Víctor Arribas

VERDADES ARRIESGADAS

Víctor Arribas

Periodista


El rap social

21/02/2021

Tener que cumplir una condena de cárcel por escribir canciones es un exceso que hay que corregir en España. Con la palabra no se asesina a nadie. La libertad para difundir ideas a través de la cultura debe ser un bien superior que las democracias y la ley deben proteger. Todas estas argumentaciones que dan los que se han opuesto a la entrada en la cárcel del rapero más famoso de España son perfectas en su formulación. Pero no encajan en el caso porque nada de lo que dicen es cierto ni se corresponde con la realidad de los delitos cometidos por el condenado que ha llenado los informativos esta semana.

Ocurre que la libertad y el derecho de cualquier ciudadano a expresarse como se le antoje linda directamente con la libertad y los derechos de los demás, y no puede superponerse a ellos por el hecho de que la injuria se produzca a través de las letras de un rap supuestamente artístico. Cuando eso se rebasa, tiene que haber un castigo. Con mucho más motivo debe haberlo si de forma reiterada alguien, como es el caso del recién ingresado en prisión, se expresa repetida y obsesivamente a favor de la actividad terrorista de una banda asesina con casi mil muertos en su historial. Si en España se plantea que sea delito enaltecer la época y los crímenes del franquismo, no pueden los mismos que proponen esa reforma legal pretender que hacer lo mismo con ETA o Al Qaeda salga gratis. O denunciar a quienes vociferan ante la vivienda del vicepresidente del gobierno para que esa actitud, que al fin y al cabo son palabras aunque malsonantes, sea castigada con dureza. La tradicional ley del embudo: ancho para los míos, estrecho para mis oponentes.

La condena al rapero no es por cantar sus letras de pésimo gusto ni por sus ideas. Es por cometer delitos castigados por el Código Penal y acumular condenas, incluidas las de allanamiento, resistencia a la autoridad, lesiones y coacciones, sin el menor reparo. Aunque bien analizado, lo peor para él no sería ir a prisión por su reiterada actitud delictiva, ya que podemos considerar excesiva esa condena que le otorga mayor relevancia de la que realmente tiene. Lo peor sería condenarle a algo más efectivo como los servicios a la sociedad, a cuyos símbolos denigra, durante unos cuantos años. Asistir como ayudante en las tareas de apoyo a las víctimas del terrorismo, por ejemplo, sería para él una buena condena. O izar y arriar la bandera nacional en algún acuartelamiento de las Fuerzas Armadas durante unos años. O escribir un rap respetuoso y comprometido con todos aquellos a los que ha disfrutado injuriando, su odiado Rey Juan Carlos incluido. En su pecado llevaría la propia penitencia.