Víctor Arribas

VERDADES ARRIESGADAS

Víctor Arribas

Periodista


Barrio rico, barrio pobre

24/05/2020

Las cacerolas suenan de nuevo en España. El símbolo proletario de la protesta contra el poder, el recipiente al que se echan las legumbres o los avíos del cocido y el cucharón con el que se remueven, chocan entre sí para que el rechazo a los que gobiernan se haga más ruidoso y ostensible. Así lo vimos en Latinoamérica durante lo peor de los gobiernos que llevaron a sus países a la ruina, y así lo hemos visto con cierta frecuencia en España durante los años de gobierno conservador en sus dos únicas etapas. Pero la historia acostumbra a repetirse aunque los actores principales cambien, y ahora las cacerolas son esgrimidas por todos, incluyendo a aquellos sectores sociales que solían ser espectadores del ruido unidireccional que producían en el pasado. El elitismo social de la batería de cocina se ha democratizado.

Las caceroladas han brotado en el barrio de Salamanca, ridiculizado por los partidos políticos cuyos dirigentes superan ampliamente la renta per cápita de sus habitantes, y se han extendido a Alcorcón o Fuenlabrada, ciudades dormitorio cercanas a Madrid plagadas de obreros y gente humilde. Se han escuchado en Burgos, Valladolid, Zamora y muchas capitales más. La revuelta descalificada por tener su origen en los palos de golf y los descapotables de la Milla de Oro madrileña desborda ya los propios insultos de quienes sólo aceptan la crítica y la protesta cuando la protagonizan sus seguidores. Los hemofílicos con bandera roja y gualda al hombro, cacerola y mascarilla, proliferan en todo el territorio nacional, sin distinguir entre barrios ricos o barrios pobres.

Nunca he pronunciado la palabra “escrache”, ni en la radio, ni en la televisión, ni en los artículos. La utilizo en esta columna entre comillas y asumiendo la vergüenza que me causa su utilización. Me disculpo por ello ante el lector. Creo que el acoso a políticos en sus domicilios es inaceptable, sea del color que sea la víctima, cuyos hijos y cónyuges no pueden ser convertidos en rehenes de una turba vociferante. El espacio público es enorme y permite protestar en lugares que no invadan la intimidad y los derechos de nadie. Pero a estas alturas de la vida pública de nuestro país, todos los españoles saben que el vicepresidente Pablo Iglesias, la ministra Irene Montero, el portavoz Pablo Echenique y todos los integrantes de esa industria llamada Podemos, animan la intimidación a sus rivales políticos pero no aceptan que el acoso se produzca en sus urbanizaciones y ante las arizónicas de su jardín. Si el acoso es condenable, lo es siempre. Y no solo ven bien el acoso a sus rivales, sino que animan a sus seguidores a que lo ejecuten ante los domicilios de personas con nombre y apellidos.