Roberto Peral

Habas Contadas

Roberto Peral


Tiempos de peseta

21/09/2020

Podrán creerlo o no, pero el caso es que, casi veinte años después del advenimiento de la divisa europea, el Banco de España se malicia que los burgaleses guardamos monedas y billetes de las decrépitas pesetas por valor de doce o trece millones de euros, cantidad de dinero que, si bien no alcanza para condenarse, tampoco se diría precisamente grano de anís. Dónde andarán metidas las tales pesetillas, las rubias de latón acuñadas con el perfil del general Franco y esas otras menos siniestras impresas con el retrato de Leopoldo Alas o Celestino Mutis, es ya cuestión ignota que solo encuentra respuesta en la pura especulación. Algunas yacerán olvidadas en las huchas infantiles de ciudadanos derrotados ya por la alopecia o el climaterio, otras acaso aparezcan dentro de diez o doce años entre las páginas de algún ejemplar de Burgos: pastores y rebaños, las habrá que abandonaron en su día el país en los monederos de turistas de la Baja Sajonia que se dieron una vuelta a finales de siglo por nuestro solar patrio, y las más valiosas permanecerán custodiadas por coleccionistas agazapados a la espera de venirse a mejor fortuna.
Otras muchas, a buen seguro, habrán sido conservadas por compatriotas dominados por la nostalgia, esa tristeza dulce que nos despierta el recuerdo de un tiempo ido que, como decía don Jorge Manrique, siempre nos parecerá más grato que el presente que habitamos. Nos quedamos con las monedas de cinco duros en vez de entregarlas para que con ellas puedan fabricarse barriles de cerveza o hélices de barco por la misma razón por la que nos resistimos a tirar al contenedor nuestro apuntes de bachiller, las viejas cintas VHS o aquel manual de instrucciones de cuando nuestras valientes tropas entraron en Sidi Ifni: para convocar ingenuamente el milagro de revivir un pasado que nunca volverá. Apuesto a que habrá quien conserve para sus nietos una colección de mascarillas y el salvoconducto que la empresa le expidió durante el estado de alarma para rememorar, con esa añoranza contradictoria que tan bien supo retratar Alejandro Dumas, «aquellos buenos tiempos en que éramos tan infelices».