Apenas son cuatro millones los nacimientos en los países que hoy conforman la Unión Europea, según datos a 2021 y que, previsiblemente, se repetirán al cierre de 2022. Por el contrario, en la década de 60 y 70, la media de nacimientos superaba los siete millones de niños cada año.
Pero hay otro agravante no menor, el que refleja la edad media en el viejo continente (o más bien deberíamos decir en el continente viejo), y que se sitúa en los 44 años frente al promedio mundial de 30.
España empeora la estadística, pues está entre los países que componen el grupo de cabeza con el índice de natalidad más pequeño, situándose muy por debajo de la media europea. Algo que se agudiza aún más en Castilla y León, comunidad que figura en tercera posición por la cola, sólo por delante de Asturias y de Galicia.
Los expertos apuntan como factores que afectan a esta menguada evolución demográfica los relacionados con aspectos culturales, económicos y sociales. Claro ejemplo de ello son los movimientos migratorios, la fuerte subida del coste de la vida y el propio envejecimiento de la población, a lo que se suma el legítimo protagonismo mayor de la mujer en todos los ámbitos donde tradicionalmente era el hombre quien ocupaba esos roles.
Con este panorama y mientras no se revierta esta tendencia, la baja natalidad y el aumento del índice de vida provocarán que cada vez sea más difícil mantener nuestro actual estado de bienestar. Es decir, pensiones, sanidad, educación, otros servicios públicos y prestaciones de toda índole peligran si no se alcanzan grandes acuerdos de estado para frenar esta otra 'pandemia', que sin hacer mucho ruido pone en solfa el futuro de las nuevas generaciones.