Rosalía Santaolalla

Sin entrar en detalles

Rosalía Santaolalla


Nadie hablará de nosotras

04/04/2023

Les supongo al tanto, ya que leen el periódico y seguro que siguen otros medios de comunicación: en esta ciudad pasan cosas. Me refiero a las que se cuentan en páginas interiores o en la contraportada. Un chaval se ha imaginado cómo sería el metro de Burgos y lo ha recreado en una exposición. Un rapsoda se coló el día de la Poesía en la terraza de un hotel y casi canta una de Drexler. Hay días, como hoy, en los que los aficionados a la música tienen que jugarse a piedra, papel o tijera a qué concierto ir, porque coinciden varios. Hace un año, un dúo en calma decidió mostrar las tormentas que van por dentro y ahora les acompañan siete bailarinas: vulnerables, divertidas, temerosas, decididas, constantes. Valientes, como la mayoría de quienes deciden apostar por su vocación artística, sobre todo por la danza.

Uxue, Amaia, Ainhoa, Camila, Raquel, Paula y Yuantao. Voy a dejar sus nombres por aquí porque puede que los escuchen o lean en un futuro y porque, para qué engañarnos, luego pasa lo que pasa. Que se lo digan a la madre de los hijos de Diego Porcelos, de cuyo nombre no queda constancia en ningún sitio.

La condesa, porque, de momento, no podemos llamarla de otra manera, y su esposo -el conde que fundó Burgos en el lugar donde más sopla el norte- conformarán una nueva pareja de gigantones en las próximas fiestas de San Pedro y San Pablo. Pero no tenemos la manera de dirigirnos a la nueva gigantona, oigan. Otra injusticia histórica a reparar con estos personajes, después de que Fernando el de Aragón estuviera desfilando durante décadas por delante de su mujer, que era la que mandaba en Castilla.

Puestos a imaginar su cara, y Cristino Díez lo va a hacer, podríamos construirle una historia: si llevaba rebequita para cuando refresca por las tardes, si era aficionada a las intrigas de la época, si le gustaba bailar cuando alguien hacía sonar un pandero. Y ya puestos, pongámosle un nombre. Que los tiempos de presentar a alguien como «el conde y su señora esposa» han pasado. Afortunadamente.