Estos días se andan removiendo los recuerdos en torno a la explosión social que surgió el 15 de mayo de hace diez años. Ya ha pasado un decenio y parece que fue el siglo pasado. Ha quedado atrás, muy atrás y prácticamente sus protagonistas ya están fuera de la primera línea de la política, a donde les llevó aquellas movilizaciones secundadas por miles de personas en medio de una política de austeridad impuesta tras la crisis financiera de 2008.

Toda aquella explosión social encendió la esperanza de mucha gente en un avance hacia una democracia más participativa y directa. La llegada de la ‘nueva política’ tras la retirada de los activistas de plazas y calles pareció que podría limpiar una actividad dominada por dirigentes que hacían de la política su profesión. Podemos, y algo más tarde Ciudadanos, emergieron como formaciones que rechazaban la ‘casta’ y que propugnaban nuevas maneras de ejercer la política, más transparencia y unos valores éticos mucho más rigurosos que hasta entonces.

Sin embargo, diez años después nos damos cuenta de que pocas o ninguna de aquellas promesas se han cumplido. Los morados y los naranjas tuvieron su éxito electoral, sus oportunidades para gobernar, su momento para cambiar las cosas... pero todo sigue más o menos igual. Cierto es que la diversidad política aporta mayores matices y ofrece más oportunidades de que los ciudadanos encuentren su opción, pero en su vertiente negativa está la inestabilidad que han aportado a las instituciones donde han conseguido ser algo influyentes.

Al final, las aguas vuelven a su cauce y regresa poco a poco el bipartidismo, quizás acompañado por unos extremos, a la derecha y a la izquierda, que poco aportan al futuro de este país y de los españoles.