Les confieso que lo que me pide el cuerpo es aprovechar este espacio de lujo para pedir calma, sosiego, relax, un poquito de zen, por favor. Ya sabemos que la cercanía de las elecciones encarniza el debate, eleva el tono de los discursos e invita a tildar de electoralista todo lo que se haga en los meses previos a la cita con las urnas. Como decía ayer un amigo, teníamos que tener elecciones todos los años para ver avanzar los proyectos.

Pero, aunque el enfrentamiento político esté cogiendo presión antes de estallar la campaña, la vida sigue, y muchas veces sigue para mal, desoyendo las más elementales normas de civismo y respeto hacia el entorno. Ejemplos hay muchos, en todos los ámbitos. Piensen en el medio ambiente, ese concepto tan global que no le prestamos atención si no lo aterrizamos en lo más cercano. Véanse las escombreras, puntos de acumulación de todo tipo de deshechos que los humanos dejamos donde mejor nos viene sin pensar en el perjuicio que provocan en el medio natural. Solares, tierras sin labrar, montes,... cualquier sitio parece bueno para tirar lo que no nos sirve. ¿Dónde ha quedado la conciencia de separar residuos, de depositarlos donde corresponde para que se puedan reciclar y, así, reducir el gasto de materias primas? Debe haber quedado en el mismo sitio que las promesas incumplidas desde la anterior campaña electoral.

Poder presumir de ciudad, de provincia, pasa también por cuidar su estética y su salud medioambiental. De nada nos sirve tener la catedral más bella de España o las bodegas subterráneas con más encanto de la Ribera del Duero si los que vienen a visitarlas tienen que pasar antes por cunetas plagadas de basura o entradas al casco urbano como vertederos del siglo pasado. Todos podemos revertir esa nefasta imagen.