Rafael Monje

DE SIETE EN SIETE

Rafael Monje

Periodista


La hostelería no es el enemigo

15/11/2020

El sector de la hostelería y la restauración no aguanta más. La segunda ola está siendo la puntilla descorazonadora para muchos negocios que difícilmente llegarán a comer el turrón. El abanico de restricciones dictadas por las comunidades autónomas es tan abigarrado como el muestrario de una tienda de pinturas. Medidas hay para todos los gustos y colores y, quizá, eso sea lo malo, porque su adopción depende de cada región, provincia, ciudad, municipio, mancomunidad o pueblo… Hay establecimientos que tienen la obligación de cerrar durante un mes, 14 días, por horas… o ya casi por minutos, ¡vete tú a saber! En fin, que si no fuera por la dramática situación, podría decirse que esas medidas se han dictado a gusto del consumidor; perdón, corrijo, a gusto del político de turno.
El cordel que aprieta a estos negocios no ha dejado de estrecharse desde marzo, excepción hecha de la autorizada extensión de las terrazas en verano. Pero aquello fue un sueño del que despierta a bofetadas un colectivo empresarial que, no nos engañemos, está formado mayoritariamente por autónomos y pequeños negocios familiares.
Sinceramente no entiendo tampoco que se trate de demonizar a la hostelería como si fuera causa del incremento de contagios, cuando es realmente un sector que, incluso, se ha remangado desde el principio para colocar paneles de separación, cumplir con la reducción de aforos y adoptar medidas de higiene y ozonización de los locales sin escatimar gastos e inversión. Eso por no hablar de los muchos cocineros y chefs que han elaborado miles de comidas de forma gratuita para el personal sanitario durante el confinamiento domiciliario o la colaboración desinteresada que aún prestan en comedores sociales, visibles en muchos casos a distancia por culpa de la indigna cola de la pura necesidad.
Como en todo, habrá excepciones, pero el hartazgo es comprensible cuando está en juego la supervivencia no ya de un establecimiento concreto, sino el sustento de miles de familias.
Tampoco han antepuesto la apertura de sus negocios a la salud de las personas, porque son los primeros en saber a ciencia cierta que un desliz en ese sentido provocaría la bajada de la persiana de manera irremediable. Por eso se entiende menos que el Gobierno y las comunidades autónomas no hayan hecho lo que, por ejemplo, sí ha aprobado Alemania: el abono del 70 por ciento de los ingresos que tuvieran en el mismo periodo del año pasado. En España, en cambio, seguimos fieles a la burocratización del proceso de ayudas públicas, anclados en un mar inabarcable de trámites administrativos que, con toda la razón, desesperan a cualquiera. Tan malo es no poder respirar como no comer, porque ambas son causa efecto de una muerte segura.
Pero en un país donde pasamos en un plisplás de los aplausos al olvido, la solución no es el ERTE o la comida a domicilio, sino la voluntad expresa de salvaguardar una de las arterias esenciales de la economía española como son los restaurantes, los bares y los hoteles. Los profesionales del sector no son los causantes de un escenario sanitario que fluctúa a golpe del dicho virus y de políticas heterogéneas. A no ser que terminemos por aplicar el planteamiento del filósofo Jacques Derrida, cuando dijo aquello de que «la política es el sucio juego de la discriminación entre amigos y enemigos». Juzgue cada uno.