Empiezan a desborrar las yemas en las viñas de la Ribera del Duero y anuncian que una nueva cosecha empieza a asomarse. Aún faltan muchos días y muchas noches hasta la vendimia, pero los viticultores, enólogos y bodegueros nos ilusionamos como si fuera la primera añada de nuestra historia. Con el tiempo, el paisaje cambiará de color y se convertirá en un gran jardín, donde las cepas, perfectamente alineadas, irán cumpliendo sus estados fenológicos hasta ofrecer esas perlas que permitirán elaborar el mejor vino.
Pero nos encontramos en un clima continental, proclive a producir heladas, pedrisco y enfermedades que pueden mermar la cantidad y la calidad de las uvas. La viña requiere mucho trabajo y enorme sacrificio. Sigue sus ritmos, en los días y en las noches, donde el sol y el frío imponen su ley. Lo más importante es aplicar mucho sentido común a la hora de tomar las mejores decisiones profesionales para alcanzar los resultados deseados. No es menos cierto que en las publicaciones se abusa demasiado de terminologías que comienzan a estar demasiado sobadas a la hora de explicar la filosofía en el cultivo de la vid. La palabra ‘sostenibilidad’, por ejemplo, empieza a cansar. Sobre todo, cuando muchos de los que la pronuncian ni siquiera conocen su verdadero significado: en la agricultura y la producción, explotación de un recurso por debajo del límite de su renovación. Obvio: nadie quiere esquilmar el planeta de sus nietos.
Con cierta frecuencia podemos leer fichas técnicas y artículos muy adornados en el lenguaje, pero vacíos de contenido. Se debería de hacer más e intentar vender menos humo, ya que con ese camino la credibilidad se pone en entredicho. No olvidemos que al final, sólo al final, el vino es el que habla y el mercado se olvida de la retórica y del argumento vano e insustancial. Seamos serios y rigurosos. Ahora más que nunca.