Pasan las semanas, y no solo la situación sanitaria y económica empeora. Hay un sector en nuestro tejido empresarial que vive una situación dramática: el de la hostelería. Después de meses enteros sin cubrir con la recaudación los gastos fijos del propio establecimiento, el parón de actividad en Castilla y León puede ser el rejón de muerte para muchos. Se estima que en este año fatídico habrán cerrado para siempre en España unos 65.000 bares y restaurantes, lo que representa una pérdida de unos 400.000 empleos. 
Y no hay que olvidar otros sectores agroalimentarios dependientes directos. Si los locales están cerrados, el consumo de carne, pescado, jamón, vino, pan, café… también sufre las consecuencias. Y esos proveedores (y transportistas) tienen que reinventarse, un verbo tan tristemente popular en este 2020 como las palabras mascarilla o coronavirus.
Aunque, según los estudios científicos, tan sólo el 3,4 % de todos los contagios del virus se producen en bares y restaurantes, las medidas y horarios aplicados en la hostelería han sido muy restrictivos. Se ha focalizado demasiado en estos lugares de encuentro (y disfrute), cuando las fuentes más caudalosas de contagio están en otros.
Daba mucha pena ver a los restaurantes con más mesas libres que nunca, y a los bares con el sufrido propietario solo detrás de la barra. En España estos locales han sido fuente de cultura popular desde su invención. Somos un país latino donde nos gusta salir, relacionarnos y tomar un buen vino o una cerveza con los amigos. Echaremos mucho de menos las comidas, las cenas familiares y profesionales. La sobremesa, la tertulia. Cuando se para en seco la actividad de un sector tan estratégico, que representa un buen termómetro de la realidad económica de un país, el frenazo nos descarrila a todos, en mayor o menor medida. Si no hay consumo, no hay gasto, y la economía se debilita. Ojalá en unos meses el ánimo también se reinvente. Y mejor que sea en un bar.