Qué ganas teníais de que llegara 2021, ¿eh?, se choteaba el otro día Jorge Ponce en La Resistencia. Con razón. No sé qué esperábamos, ¿que el 1 de enero se pusiera el contador a cero? Enseguida vinieron el pseudojamiroquai del Capitolio y sus secuaces, una nevada a la que solo le han faltado caminantes blancos, la subida del precio de la luz y el aumento exponencial -qué sorpresa- de contagios de coronavirus. En diez días. Y de nuevo los cierres. Y qué mal explicado todo otra vez. 

Cientos de negocios parados de nuevo, miles de profesionales esperando a que pase el temporal -el de la Covid y el otro-, sin apoyos explícitos y lo peor, con la sensación de importar poco a unas administraciones que no han sabido tomar decisiones firmes cuando más se necesitaba. Sólo cuando no queda otra, sobre la bocina. Manteniendo el argumento de que con una advertencia a los ciudadanos tenía que haber valido para evitar el aumento de casos consecuencia de las navidades.

Después de casi un año de crisis continua, una esperaría algo de firmeza en las decisiones políticas. Basadas en la experiencia acumulada y justificadas en que han sido elegidos para comerse los marrones que vengan en un periodo de unos cuatro años. Los más perjudicados por la pandemia llevan meses intentando buscarse la vida, pero poco pueden hacer si, además de con un virus, tienen que enfrentarse a unas administraciones que no muestran un criterio que tiene que ser y parecer sólido.

Tengo una amiga que usa la expresión “recalcular” para el momento en el que una sabe que tiene que cambiar de estrategia: parar, pensar, buscar otra salida. Porque no todo lo controlamos nosotros; a veces, por el motivo que sea, nos pasamos el desvío que teníamos que tomar y el GPS nos promete que nos recalculará la ruta. Ahora muchos cruzan los dedos para que no sea el propio navegador el que les indique la carretera equivocada y les deje sin rumbo y sin una gasolinera a mano. Una cuestión de confianza.