Ignacio Fernández de Mata

Los Heterodoxos

Ignacio Fernández de Mata


La comunión

24/01/2023

Cuarenta y siete años después, Manuel seguía sin superar el día de su primera comunión. Aquella mañana de mayo acabó de golpe con su infancia y le hizo entrar en el tiempo del descreimiento y la decepción.

Con poco esfuerzo recordaba a su madre a gritos con la modista, que no acababa de rematar el traje de guardiamarina como lucía en la foto Alfredo Landa. Su padre consiguió por los pelos un hueco escaso en el Miraflores, pero sobraban la prima Alfonsita y otras beatas familiares. Los chavales discutían si les iba a caer un reloj con iluminación de tritio o la GAC con faro en el manillar... Pero lo que de verdad preocupaba a Manuel era aquello de recibir a Dios. Uno no se desayuna a Cristo y queda como si nada. Dios debía ser algo radiactivo, potente, indescriptible. 

Preparó concienzudamente su primera confesión. Aquel rito iniciático ya le despertó dudas. ¿No sabía Dios todo? ¿A qué aquella malsana búsqueda de sus flaquezas, aquel afán por la autohumillación? Si alguno de sus compañeros se hubiera atrevido a acusarle de la ínfima parte de lo iba a decir al cura, le habría partido las narices.

Llegada la fecha, Manuel se acercó tenso a comulgar. Extendió la lengua -que aquel día se había cepillado con ganas-, y esperó que le atravesara el rayo de luz cósmica, que una voz profunda le hablara… Pero no. Confuso, se giró para volver al banco con la hostia pegada al paladar. No podía utilizar el dedo y le pareció que hacía algo incorrecto al usar la lengua. Cerró intensamente los ojos. Nada. Algo estaba mal. Preocupadísimo, decidió callar aquel fracaso. ¿Habría olvidado algún pecado mortal? Una tía lejana le regaló un diario con un boli Parker y le obligó a estrenarlo en aquel momento. Hoy es el día más importante de mi vida porque he recibido a Jesús, escribió delante de todos. Se sintió falso y mentiroso.

Días después, Manuel volvió al confesionario del padre Gallardo y se autoametralló con acusaciones imprecisas y desconocidas. Daría con el problema. Sin embargo, el carácter contable del confesor -cómo, cuántas veces, dónde, pensamientos…-, lo emponzoñó todo. Ignoraba de qué hablaba -¡ocho años!- y, a la vez, debía mentir para obtener la absolución... 

En mayo de 1975, a mediodía, se certificó el fin de la inocencia de Manuel. Y por lo que a él respecta, del mundo.

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