esas cosas que nos llenan el alma en junio o no estarán o no serán como las de aquella vieja normalidad que tanto añoramos. Pero algo habrá... Y después de un año en blanco, ese algo nos tiene que saber a gloria. Volveremos, por ejemplo, al Coliseum, donde sonarán de nuevo clarines y timbales. No descarten que alguna lágrima se escape en ese reencuentro con nuestra plaza. Aunque algunos hemos tenido la suerte de volver a los tendidos de otros cosos, esta es la nuestra, la que nos duele. 
Precisamente porque nos duele, porque la sentimos nuestra, porque va unida a nuestra afición desde que no levantábamos tres palmos del suelo, sorprende y disgusta, a partes iguales, la ausencia de dos burgaleses en la Feria: Antonio Bañuelos y Óscar Borjas. Habrá quien me acuse de chovinista, como siempre que aquí mismo he denunciado que no se anunciase a los burgaleses en su Feria. Pero es lo que hay. Si las oportunidades no se dan en la tierra, donde además se las ganan año tras año, ¿cómo vamos a pedir oportunidades en otras plazas? Las circunstancias de este año, no obstante, son tremendamente especiales por la maldita pandemia. Nada es normal. Ni siquiera los carteles de las ferias. Ojalá en 2022 todo sea como recordamos. Y entonces sí, los Sampedros deberán tener en sus carteles a los de la tierra. Por justicia.