Creo que soy feminista desde el día en el que nací, porque en mi casa nos educaron con clara perspectiva de género y la convicción de que la igualdad era un objetivo a conseguir cada día. Hoy, sin embargo, no puedo evitar decir que me reconozco cansada de la gresca constante; harta de quienes se han erigido en examinadoras de las buenas y malas feministas, en una suerte de purismo que roza la intransigencia, y harta de quienes niegan la evidencia del machismo con mentiras y argumentos entre lo absurdo y lo soez. Es agotador que quienes dicen representar a todos los españoles no sean capaces de aparcar la hipérbole para ponerse de acuerdo en una materia tan relevante como es la necesidad de la educación en el respeto al otro.

En 2022 han sido asesinadas en España 38 mujeres por sus parejas o exparejas, tres de ellas en Castilla y León, lo cual debería avergonzarnos como sociedad porque este dato evidencia un fracaso colectivo. No es cuestión de creérselo o no o de si hay mujeres que matan a hombres, que las hay, pero en proporción ínfima y en un contexto que nada tiene que ver. Evidencia que tenemos un problema que no va a solucionarse a voces ni mediante el rifirrafe constante, que lo único que hace es impedir un análisis serio.

Y hoy, que es 25 de noviembre, Día Internacional para la Eliminación de la Violencia hacia las Mujeres, veremos cómo una ocasión para concienciar y para ahondar en la urgencia de la educación en el respeto se diluye en la sempiterna confrontación. Para muchos, de hecho, no será más que un día de descuentos en las tiendas porque ahora nos ha dado por sumarnos a algo de cuyo porqué no tenemos ni idea. Y eso a pesar del bombardeo de anuncios sobre el 'Black Friday' al que nos han sometido. Este viernes claro que es negro, pero por unas razones que distan de lo comercial.